Calarcá, Quindío
Docente de pregrado y postgrado en las universidades del Quindío, Javeriana y Antonio Nariño. Miembro fundador de la Asociación Colombiana de Caricaturistas: El Cartel del Humor y Gerente de Cultura del Departamento del Quindío. Creó la cátedra Psicogénesis de la risa en la Facultad de Psicología de la Universidad Javeriana. Director de las revistas Termita Caribe y del Boletín de la Red de Estudios Interdisciplinarios sobre la Risa –REIR–, T.A. en la Revista de Literatura Mexicana Contemporánea en Texas University at El Paso -UTEP-, U.S.A. Como artista plástico ha recibido premios y menciones en los salones regionales del Quindío.
Entre sus obras escritas figuran: Sinfonía Escritural: Hoffman, Hoffman, Hoffman (novela inédita), El libro de las palabras innombrables (novela juvenil inédita), Gracias por la alas (Novela inédita); Bitácora de Ulises (poemario); Cartas a Pandora (Poemario); Desde Ítaca (poemario); Cantos y cuentos de Kantú Konto (poemario infantil); La caricatografía en Colombia: Propuesta Teórica y Taxonómica (investigación semiótica), Caricatografía y Periodismo (investigación semiótica); Cuento Contigo, (colección de relatos); Videopoesía y otras hierbas (inédita); No Me jodan. Literadura Breve, libro en Preparación; Manifiesto del Mibonachi, libro en preparación.
Ha publicado en revistas nacionales e internacionales. Fue becario de la Unión Europea en el programa: Becas de Alto Nivel para profesionales de América Latina –ALBAN– y desarrolló la tesis laureada Sobresaliente Cum Laude Psicogénesis de la risa, la risa como construcción de cultura para la obtención del doctorado La lengua, La literatura y su relación con los medios de comunicación de la Facultad de Ciencias de la Información en la Universidad Complutense de Madrid, UCM. Estudios de maestría en Creative Writing en la Universidad de Texas en El Paso, UTEP. Ha sido distinguido con la Orden al Mérito Literario, Ciudad de Calarcá 128 años y con el Escudo del Departamento
A la sombra del samán. Prólogo a Cuento contigo.
Por Dra. Ma Elena Gómez Sánchez
Catedrática de la Universidad Europea de Madrid.
Conocí a Carlos Alberto Villegas Uribe en 2010 con motivo de la defensa de su tesis doctoral, de cuyo tribunal yo formaba parte. Aquel trabajo sobre la Psicogénesis de la risa. La risa como construcción de cultura, dirigido por nuestra querida y añorada Ana Ma Vigara Tauste, nos recordó, si alguna vez lo habíamos olvidado, que el humor es algo muy serio. Y, además, nos mostró la complejidad y capacidad de pensamiento del entonces doctorando, quien se atrevió a iniciar aquel solemne acto académico de defensa de tesis ornado con una nariz de payaso, sin duda (o así lo interpreté a medida que pasaban los minutos) para no intimidar al tribunal -casi antes de comenzar- con su dilatado conocimiento del tema y la maestría de sus razonamientos.
En estos cuatro años han ocurrido algunas cosas, unas más alegres y otras profundamente tristes, y quizá por mantenernos al tanto de unas y otras no hemos perdido el contacto. Carlos Alberto me incluía entre los destinatarios de correoselectrónicos en los que nos hacía saber de sus avances, de sus incursiones literarias, de textos –unos aparentemente más sencillos, otros descaradamente endiablados- en los que daba rienda suelta (¿o solo aparentemente suelta?) a historias realistas, surrealistas, oníricas, despiertas, extensas o de tan solo unas pocas líneas. Y todas ellas de una frescura y calidad verdaderamente llamativas.
Este volumen, Cuento contigo, es una buena muestra de lo anterior. Desde el título, el autor juega con la pluralidad de significados: por supuesto, el sustantivo “cuento” como relato corto, pero también como primera persona del verbo “contar”, y con un pronombre personal que muestra bien a las claras la importancia de los otros para que las historias tengan sentido: si cuento solo, ¿quién me escucha?, ¿para quién –y para qué- cuento? Sin embargo, ese “contigo” da absoluto sentido al hecho de contar, pues, al igual que la risa, que el humor, aquel solo adquiere su sentido completo cuando es compartido. Y la suma de ambos términos, ese “cuento contigo”, busca el apoyo (o la complicidad) de los receptores, generando desde el comienzo el pacto autor-lectores, la solidaridad necesaria para completar satisfactoriamente el acto comunicativo.
“Las siete vidas de Pandora”, el relato que abre el volumen, muestra una atmósfera cerrada y plausiblemente realista en la que sin embargo flota algo mágico, y conjuga una descripción concienzuda de pequeños detalles con una acción y un diálogo que no dejan un momento de sosiego. Tiene reminiscencias de lo real maravilloso, de Borges, de Bioy, de Rulfo, de Cortázar, del propio García Márquez. Combina con maestría voces –y actitudes- de dos tiempos. Esa atmósfera cerrada se convierte en claustrofóbica en el siguiente relato, “La espera final”, que presenta un paisaje a caballo entre la esquizofrenia y la ciencia ficción, una situación especialmente claustrofóbica porque, aunque solo ocurre en la cabeza de una persona, nos muestra cómo en ella se superponen diferentes “planos de realidad” (y las consecuencias que esto va a tener en la realidad “externa”). Se trata de una historia que gira como un torbellino hacia el ojo del huracán, el cual, como no podía ser de otro modo, resulta devastador.
“Sherezades” supone un giro radical. Con un ritmo que va, metafóricamente, in crescendo, se mezclan, por citar dos extremos, la sordidez de los prostíbulos con el mundo fantástico de los dragones, e incluso una referencia a Kabawata y su Casa de las bellas durmientes encuentra su acomodo. El final de la historia, sin embargo, ofrece un anticlímax que devuelve bruscamente al lector a una realidad que nada tiene de mágica ni de onírica, sino que se encuentra muy alejada de las fantasías que las líneas anteriores prometían.
“Noticias de Grecia” nos lleva de nuevo al terreno de la metaliteratura, pero disfrazada esta vez de relato policiaco (también está llena de misterio, dicho sea de paso, “La Mirada de Julia”). La ironía que entrevera sus líneas, los saltos temporales, los ecos de grandes contadores de la literatura universal, la mitología (una mitología contemporánea que aparece igualmente -melancolía obliga- en “Memorias de Heródoto”) y, una vez más, la multiplicidad de planos, nos llevan a recorrer el camino que va desde una muerte inesperada al descubrimiento de una inesperada pasión, y todo ello con el trasfondo de un Asawa trasunto del Café Colombia o La Cueva de Barranquilla. También es plenamente metaliterario “La calle de los herrores”, el cual, brumoso como la mañana que describe, une una creación del siglo XVI con otra del siglo XX. ¿Dos errores, dos horrores? ¿O dos metáforas? ¿O más? Y en esta misma corriente se insertaría la poderosa imagen que, paradójicamente, no consigue encontrar el poeta de “Shakesperiano”, pese a que surge de su corazón con la misma fuerza con la que Ricardo III clamaba por un caballo para evitar su derrota.
Alzheimer celestial” guarda algunas similitudes con “Las siete vidas de Pandora”, aunque quizá los extremos que muestra son más exacerbados. Dos voces, dos generaciones, dos modos de buscar respuestas, y un elemento externo, anterior a todo ello, que desencadena la acción final. Y que ofrece otro salto, esta vez espacial, que lejos de cerrar la historia en sí misma la abre dotándole de otro sentido. También se cierra con un salto temporal y espacial “Contravía”, un relato certero y necesario, apegado a la tierra como lo estaría Matilde, honesto y orgulloso como lo sería ella, y en el que las voces que se superponen construyen una historia de la que, esta vez sí, conocemos su final.
Mención aparte merecen los mibonachis. En otro lugar (C. A. Villegasuribe, Mibonachi Vidales. Novela Estampilla Hiperbreve, 2012) el autor se refiere al mibonachi como “una técnica lúdica de escritura creactiva [sic], creada por Mi (pero no te creas todo, Nada nuevo hay bajo la luz del sol) a partir de la apropiación y reelaboración del concepto del matemático italiano Fibonacci”. En la introducción a las “Tardes de mibonachis”, sin embargo, la definición pasa a estar en boca de Nina Frontino, la escritora a la que rememora con sus kanjis el escritor Akiito Meisuki. Los mibonachis que a continuación se recogen –“delirioso”, “desestancado”, “brumoso”, “para la gratitud”, “del vacío”, “contado”, “en sentido contrario”, “de la minificción. Ars poética”, “a los textículos del señor de la brevedad”, “del mago y los conejos”- cada uno de ellos con sus rigurosas 210 palabras y sus exactas fichas técnicas ofrecen un ejercicio de creatividad (como no podía ser de otra manera, dada su propia definición) que se superan a sí mismos en el “Mibonachi Cortázar” (o “novela mibonachi hiperbreve – divertimento de dioses”), relato que constituye el ejemplo paradigmático de esta forma de narración. La precisión en el lenguaje, la agilidad narrativa, los saltos (con o sin red), la sencillez de lo complejísimo se dan cita en estas pocas líneas, que en sí constituyen un relato redondo, pero que no se agotan, porque permiten a la imaginación del lector seguir recreando esa historia precisamente por lo que sugieren, más que por lo que explícitamente manifiesten.
Como señala el prestidigitador de “Razones de viajeros”, “la literatura es arte y oficio, artificio, la maestría de un juego con 26 elementos”. Pasen y vean, disfruten, descubran cuál de todas las perlas que este libro ofrece es la que les transporta al punto de no retorno, al punto de querer descubrir más, saber más, leer más. Al punto que les lleve a decir Cuento contigo.
[1] Coordinadora de Doctorado. Centro de Excelencia en Investigación “Valores y Sociedad Global” y Centro de Excelencia en Investigación “Innovación Educativa”.Catedrática de Redacción Periodística,Depto. de Medios, Lenguas y Sociedad Digital.Universidad Europea de Madrid.
¿Cuento contigo?
Por Camilo Alzate
Un sentimiento agridulce deja la colección de relatos de Carlos Alberto Villegas Uribe “Cuento contigo”, publicada en la Biblioteca de Autores Quindianos. Aunque uno percibe la sutileza y sagacidad del autor, que sin duda podría alcanzar cimas brillantes, también se nota el facilismo como recurso estructural de todos los relatos, portadores en esencia de la misma lógica interna, la misma fórmula con diferentes temas.
Villegas Uribe comienza -en primera persona, por lo general- soltando datos azarosos y líneas narrativas que casi siempre terminan de cuadrar en el último párrafo. El tono de los relatos, sólo en apariencia confuso, queda siempre aclarado, recurriendo a la sorpresa final como recompensa al lector que trata de descubrir de que va la cosa, y como no, lo descubre porque los relatos son totales, esféricos, se abren y se cierran, como recomienda cualquier decálogo de cualquier perfecto cuentista. Alguno de esos cuentos, en clave de sorna, se burla de una escritora imaginaria que descubrió una “técnica” para escribir siguiendo unos pasos determinados, que son invariables. Le queda a uno la idea paradójica (aunque subjetiva) que Villegas Uribe cae inconscientemente en una trampa semejante, queriendo protagonizar el mismo aquel relato: tiene unos pasos fijos que repite siempre, cambiando nombres, tramas y circunstancias, puerilmente predecible.
Las historias adolecen de un tono que personalmente detesto; aquella verborrea de los candidatos a Magister o Doctorado, muy popular en ciertos círculos intelectuales, plagada de referencias griegas, de alusiones a filósofos, de discusiones literarias eruditas que a lo mejor le salían bien a Borges en su estilo, pero que confieren un aspecto pedante a la mayoría de escritores.
Sin embargo, en la página 93 nos acecha la maravilla. Cambiando radicalmente el estilo de todos los cuentos, el autor comienza a desgajar (en segunda persona, para más gloria) las vueltas de una indígena Wayúu por la vida. Trazando descripciones entre lo cinematográfico y lo épico, en pocos párrafos esta narración toma una fuerza arrolladora imposible de detener, secuestrando al lector en una historia perfecta a la que no le falta ni le sobra una palabra.
Allí no se pretende deslumbrar con referencias a la mitología clásica, ni con citas de pensadores que ostenten la gran cultura del escritor. No, nada de eso. Allí aparecen canciones populares y carreteras polvorientas de un país olvidado por los académicos. No hay fantasías, ni imaginerías plagiadas de Cortazar, ni el tufillo a realismo mágico de otros cuentos.
Acá hay pinturas frescas de las casas podridas de algún pueblo cafetero, hay penetraciones a la personalidad del macho coloquial antioqueño, hay una cadencia tremenda enredada en la tenacidad ancestral de la india que desemboca en un final brutal, recapitulando casi sin proponérselo, tres décadas de historia patria que no aparecen por ningún lado porque van implícitas, ocultas en palabras y frases inocentes. El cuento se llama Contravía y tiene todo para ser una pieza maestra, una verdadera genialidad.
Por esa senda debería caminar el autor, ya que revela una vocación de narrador impresionante pero opacada por un discurso acartonado y academizante que se vuelve aburrido. Los demás son cuentos intelectualoides cuya mayor pretensión es usar una historia fácil para demostrar la enorme cultura y erudición del escritor.
Mi opinión es terca, quizá sea injusta cuando se trata de juzgar la narrativa específica fuera de contexto, pero considero imprescindible despreciar lo fácil: nada más complejo que contar la sencillez de la vida.