Manizales, Caldas (1943)
Manizales en la narrativa de Adalberto Agudelo
Por: José Miguel Alzate
Adalberto Agudelo Duque es, en narrativa, el escritor más importante que tiene Caldas. Un autor que ha obtenido reconocimiento a nivel internacional por la calidad de su trabajo literario. Pero, sobre todo, un escritor comprometido con su entorno. A Manizales le ha escrito sus mejores páginas.
La mayoría de los cuentos incluidos en “Variaciones”, el libro que obtuvo en 1994 el Premio Nacional de Cuento Colcultura, están escritos sobre aspectos de la ciudad. El suyo es un trabajo que muestra no sólo su preocupación por la palabra sino, además, su interés por convertir a Manizales en el espacio geográfico de su obra como narrador.
Llama la atención en Adalberto Agudelo Duque su insistencia en hacer de Manizales esa Comala que inspiró las ficciones de Juan Rulfo. Es, sin duda alguna, el autor que más ha trabajado los temas de la ciudad.
En su primera novela, “Suicidio por reflexión”, publicada en 1967, aparece la capital caldense como escenario de vida. Oscar Olivares, el personaje central, simboliza en su apellido el nombre de una quebrada que cruza con sus aguas turbias un sector deprimido.
Pero el telón de fondo es Manizales. El paisaje urbano, con todos sus matices, aparece en las páginas de esta obra que enseña la miseria de esas gentes que habitan en los extramuros.
Finos destellos
Ningún tema le ha sido ajeno a Adalberto Agudelo Duque para retratar con su prosa de finos destellos artísticos su ciudad. La forma cómo Fermín López arribó hasta un paraje del Cerro de San Cancio en la época de la colonización le sirve al autor para escribir un cuento donde recrea el pasado histórico de Manizales. Así lo dice en “La ciudad sumergida”:
“Fermín oyó la quejumbre del carbonero al derrumbarse pero no tuvo tiempo de escuchar la protesta ronca y angustiada de los chamizos rotos ni de ver las mariposas brillando al sol. Al frente, en una ventana abierta de par en par, el paisaje se le entró por los ojos”.
El escritor debe conocer la ciudad para escribir sobre ella. Y Adalberto Agudelo Duque demuestra con su vasta obra narrativa que conoce como nadie a Manizales. Con su lenguaje elaborado la pinta, describe sus calles, hace poesía con sus atardeceres, dibuja su catedral, muestra su entorno humano, habla de sus amaneceres, recrea su historia. Por ejemplo, sobre su proceso de fundación dice: “En el comienzo fue la calle larga, larga: siguiendo el contorno y la cima de la colina aparecieron las viviendas, primero de esterilla y guadua, después de esterilla y cemento en la medida en que sueños y fracasos, esperanzas y éxitos se hicieron viejos en los viajantes de comercio”.
Su prosa
Manizales es viento y agua en la prosa de Adalberto Agudelo Duque. Los personajes de sus cuentos parecen sacados de estas calles que el escritor conoce porque las ha caminado con su mirada de artista.
Los hechos históricos que narra están ligados a la vida misma de Manizales. Como la protesta universitaria de los años setenta que describe en “Toque de Queda”, donde muestra ese inconformismo de los estudiantes que tiran piedra como expresión de su espíritu contestatario.
En esta obra está la ciudad, tomada por la fuerza pública, que corre por las calles lanzando gases lacrimógenos. Aquí el Parque de Bolívar se convierte en escenario de una batalla librada a piedra limpia.
Adalberto Agudelo Duque ha tomado a Manizales como eje donde giran sus historias. Para él, la capital de Caldas tiene encanto literario. Lo enseña en “De rumba corrida”, la novela que obtuvo en 1998 el premio de la Sexta Bienal de Novela José Eustasio Rivera, cuando narra el encuentro de un médico joven con una mujer “petulante y hermosa, fría y calculadora”, que le permite visitarla en su casa del barrio Estrella. Para el autor, “A la ciudad se llega navegando la rosa de los vientos. Por cañadas y precipicios, por la loma de faldas y montañas, descorriendo el velo de las nubes o subiendo las raíces de truenos y relámpagos”. ¿No es esta, acaso, una afortunada descripción de la ciudad?
En su último libro publicado, “Abajo, en la 31”, premio de novela Aniversario Ciudad de Pereira 2007, el novelista vuelve sobre esa preocupación temática de retratar con su prosa de vigorosa fuerza narrativa esta ciudad donde ha crecido como escritor. Caramanta, el espacio geográfico de la historia narrada, donde transcurre entre juegos de canicas la vida de Beto, el protagonista, es la capital de Caldas. Pero es esa Manizales de los años sesenta que no se había extendido tanto hacia sus cuatro puntos cardinales. Una ciudad donde todavía los niños jugaban a las escondidas, donde se elevaban cometas en las tardes soleadas de agosto, donde se escuchaba todavía el sonido de las campanas de la Catedral convocando a misa.
Referente
Casi todos los escritores caldenses han tomado a Manizales como referente literario. Eduardo García Aguilar, Octavio Escobar Giraldo, Orlando Mejía Rivera, Roberto Vélez Correa, Carlos Eduardo Marín, entre otros, han llevado a sus libros las calles de esta ciudad, sus monumentos históricos, sus personajes representativos, sus momentos de gloria. Pero es Adalberto Agudelo Duque, en nuestro concepto, quien mejor la ha interpretado.
La fuerza narrativa de sus novelas logra comunicarle al lector cómo es la ciudad, de dónde viene su historia, qué elementos paisajísticos la adornan. El escritor pinta la ciudad en una prosa que en determinados momentos adquiere tonalidades poéticas. En síntesis, Manizales tiene en Agudelo Duque su novelista mayor.
Las verdades de Adalberto
Por Ángel Castaño Guzmán
Adalberto Agudelo Duque nació un lustro antes del disparo a quemarropa de Roa Sierra.Publicó Suicidio por reflexión, noveleta existencialista, el mismo año del milagro en quiscos bonaerenses de Cien años de soledad. Poca atención captó, quizá por la precaria impresión, la diatriba de Óscar Olivares contra la realidad de un mundo enfermizo, siempre a un paso del abismo atómico. Mala pasada de los dados: el nihilismo sin matices de Olivares prefigura el mohín desencantado de los antihéroes contemporáneos, filósofos de vértigo sentados en el diván mientras las trompetas del apocalipsis televisivo escupen candela.
Fueron necesarios doce calendarios y un concurso de cuento organizado por la gobernación del Quindío para ponerle punto final a un exilio literario causado por rechazos editoriales. En esa ocasión no ganó, las palmas fueron para Evelio Rosero, pero sí anunció un universo estético que, a falta de una más apropiada palabra, llaman experimental. No. A la escritura de Agudelo Duque se le ajusta con precisión el apelativo de anfibia. El docente jubilado y pintor diletante, utiliza registros y tonalidades de diversos géneros para imprimirle a sus textos un ritmo callejero y erudito.
Desde las lejanas épocas de los textículos, poemas prófugos de la hoguera posterior a Suicidio por reflexión, hasta la reciente aparición de Las falsas verdades, repertorio de relatos editado en la colección Voces de fuego, pasando, desde luego, por Pelota de trapo, Premio de Novela Ciudad de Bogotá, Adalberto ha mantenido un combate cuerpo a cuerpo con la lengua, en busca de la solución a una pregunta: ¿quién diablos es? Una respuesta provisional, extraída de diversos momentos de su obra: un poeta.
Múltiples reconocimientos validan la afirmación, entre ellos el Premio Federico García Lorca, Queens College Universidad de Nueva York; además, en sus narraciones, ensayos, críticas y otras piezas de arsenal, se percibe el dolorcillo en las costillas, síntoma concluyente, según el ayer X-504, hoy Jaime Jaramillo Escobar, del artista interesado en arañar la pared, no obstante la marchita sonrisa de dios y la indiferencia de la sociedad pop.
Las falsas verdades, afortunado oxímoron, reúne once cuentos finalistas o laureados en certámenes de heterogénea pelambre. Toque de queda, el primero, es el cierre de Variaciones, cuentario impreso gracias a la obtención del primer puesto en la tercera convocatoria del desaparecido Colcultura. En el Huerto de los olivos, revisitación del martirio de la piedra angular de la civilización occidental, cobra sentido la apuesta de la teología de la liberación, luego retomada por José Saramago en las páginas de El evangelio según Jesucristo, de darle un rostro de barro y carne al carismático predicador galileo. Como noche sin mañana, da bases a la propuesta de acercarse a los escritos de Agudelo Duque con la noción aludida arriba.
En efecto, si se lee como elemento unitario funciona igual de bien que como parte de la novela De rumba corrida. La persecución y posterior muerte de un hampón de baja estofa amén de la intercalación de frases de una canción a modo de apostillas y antorchas encendidas, discurren con la efectividad de la prosa detectivesca, alcanzando epifanías reservadas a la poesía o la música. Los delirios de Bolívar, minutos previos a cruzar las fronteras de Caronte, y la caída en desgracia de un personaje amparado en la sombra del poder posibilitan el despliegue de las destrezas del manizalita.
Por su parte, y para no extender más allá de las fronteras de la cortesía esta reseña, La ciudad sumergida transita con acierto los surcos del mito y la comunión animista de los ancestros con la naturaleza.
En síntesis, un libro merecedor de iteradas visitas. De nuevo se corrobora la fertilidad de la literatura ajena a los circuitos masivos de distribución, feria de vanidades dispuesta para el disfrute de tótems artificiales carentes de personalidad. La lista de los más vendidos, calculada efervescencia mediática, no garantiza permanencia. Arriesgar el pellejo en cada coma, punto y sílaba, quizá. Al fin y al cabo,
Adalberto no se cansa de repetirlo, el poeta escribe para las generaciones venideras.