Revista Pijao
Y mañana serán hombres
Y mañana serán hombres

Por Laura Galarza

Página 12 (Ar)

Acaso en un principio la vida es como ese gran kiosco que mira Martín –el niño de “Mañana solo habrá pasado”– aferrado a la mano de su padre que hace un momento le pidió que elija lo que quiera. “La gran variedad de oportunidades lo tenía embelesado y, a la vez, indeciso. Maravillado es la palabra; ya que al tiempo que le soltaba lentamente la mano a su padre, la mirada recorría el kiosco. Absolutamente todo lo que estaba al alcance de su vista parecía exigirle una duda y un deseo, la satisfacción y la angustia de tener que elegir algo”. ¿En qué momento la vida se convierte en otra cosa? En varios de los cuentos de Mañana solo habrá pasado, hay un niño que espera: a un padre que no llega a horario, a una madre que contenga; incluso algo más simple: un regalo, un gesto. Y entonces aprende que entre lo que espera y lo que acontece –siempre tarde, desfasado –hay un vacío oscuro e irremediable. Y así, el niño se hace hombre.

En esa franja de pasaje es que deambulan –aun atónitos frente a ese paraíso que se sabe perdido para siempre– los personajes de Mañana solo habrá pasado, el libro de cuentos que Sebastián Basualdo recrea (vuelve a crear) con parte de libros ya publicados más nuevos textos. Y es desde ese cuento que da título y sostiene al libro (no en sentido formal sino existencial), que parecen desprenderse hilos invisibles que tejen los demás relatos, “Es parte de mi proyecto literario que las historias circulen  como partes de un rompecabezas imposible”, explica el autor en el prefacio.

En “El disparo” el relato que abre el libro, el padre y el hijo se encuentran después de mucho tiempo en un polígono de tiro. ¿Por qué su padre eligió ese lugar? “¡Tirá!” grita él antes de que el chico gatille y su disparo resulte “muy lejos del centro”. Más adelante en “¿Dónde está Laura?” un hombre (bien podría ser aquel muchacho del polígono) se mira al espejo con un arma en la mano y se ve “como si fuera a pegarse un tiro con una palabra”.

“Éramos muy jóvenes y teníamos la extraordinaria virtud de no tomarnos en serio, tal vez por eso vivíamos como si realmente hubiésemos deseado grandes cosas”, dice Lautaro (protagonista que aparece con diferentes edades a los largo del libro) mientras habla por chat con sus amigos de la juventud. “Los embajadores de la luna”, son ahora treintañeros. “Qué maestro”, “qué hijo de puta”, dicen los otros porque uno de ellos se levantó a una rusa de estonia, y anuncia que espera una hija de ella aunque no sabe con certeza si él es el padre. “Se llamará Nikita”, ¿nadie dice nada?” Cada uno de estos hombres intenta parecer lo que no es y evita hablar de lo que importa. Utilizando solo esas líneas de chat como recurso narrativo, Basualdo logra con gran acierto, bordear un sinsentido asfixiante y deja en claro cómo a estos amigos, la vida que alguna vez anhelaron, se les escapa. “Quizás porque saben demasiado de vos –o vos de ellos– , te resulta imposible conciliar el presente con lo que fuiste o hubieras deseado ser, sin sentirte un poco avergonzado de vos mismo”.

Como una consecuencia inevitable y fatal, la pérdida es entonces, otro de los temas vertebrales del libro. Aquello que se pierde puede ser la bicicleta  Legnano o la mujer que no llama en el relato “La bicicleta”; también ese avión que está a punto de partir en “Los discípulos de Saussure” o el hijo no nacido en “El tres de oros”. El modo con el que cada personaje enfrenta y asume lo real de esa pérdida, será lo que lo defina. Ahora bien, la pérdida y lo que se hace con ella, puede o no encontrarse en un mismo relato. A veces, los enigmas que Basualdo planta en un lado, se resuelven en otro, a modo de sinfonía. Aunque, como en toda buena literatura, resolver no tenga que ver con hallar respuestas sino con generar apertura de sentido. Así, por ejemplo, el Lautaro del cuento “Recuperar las Malvinas”, se alista en la Armada para escapar de su casa y parecerse a su padrastro (“Yo lo admiraba y lo odiaba. ¿Es posible sentir eso?” ¿Se puede querer a alguien y ser injusto?”) Sin embargo, ese mismo acto de elegir, en un gran revés, lo lleva a enfrentarse con él mismo. La pérdida –en este caso de los ideales– se erige como la condición de ser.

“Cuando uno es chico encuentra siempre un motivo para justificar a los que quiere”, dice el hijo de “El hombre que solo aprendió a huir”, el cuento que cierra el libro. Lautaro se siente fuera de lugar cada vez que vuelve sucio de haber pasado horas con su padre con quien se comió una costilla de cerdo a la riojana en un hermoso restaurante, mientras en la casa, su madre y su padrastro “se las arreglan con un plato de fideos”. ¿Cómo nombrar al padre delante de ese otro nombre que su madre llama “su padre postizo”? ¿Padre es el que lo saca a pasear y promete regalarle un auto que no puede comprar? ¿O el que alguna vez con esfuerzo le compró aquella bicicleta? “Sé que ni mi madre ni nadie, me impidió jamás que nombrara a mi padre; pero un día dejé de hacerlo, creí entender que mi padre pertenecía a un orden distinto de mi vida y debía quedar fuera de casa”. Qué es un padre y cómo vérselas con él es otro de los grandes temas de la obra y reverbera hasta el final.

Sin duda la reescritura en Mañana será pasado, de la obra anterior de Basualdo (Cuando te vi caer de 2008 y Fiel de 2010, da como resultado un salto cualitativo. Porque aquello que se nombraba como caída o (in)fidelidad, gracias a esta nueva lectura y orden de cosas, se interpreta  desde la más absoluta humanidad. “Hay hombres que se pasan toda la vida esperando que les suceda algo grandioso” fue lo último que le oí decir a mi padre”, se lee en uno de los textos cortos que se intercalan a los relatos mayores del libro y funcionan –junto a las bellas y atinadas ilustraciones de Cristian Turdera– como bisagras.


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