Por Juan G. Bedoya
El País (ES)
“Burdeos amaneció hoy envuelto para mí en las tinieblas de una profunda tristeza. Nosotros nos vamos. Europa quema nuestros pies”. Esto escribe el 15 de junio de 1940 el capitán Ferrer en la primera entrada de un estremecedor diario que va a tener otras cuarenta, una por cada día que durará la travesía por mar desde Francia hasta América. Eulalio Ferrer Rodríguez (Santander, 1920- Ciudad de México, 2009) acababa de cumplir 20 años y es el oficial más joven de su escala en el derrotado Ejército de la II República. Las penalidades del exilio le han espantado todo afán guerrero. Ha malvivido un año largo en el terrible campo de concentración de Argelès-sur-Mer y esa mañana embarca en el vapor Cuba rumbo a México. Le acompañan sus padres y una hermana, y viaja en tercera clase, como otro medio millar de fugitivos. Pero Ferrer no es un cualquiera entre tantos. Esa mañana, el joven capitán decide hacerse escritor y ejercer de analista político. Lo hará con una perspicacia que en aquel momento resultará dolorosamente profética. Ha acabado la guerra de España y empieza la guerra de Europa, pronostica en los primeros párrafos del diario de a bordo. “En el ambiente late el presentimiento de una gran catástrofe. Abandonar Francia, donde tantas amarguras he padecido, solo debería concitar alborozo. Pero el panorama es sombrío también para nosotros. ¡Ay, cómo siento cabalgar el drama sobre Europa!” Este pensamiento, anotado el primer día del diario, ensombrecerá todas sus reflexiones, hasta sumar 41y un centenar de páginas.
Ferrer no publicó en vida ese diario. Lo hicieron sus herederos en 2011 con el título Cuarenta y un días en el mar, editado en México por el Museo Iconográfico del Quijote. Ahora se reedita en un tomo de casi 300 páginas, como segunda parte de un libro mayor, Entre alambradas publicado en España en 1988 por Ediciones Grijalbo con prólogo de Alfonso Guerra, a la sazón vicepresidente del Gobierno. Guerra, entre tantas páginas estremecedoras, subraya la que se refiere a Antonio Machado, caminando débil y enfermo en aquel río humano, un “apiñamiento de pesadumbre y desventuras” que el poeta soporta junto a su anciana madre. “En la placita de Banyuls, Eulalio Ferrer los encontrará sentados en un banco., y en un acto impulsivo de solidaridad les dejará su capote militar para librarlos del frío”, escribe. Este prólogo de 1988 se mantiene en la actual edición, completando una página liminar de la hija de Ferrer, Ana Sara Ferrer Bohorques, presidenta de la Fundación Cervantina de México.
Pero estamos en el vapor Cuba, embarcados rumbo a Santo Domingo después de pagar 600 dólares por pasajero para que el dictador Leónidas Trujillo les permita desembarcar. Finalmente, negará el permiso, sin devolver el dinero. Como Franco en España, Trujillo está entusiasmado con los primeros triunfos de Hitler y no quiere empañar sus ardores fascistas recibiendo “a comunistas y socialistas españoles”.
El diario de Ferrer es, casi en cada entrada, un relato de cómo se ha ido fraguando el estallido de la contienda que iba a resultar mundial. Todo es temor en el barco: a los submarinos alemanes, al Gobierno francés en manos ya del filonazi mariscal Petain… “Allí embarcaba en harapos todo el pueblo español: los artesanos, los maestros, los poetas, los músicos, los sabios, los escritores unidos a los carpinteros, a los albañiles y a los campesinos”. Raro es el día en que Ferrer no escribe sobre algún sobresalto. “Molotov [ministro de Exteriores de Stalin] ha dicho que para ellos es peor el imperialismo que el nazismo”, apunta el 30 de junio. Dos días más tarde explicará las consecuencia del pacto de no agresión entre Stalin y Hitler. Los exiliados comunistas, perplejos, irritados, a lágrima viva, están empeñados en dirimir sus disputas a golpes.
Rechazados por el dictador Trujillo, la alegría de Ferrer se desborda cuando conoce que Indalecio Prieto ha logrado del presidente Lázaro Cárdenas permiso para entrar en México. Inmediatamente, se enfrasca en la lectura de la Breve historia de México, de José Vasconcelos. “Serían aproximadamente las cuatro de la tarde cuando, en compañía de mi querida familia y del inolvidable Ramón Gallut, pisamos la hospitalaria tierra de México. Suena el Himno de Riego. Lloramos. Clavo con orgullo mi pensamiento en el pasado: España, y miro con esperanza hacia mi porvenir: México. Cuando mi madre me pregunta por lo que sigue, contesto: Vivir”. Eso escribe el 26 de julio. Fin del diario.
Eulalio Ferrer pasó a Francia desde Barcelona. Escapaba de una muerte segura a manos de los vencedores en aquella guerra incivil que la jerarquía del catolicismo consagró como Cruzada. “Cruzada, sí, pero con una cruz gamada”, aclara Ferrer. Con 18 años había sido secretario general de las Juventudes socialistas en Santander, pero despuntaba ya como hombre de la cultura y el pensamiento. Su vocación nació en un hogar donde el padre, tipógrafo, completaba su salario corrigiendo manuscritos de Menéndez Pelayo. Un día, en el campo de concentración, escuchó los gritos de un soldado barbudo. "¡Cambio tabaco por libro!". Hecho. Era el ‘Quijote’. Allí nació la pasión de bibliófilo. Su Museo Iconográfico Cervantino en Guanajuato, el más importante del mundo, reúne más de 800 piezas, entre pinturas, esculturas o grabados.
O coche o carnet del PSOE
Empresario de éxito, publicista y, sobre todo, escritor de 35 libros que lo encumbraron hasta un sillón de la Academia Mexicana de la Lengua -El lenguaje de la publicidad, De la lucha de clases a la lucha de frases y la novela ‘Háblame en español’, por ejemplo-, Ferrer destacó en España como un gran mecenas. "A veces me preguntan cuánto he gastado en el Museo Iconográfico del Quijote, o en patrocinar premios y becas, por ejemplo. Les digo: una casa en Nueva York, otra en París, otra en Madrid, y un yate en el puerto de Santander. No tengo eso, pero me siento bien pagado".
Nada más llegar a México, encontró un buen empleo en la revista Mercurio, pero en 1946 fundó la agencia Asuntos Modernos, que en 1960 pasó a llamarse Publicidad Ferrer, con oficinas en Nueva York, entre otras grandes ciudades. Cuando se compró, muy pronto, el primer automóvil, el padre le dijo: "Tú eres un burgués. No se te ocurra volver por el partido".