Por Carlo Reyes Foto Francisco Flores
El País (Uy)
Es uno de los grandes escritores uruguayos y también un destacado ensayista en temas de literatura. Y ahora editó en Penguin Random House Archipiélago, una trilogía de novelas cortas en las que toma tres personajes, para medir la distancia de una juventud intensa a los recuerdos de la vejez. También traductor y docente de larga trayectoria, fue el difusor de una de las corrientes más ricas de la poesía latinoamericana de las últimas décadas. De eso y más, Roberto Echavarren habló con El País.
-Archipiélago son tres novelas cortas, pero de algún modo unidas...
-Sí son tres novelas cortas, independientes, que suceden en tres islas: Bali, Creta y Manhattan. Creo que se articulan, no tanto en la anécdota, pero sí en el tono, en una especie de intensidad. Son vidas intensas, a través de cierta práctica: la pintura, el surf, y la fotografía. Tiene que ver un poco con la profesión, pero también con la obsesión profesional. Eso guía a los tres protagonistas.
-¿Se puede decir que sos un novelista netamente humanístico, es decir, que todo lo que tú sabés de arte lo vas incorporando al relato?
-Sí, igual eso hay que dosificarlo. Porque uno no puede ahogar un texto con erudición. Más bien tiene que ser algo casual, y justificado por la narración misma. De lo contrario no funciona, y al lector le molestaría.
-Mucha gente no sabe de tu lugar protagónico en lo que se llamó la poesía neobarroca latinoamericana...
-Bueno, yo vivía en Nueva York, estuve 20 años ahí, enseñando en la Universidad de Nueva York, desde finales de los 70 a mediados de los 90. En ese momento, todo era por cartas. Y de a poco yo fui viendo que había una nueva poesía que surgía, muy interesante, compleja, con texturas. Y en distintos países de Latinoamérica. Pero esos poetas no se conocían entre sí. En ese momento, colaborando con Néstor Perlongher estaba en San Pablo, hicimos una selección de esos poetas, que salió en México en 1992. Se llamaba Trasplatinos, e incluía a Marosa di Giorgio, Perlongher y Osvaldo Lamborghini.
-Pese a Marosa, y a tu propia obra poética, la poesía uruguaya no estaba muy cerca en general de ese estilo neobarroco, ¿verdad?
-Claro, imaginate la tradición, por decirlo así, de Benedetti, una cosa chata, coloquial, directa. O Idea Vilariño mismo: una poesía completamente desnuda. Aquí Amanda Berenguer, por ejemplo, sí cultivó una poesía de gran complejidad, de montaje, en el que distintos discursos se van fundiendo. Por ejemplo en su libro Materia prima, de los años 60, que tiene un poema largo, Las nubes magallánicas: un grandísimo poema, que acá en general la gente no lo conoce, o no le da importancia. O sea que sí había cosa, como también con Marosa.
-Sin embargo siempre tuvo más difusión el perfil más sencillo de la poesía uruguaya...
-Era lo que predominaba en los años 60. Porque se hablaba de poesía comprometida. Pero era comprometida con el eslogan. Comprometida con la cosa más barata, más chata. Cuando yo empecé a escribir poesía, lo que predominaba acá en Uruguay (porque no estaba solo Benedetti), eran todos los discípulos de esa onda. Yo era como sapo de otro pozo. Además, al haber vivido 20 años en Estados Unidos, mi relación era más con latinoamericanos de otros países, más que con uruguayos.
-Antes de vivir en Estados Unidos, estudiaste en Europa...
-La primera vez que llegué a París fue justamente en mayo del 68. Te podrás imaginar lo que era aquello. La policía casi me deshace. Cuando me di cuenta que la policía estaba apaleando gente, y yo estaba en el medio de todo eso, logré explicarle a un policía que era turista, con el palo justo encima de mi cabeza. Y no me pegó. Y luego fui a las clases de mucha gente, y conocí personalmente a Michel Foucault, una persona encantadora.
-Cuando te tocó dar clases ya el ambiente era otro, mucho más tranquilo...
-Bueno, cuando yo fui a Alemania y a Francia era momentos de rebelión. Había muchísima actividad política, la gente vivía en comunas. Se pensaba que los profesores eran obsoletos. Ya cuando me tocó enseñar en la Universidad de Estados Unidos ya había acabado todo aquel movimiento contra la guerra de Vietman. Y la Universidad que me tocó era súper ordenada. No había nada demasiado revolucionario.