Revista Pijao
Cuentas saldadas
Cuentas saldadas

Por Sebastian Basualdo

Página 12 (Ar)

No importa tanto si es cierta como lo fascinante que resulta la historia: un día, un escritor inédito llamado Edgardo Caprano le envía una caja repleta de manuscritos a Germán Maggiori. Por aquel entonces, el autor de Cría terminal estaba pasando por una etapa de crisis existencial ligada a una notable falta de productividad. “Recuerdo que al poco tiempo de recibirla, como si la cosa hubiera destrabado los engranajes de la rueda de la fortuna, me llegó una invitación a participar de una antología de escritores de mi generación”, señala Maggiori en el apartado final de Egotrip, a modo de postdata. Motivo por el cual, envía tres cuentos. Uno de ellos es una trascripción casi sin correcciones de un texto de Caprano. Y resultó seleccionado. A partir de este momento comienza una historia. Germán Maggiori intenta localizar por todos los medios al escritor al tiempo que se cubre en todo lo referente a los aspectos legales por autoría. No consigue jamás encontrar a Caprano. A modo de provocación y tentado por el afortunado malentendido del plagio, ensaya otro intento por forzar un encuentro y en 2009 arma un volumen de cuentos donde mezcla la producción propia con los de Edgardo Caprano y lo manda a un concurso literario. “Pensé que si me lo publicaban, iba a verse tentado de leerlo”. El Fondo Nacional de las Artes le otorga el segundo Premio en el género a Poesía estupefaciente; pero Caprano sigue sin aparecer. “En un sentido, Egotrip es una tentativa de ordenamiento definitivo de la lectura y reescritura de la obra de Edgardo Caprano de acuerdo con la cronología y la coherencia interna de los hechos narrados en los cuadernos y el resto de los papeles sueltos que recibí en 2008”. Y más adelante, sostiene: “Entiendo que su silencio sostenido implica la aceptación de un juego, y que ese juego se termina cuando ya no quede una sola página de Caprano sin publicar. Este libro es entonces mi forma de ponerle fin a un juego de escondidas que ya lleva ocho años”. 

Egotrip es un libro con apariencia de relatos encadenados. Luego estos derivan en una novela para finalmente constituirse en una poética reflexión sobre el deber ser y el lugar del artista en una sociedad como la nuestra.

  –Sí, es verdad, el texto va mutando a medida que avanza. Es una estructura que me parece que es consecuente con los cambios de registro que sufre la voz del protagonista, en torno a cuya figura está vertebrada la serie de relatos a los que te referís. En ese sentido, el libro puede leerse también como una novela de aprendizaje, pero que en lugar del joven esteta –que sería el héroe arquetípico del género– pone en el centro una contrafigura como es Edgardo Caprano, un derrotado, un clown decadente que emprende, obligado por las circunstancias, un viaje muy oscuro que termina en una especie de revelación. Al final Caprano encuentra su voz de poeta, y también un nicho en el sistema donde puede vegetar sin llamar la atención, encuentra su modus de sobreviviente, digamos.  

La historia en relación a Edgardo Caprano resignifica y hasta excede el libro. ¿Por qué la decisión de hacerlo público ahora y no con la salida de Poesía estupefaciente?

  –Bueno, como cuento en la posdata, en la época que me llegaron los cuadernos yo estaba muy bloqueado, la novela en la que venía trabajando se había empantanado, sentía que como escritor estaba acabado. Entonces empecé a transcribir las páginas de los cuadernos de Caprano a un archivo de texto, alterándolos un poco. La idea era intervenirlos como hacía Puig con las cintas en las que grababa las entrevistas de los que luego se convertían en sus personajes. Era como una especie de terapia que me ayudaba a sobrellevar esa crisis en la que estaba metido. Trabajé sobre cuatro relatos de él y los junté con otros tantos que tenía escritos y armé lo que sería Poesía estupefaciente. En ese momento no me pareció oportuno darle la dimensión de crédito que le correspondía a Caprano, aunque en la nota preliminar de aquel libro dejé claro que tenía una deuda con él. Mi intención nunca fue robarle sus textos, fue más como un juego y una provocación fallida. Yo esperaba que Caprano apareciera y montara un escándalo, pero su silencio me desconcertó y entonces no me quedó más remedio que llevar el juego hasta el final.   

Un gran tema literario, por otra parte. Algo así como la historia de Max Brod y Kafka pero con otro desenlace.

  –Claro, ¿qué hubiera pasado si Max Brod publicaba la obra de Kafka como propia? ¿Se hubiera podido sostener el engaño? La apropiación y el juego de la apropiación están en el origen del lenguaje, la capacidad mimética y empática que distinguen al cerebro humano del de los demás animales fue lo que nos permitió pasar de una evolución mediada por genes a una evolución mediada por la cultura. En literatura atribuir la obra propia a un autor ficticio es un recurso que ya se usaba en las novelas de caballería y que Cervantes parodió en el Quijote con Cide Hamete Benengeli, pero atrás de esos procedimientos está también el conflicto con los precursores ¿cuál es el límite entre la influencia, el tributo y el plagio? El tema recorre nuestra literatura, desde el uso que hizo Hernández de la gauchesca de Estanislao del Campo y sobre todo de Lussich, del que toma su voz. Está Borges que tenía una técnica muy sofisticada de extracción “selectiva”, trabajaba con autores menores de los que abducía buenos argumentos que habían sido malogrados en su ejecución y los reelaboraba en cuentos perfectos que clausuraban el tema. Es lo que hizo por ejemplo en la Biblioteca de Babel con un argumento que sacó de un escritor alemán, Kurd Lasswitz, o lo que hizo en “El jardín de senderos que se bifurcan” a partir de una idea que había leído en Starmaker de Stapledon. Y está Arlt, por supuesto, al que Onetti exonera con su fórmula genial: “Nunca plagió a nadie, robó sin darse cuenta”.

Más allá de la cuestión de la autoría, surgen otras cosas mucho más interesantes, como la del diálogo secreto con otro escritor, por ejemplo. ¿Te interesaba ese planteo?

  –Sí, por supuesto, hay muchos niveles de diálogo, abiertos o solapados, que pueden establecerse entre autores a través de sus obras. Lo primero, creo, es el posicionamiento, una vez que se toma la decisión en términos de poética, de estrategia de ficcionalización, se establece toda una serie de relaciones que lo acercan o alejan a uno de las distintas constelaciones de autores. Es un diálogo muy rico que hace a la evolución de un sistema literario, que se produce por la lucha y la mutación, por el debate y el diálogo, eso que Tiniánov dijo en 1926 y que aún tiene vigencia.

Entre los excesos y la idea del fracaso, hay una mirada del protagonista sensible y lúcida en Egotrip.

  –Puede ser, la de Caprano es una lucidez cruzada por la distorsión. Los excesos están en el origen de la percepción distorsionada de los hechos de los que participa, por eso a lo largo del libro, en la medida que Caprano va dejando atrás sus vicios, o en la medida que cambia su adicción por las drogas por la adicción a la autoficción primero y a la ficción lisa y llana al final del camino, es que va emergiendo su costado sensible y sus condiciones reflexivas, pero parten de una anomalía en la percepción, de su dismorfopsia. Caprano lucha para combatir al monstruo que ve cada vez que enfrenta un espejo.

Egotrip Germán Maggiori Edhasa 286 páginas


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