Baraya, Huila (1959)
Catedrático de historia del arte, historia de la cultura y del teatro. Ha publicada veinticinco libros entre poesía, teatro, relato, cuento y ensayo. Traducido al inglés, francés, alemán y rumano. Columnista de medios nacionales e internacionales. Ha publicado los libros de cuento Simijaca, con varias ediciones y traducciones, 1982, La guacamaya roja, 2014, La canción del arco iris, 2001, Ázimo, cuentos de mi padre, 2001 y Cuentos urbanos, 2014. Su novela Arlequín,historia de un suicida, apareció en 2014 y cuenta ya con dos ediciones. En el género de la poesía ha publicado Selección de poemas, 1991, Palabras teñidas de noche para tu oído, 1985, Cantos, 1990, Las palabras del amor, 2001, Sueño para iniciados, 2014, Bajo el signo de acurio, 2010 y Todos los días son poesía, Calendario poético 2013.La editorial Nueva Imagen de México, publicó en 1981 su pieza teatral Cinco piezas para escena y aparece en varias antologías de cuento y poesía colombiana.
Maestro de artes escénicas, coreógrafo y bailarín, ha dirigido más de cuarenta obras de teatro, espectáculos de danza, danza teatro y participado en festivales nacionales e internacionales.
El mensajero de los dioses
Por: Jesús María Stapper
Creo que por antonomasia nació con defectos que ha trabajo le cuesta disimular… y son tantos. Es casi imposible que un mismo ser albergue entre los cuencos de sus manos “tantas falencias”, el ser investigador, catedrático, folclorólogo (conocido y muy reconocido), bailarín de los proscenios a media luz, locutor de movimientos decimonónicos (narrador omnisciente), escritor de marras y misterios, transportador “casi legal” de símbolos y legados y lenguajes, ritualista en las madrugadas de las etnias y los sortilegios perdidos, cazador de leyendas y fábulas y metáforas, periodista de fila india y armazón contemporánea, cronista de periódicos embadurnados de alucinaciones e injusticias, defensor a ultranza de los sueños de quienes para “no hacer nada” se dedican a soñar que sueñan, y cancerbero de soledades: aquellas cosechadas entre su danza y su palabra y las soledades enclaustradas que le son propias. Desconozco si tiene el defecto de saber hacer dinero. Observo de tal manera al señor barayano y no le veo virtud alguna… es la verdad.
Es amplia la bibliografía de Edgard Sandino Velásquez. Una veintena de libros publicados hablan con suficiencia de su “yo creativo” y de su donación no clandestina para los lectores que caminan sin pensar en los retornos (suprema necesidad actual de sobrevivencia humana), no obstante, quizás por curiosidad o “por coacción” vuelven a merodear las páginas o los fragmentos o los renglones de este escritor huilense.
Con particular vocación se mete como “un obstinado cualquiera” con su pluma repleta de tinta e imaginación entre las sombras de las cuevas y de los papiros arrugados para descubrir los decir-es de ayer y de hoy a través de yaravíes y cántigas y poemas (suyos y ajenos) que son habitantes de las nostalgias y las venturas atiborradas de presuntas emociones, de presuntos encuentros, de motivados desencuentros, de dolorosas partidas.
Indaga y encuentra y crea con acierto en los vericuetos del cuento, la poesía, el ensayo y el teatro: narrador vigente, actor circunstancial. Ganador de premios nacionales e internacionales. Así formula sonrisas y dimensiones inventadas para los niños. Estoy seguro que en su alma de adolescente cree que todavía su corazón (espectro de generosidad) vive en un territorio continental como si las lejanías no estuvieran cubiertas de cercas y tinieblas punzantes e hirientes.
Cada cerca es un retrato de la ignominia porque en medio está un separador de base: un ente excluyente, un focalizador de diferencias y un constructor de escarnios. El mensajero de los dioses es el libro con el que menciono de manera somera el vasto caudal de su legado. Otros textos suyos tomados al vuelo, no acatando una mención general, son: Palabras teñidas de noche para tu oído, Simijaca (Libro de honor IBBY, mejores cuentos para niños del mundo, Premio Distrital), Las palabras del amor, Ázimo, Bajo el signo de acuario, El cóndor de los Andes, Cuentos de mi padre.
Edgard Sandino Velázquez es Director (por muchos años) de Teatro Arte de Bogotá (ganador de premios y festivales de baile en América y Europa). Es un “ballet” folclórico multiplicado en fina danza decimonónica (fiestas de salón burgués), en histórico baile de acaudalado prestigio, en ritual de cisnes sagrados sobre resplandecientes aguas. En su decir musical nos entrega coreografías manejadas con precisión otoñal pero con ágil y esmerado ritmo.
Nos enseña entre “pasos”, meneos, taconeos y chirimías los ecos que salvaron los acantilados y los precipicios y, aún hoy, cual tañido de febriles campanas a las que amamos con frenesí, nos inundan y nos estremecen de reminiscencias, de melodías y de vida. Seguidor es este investigador folclórico de la inconmensurable e inolvidable tarea de Delia Zapata Olivella y de Sonia Osorio y de los otros trabajadores del folclor colombo-latinoamericano cuyo tinte histórico se difumina en el amarillo progresivo y mohoso de los calendarios del olvido.
Con Edgard no hago eco transparente o brillante de su condición de luchador empedernido desde lo étnico, desde lo social, desde lo cultural, desde lo académico. Sé que en cada labor tiene ponderables méritos confirmados con la representativa sazón de su trabajo.
Pero volviendo al “otro cuento”, el de la palabra literaria de Sandino Velázquez, afirmo con actitud sincera, la donosura de sus silabas armadas con estirpe de leyenda. Siento que escribe para el no ostracismo de su canto.
Tiene el rigor de la buena corriente del río que sabe para dónde va, que sabe en dónde depositará sus aguas. Mallarmé también sabe de aguas y depósitos.
Igualmente Bachelard esculcó las entrañas de las gotas de agua que caen al mar. En un recorrido por su palabra encuentra uno, un dique que enseña “corrientes” y soles nacientes que forjaron las rutas de sus resplandores desde los milenios anteriores cuando la palabra todavía no tenía diccionario. Su lenguaje es suave, sencillo, descomplicado, pero profundo en sus ethos.
Sus renglones escritos son una trinchera donde el lector se guarece de sortilegios y tempestades y dudas para aprender a vivir un poco. Con sus textos aprehendemos misterios y asombros conjugados por la buena estética: estética consciente. La gallardía de su literatura está cimentada de buenas fuentes, la investigación, el conocimiento, la narración, y el talante asumido de lo que expresa.
Invito a los lectores conocidos y desconocidos a hacer desde su plena libertad, una estación existencial en los vuelos literarios de este escritor colombiano. Porque según entiendo, y según (quizás) el escritor Sandino Velázquez nos dice que en algún lugar de la tierra queda la libertad. Yo no sé dónde pero estoy de acuerdo. Información tengo que en un reciente concilio, los dioses pluri-étnicos, en cálido y piadoso sincretismo, por mayoría, declararon que el escritor Edgard Sandino Velázquez es por virtud: “un mensajero de cartas abiertas”.
Bogotá D.C. Octubre 2012
Se apellida Sandino
Por Benhur Sánchez Suárez
Hablemos de Sandino. No de Augusto César Sandino (1893-1934), el héroe nicaragüense, tan importante en la historia de América Latina. No. Me refiero al Opita, a Édgar Sandino Velázquez, prolífico escritor, artista integral por su dedicación a la danza, al teatro, a la poesía y a la actividad cultural.
Nacido en las entrañas de la cordillera, en el municipio de Baraya (Huila) y radicado en Bogotá desde muy temprana edad, Édgar Sandino ha sido protagonista de la cultura bogotana, huilense y nacional por su activismo cultural y su permanente publicación de obras y comentarios críticos.
Un hombre de una gran sensibilidad cuyo trabajo literario abarca los libros de poemas, “Palabras teñidas de noche para tu oído”, “Cantos”, “Palabras de amor”, “Bajo el signo de Acuario”, “Selección de poemas”, “Sueño para iniciados”; los libros de cuentos “Ázimo, los cuentos de mi padre”, “El mensajero de los dioses”, “Cuentos urbanos”; y las novelas “Tres novelas cortas” y “Arlequín, historia de un suicida”.
En el campo de la danza y el teatro sobresalen sus publicaciones “Introducción al folclore coreográfico colombiano” y “Cinco piezas para escena”.
Algunas de sus obras han sido traducidas al inglés, francés, alemán y rumano.
Pero de este Sandino sólo voy a referirme un poco a su más reciente novela. Se me ocurre que “Arlequín” (creo que le sobra el subtítulo) es una novela importante, principalmente para el lector, porque indaga en el interior de un artista y descubre ese mundo complejo y muchas veces incomprensible, mundo con el cual se identifica el lector con facilidad. Es como una catarsis porque, quienes conocemos a Édgar Sandino, nos parece que Agustín es un espejo de las experiencias de su vida y gran parte de su transcurso vital identifica la personalidad del protagonista de “Arlequín”.
A través de un diario, que se transcribe dentro de la novela, y un sinnúmero de reflexiones que van del amor a la muerte, de la soledad a la depresión, de la profesión del artista a la envidia y la cotidianidad, se configura una vida incomprendida, como la de muchos de nuestros contemporáneos, jóvenes y viejos, desolados y sin horizonte, solitarios y sin esperanzas a pesar de sus profesiones y relativos éxitos profesionales.
Esta novela, publicada por la joven editorial independiente “Caza de Libros”, de la ciudad de Ibagué, y enmarcada en su destacada colección “Club de lectores”, está llamada a jugar un papel importante en los procesos de lectura que adelantan las entidades educativas y culturales del país.
Sería fantástico que se leyera en los colegios y las universidades, porque desentraña los problemas de identidad y las angustias existenciales que padecen tantos personajes que deambulan por este siglo que nos ha tocado en suerte vivir.
Los invito a leerla.