Revista Pijao
Una porteña frente al último río salvaje de Europa
Una porteña frente al último río salvaje de Europa

Por Héctor Pavón  Foto

Revista Ñ (Ar)

Después de residir diez años en Francia, el vivir, el pensar y el hablar están cambiando en Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977). Una parte importante de su vida ya transcurrió en otra tierra y lejos de las ciudades. “Viví en un hamau, un caserío en el bosque cerca de Cosne sur Loire. Ahora estoy al lado de la Loire, el último río salvaje de Europa, en un pueblito medieval a 15 kilómetros llamado Saint Satur, fuera del tiempo”. “Lo que espero del paisaje es poder escribirlo, ¡soy una porteña escuchando a Goyeneche en medio de los viñedos!”, se define. En esos parajes casi fantásticos produjo una obra inicial que la ubicó en un estilo no fácil de definir y, sin embargo, distinguible. La débil mental (2014); Precoz (2015) y Matate, amor (2012, reeditada este año) son sus tres nouvelles. ¿Las une el espanto, las cruza el terror?

Hay mucho de eso, hay otro tanto de concepción familiar astillada, de explosión social en el interior de lo que fue el núcleo de la sociedad. De lo que fue, de lo que Harwicz esboza en su escritura –temible y atractiva–, de la vida que lleva de un lado y otro del océano. De hecho, esta conversación comenzó en Guadalajara, durante la última Feria del Libro, en noviembre pasado. Hace pocos días contó por mail que está trabajando en otra novela que “por ahora se llama Racista, donde un historiador es acusado de tal, hay una persecución en su cabeza y en fronteras imaginarias, en esos límites que siempre son un fantasma y un síntoma. Es, también, y sobre todo, un alegato de muerte y guerra contemporánea que será escrito bífidamente, a dos lenguas. No sé si va a nacer este hombre o si va a morir en el intento, pero eso es escribir, intentar dar nacimiento”.

–Tus tres libros se meten en la disolución y en la generación de nuevas familias. O lo que llamábamos familia. Hay perversiones. ¿Qué idea de núcleo social está presente allí?

–Me viene la idea de desintegración de familia, desarmada, desarticulada, rota… de imposible. En Matate, amor hay una madre, un bebé recién nacido y un marido. Y está el arquetipo, la idea de familia pero que genera mucha infelicidad. Esa idea ha ocasionado tantos suicidios como el amor romántico. La idea de familia es algo muy perverso: gente sentada alrededor de la mesa, que te hace regalos en Navidad, casándose, bailando. A mí siempre me pareció una impostura, un ideal que mortifica, que genera infelicidad. La débil mental es una madre y una hija, ya no hay idea de familia posible porque ya el padre no existe, los hombres tampoco, no se arma la tríada, y después es la desintegración total, el estado de marginalidad, una madre y un hijo, pero ya mucho más border, más asociales. La idea de familia me parece una pretensión oscura.

– ¿Cómo fue que le diste forma a esas relaciones?

–Estudié cine y dramaturgia, no utilicé parámetros clásicos. No partí de la idea de unos personajes que tienen tal motivación, tal deseo, tal dificultad, no fue de esa manera. Fue mucho más desde el lenguaje: me dejo llevar por una atmósfera que puede ser –por ejemplo– la temporada de caza: hay balas perdidas, olor a pólvora, hay sangre. Entro ahí como en un cuento fantástico y ya los personajes andan solos. Tengo que crear las condiciones de vida. Por ejemplo, un rancho abandonado –en Precoz–, gente sin papeles siempre perseguida por la policía. A los personajes los veo vivir, pero tuve que crear primero el mundo.

– ¿Y los pensás enmarcados en el género de terror?

–Los que escriben literatura de terror verdadero dirían que esto no lo es. Yo no manejo el género, me imagino que no entra en los cánones, en absoluto… Sin embargo, a mí me da terror. Se lo dije a mi editor, Damián Tabarovsky: “Para mí Precoz es una peliculita de terror”.

–Hay clima…

–Tenebroso. Alguien deambulando en medio de la noche que pide ayuda. Alguien que abre una puerta, una vecina que abre tumbas para sacar huesos. El clima es de terror, no tanto lo que hacen los personajes.

– ¿Y cómo te llevás con los géneros?

–Súper mal, o ellos se llevan mal conmigo. Yo escribía guiones cinematográficos y me decían que eran muy literarios; escribía obras de teatro y me decían que eran muy cinematográficas. En un género estaba siempre incómoda, no satisfacía las demandas del género. Y lo que encontré en este formato de nouvelle fue mi lenguaje: una cruza de cine, novela y teatro con muchos registros de la oralidad. Lo veo como un ensamblaje, no como algo puro. Digo que es novela, un monólogo teatral, poesía. En Barcelona leyeron La débil mental como teatro. Y Matate, amor –hoy en cartel en un teatro de Tel Aviv desde hace un año– se va a estrenar en abril en Buenos Aires, dirigida por Marilú Marini y protagonizada por Erica Rivas.

–Se cuelan actores muy reales en tus novelas. ¿Qué te provocó la irrupción de nuevos pobres en la escena europea?

–Decir que me desligo de la realidad, que no me importa, que hago novelas autistas sería mentir. No son costumbristas pero sí me interesa la realidad. Yo vivía en una zona bastante pobre. No era una villa miseria ni había gente viviendo bajo el puente, pero sí con nuevos pobres que son los nuevos zombies. Muchos son de Europa del Este, andan deambulando: agarran comida de la basura, tienen donde dormir, tienen ropa y comen pero andan vagando. El clima de Precoz está basado en esos campos de refugiados, hay conflictos entre vecinos, gitanos, los nuevos pobres. Todo ese clima de guerra y de tensión, de tercera guerra mundial o de enfrentamientos culturales. El islam y la cultura occidental están ahí. Hay una incidencia en la realidad, absoluta. Hace 10 años que estoy en Francia y la lengua empieza a meterse cada vez más. Empieza a meterse por debajo de la puerta, a invadir, colonizar en el buen sentido, si existe. No soy bilingüe pero tengo la cabeza sucia de francés. Mi hijo sí es bilingüe, porque nació en Francia. Su cabeza bilingüe es bífida, doble. El desafío va a ser cómo va a operar la lengua en la nueva novela.

Matate, amor, Ariana Harwicz. Mardulce, 160 págs.


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