Revista Pijao
Su majestad el punk
Su majestad el punk

Uno es de los primeros cronistas alternativos que en los 70 vio el punk en vivo y en directo y le dedicó un libro ya clásico, Punk, la muerte joven, de 1978. El otro protagonizó una de las pioneras bandas locales del movimiento, Los Violadores. 

PIL: En el 76 yo tenía diecisiete años, estaba en la adolescencia, a la banda entré a los veintiuno. Durante esos años, los arrestos callejeros eran de rutina. Salía de casa para comprar unas zapatillas medio stones a la Galería del Este y volvía arrastrándome a mi casa. Preso por marchar en la calle. Preso por portación de rostro rockero. Te llevaban con las manos caminando por la calle. Junto a otros veinte que tampoco habían hecho ninguna otra contravención, sin dejarte llamar, ni llamar ellos a tu casa, sin darte agua, ahí tirado en un calabozo. Para que te vayas pudriendo, decían. También llegaban tipos de lo mejor, superempilchados, que traían de Mau Mau y otros boliches de clase alta.

En todo recital o teatro que hubiera rock, en la puerta estacionaban un furgón azul y un patrullero. Tenían una consigna explícita: cargar una cantidad equis de pibes. El tema “Volvieron con la golosina” habla de eso.

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JC: Contarlo ahora parece decir el resultado de los partidos de fútbol con el diario del lunes. En esos mismos días yo estaba (perdido) en Buenos Aires. Tenía el proyecto de hacer una revista de autoconocimiento y reconstrucción interior, y la plata de la venta de un departamento para hacerla. Pero me daba vergüenza asumir esa bandera cuando en el sur, además de las payasadas y borracheras presidenciales, morían pibes. Un día venía de descargar mis rabietas en Río Abierto y en un bar de Canning y Paraguay me encontré con Ralph Rotschild y Jorge Pistocchi que ya publicaban la revista Pan Caliente. Obvio, me pidieron – ¡me exigieron!– una nota de opinión. “El país de los boludos” fue el título de esas dos o tres carillas en las que argumentaba por qué la invasión y el circo montado alrededor me parecía un delirio digitado, una patriada para tapar la sinsalida del proyecto militar. Terminaba, recuerdo: “Buscan un nuevo escenario, las islas en el fondo les importan un carajo”. Obviamente, me la rebotaron. Lo menos que me dijeron fue “Sos un antipatria”. “Sí” les dije. “Si esto es la patria estoy en contra”. Durante los meses siguientes debí soportar el mote que me pusieron: punk de cuarta.

El punk de cuarta intentó venderle el mismo texto a Andrés Cascioli, que me publicaba en Humor cualquier escrito que le acercara. Nunca llegó a leerlo. Tomás Sanz, el jefe de redacción, directamente rompió mis hojas. Esa quincena, con todo, publicaron la memorable tapa con la caricatura de Gómez Fuentes, el relator oficial, con la lengua llena de pelos. 

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PIL: Un tema que quiero mucho es “Seis novelas”. Osvaldo Soriano todavía vivía cuando empecé a leer sus libros en los 80 y, a través de sus personajes, a sentirlo a él como alguien entrañable. Un tipo que por atreverse a escribir lo que pasaba por debajo de la realidad oficial debió rajarse del país. Desde Triste, solitario y final en adelante –A sus plantas rendido un león, No habrá más pena ni olvido, Una sombra ya pronto serás– cada vez que lo leía o recordaba porque alguien lo mencionaba, no podía dejar de verlo, enloquecido por San Lorenzo como era, escuchando los partidos por teléfono desde Bélgica y Alemania. Me reconocía argentino en él.

A través de Soriano, mi letra también le habla al tango: “Me dijiste una sombra/ ya pronto serás/ me quedé mirando al cielo/ sin respirar/ te dije tendremos un triste solitario final/ gritaron sus plantas rendido un león/ te busqué en el norte/ te busqué en la montaña/ te busqué en la costa/ te busqué en Ushuaia...” No sé qué buscaba. Al cantarla sentía que estaba haciendo algo más que meter sus novelas dentro de un contexto lírico: que estaba como en una road movie reencontrándome con la Argentina... pero era más bien meter las novelas en un contexto lírico...

A Manuel, el hijo de Soriano, me dijeron que le gustó el tema. Todavía no se dio de conocerlo. Yo estaba con mis problemas con la cerveza, como el boxeador de Cuarteles que va al pueblo a que le rompan la cara…Me enganchaban sus personajes fracasados. Al final de la película No habrás más pena ni olvidos, cuando el tipo dice “Uh, ahora viene el ejército y nos salva”, la ironía ingresaba a mi inconsciente y se montaba sobre otras terribles fantasías que me habían quedado de aquellos años de plomo. Sentía a Soriano como un gran amigo, muchas noches me acompañó mientras lo leía y muchas veces sentí que a través de mi música, yo también acompañaba como amigo a muchos pibes.

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PIL: Tengo mis fetiches. Uno es Stendhal con Rojo y Negro. La canción que se llama “Ellos don” dice: “Rojo y negro/ son diferentes emblemas”. Otra es “Le Rouge et le noir”, que habla de un asesinato en una ópera. Y ahora una nueva “Rot und Schwartz”, esos colores en alemán, inspirada en El jugador de Dostoievski, un tipo que va por la vida buscando gitanas que le adivinen la suerte, y sólo juega al rojo y al negro. Me faltaría una “Rosso e nero”, una “Red & Black”, otra “Vermelho e Preto” ¿no? Leía en la cama hasta que se me cerraban los ojos. El primero de Stendhal fue en los ochenta La cartuja de Parma pero el que me pegó verdaderamente fue Rojo y negro, recientemente lo escuché en un audiolibro con la voz de Vargas Llosa. Me iba a dormir con el auricular puesto y en algún momento la historia de Julián Sorel hizo clic en algún lugar.

Como Homero y otros libros clásicos me llevaban a un mundo de fantasía y otras realidades. Ya cuando empezaba a caminar de tarde o noche por las librerías de Corrientes entraba en esos mundos. Ni bien me hacía de alguno o algunos libros, entraba en Banchero y mientras me mandaba la promo de dos muzzarellas y un vaso de gaseosas, ya empezaba a leerlos. No siempre los terminaba. De algunos uno lee unos capítulos, me resultaba suficiente. Otros, como Los ciento veinte días de Sodoma de Sade, o La filosofía en el tocador o Diálogo entre un sacerdote y un moribundo, no los podía largar. El sacerdote quería darle la expiación y el moribundo, poco a poco, lo llevaba a él al peor de los mundos. Yo entraba por esas sinceridades bestiales. Hay influencias de la moral y del sadismo del Marqués de Sade e mis canciones. Yo también puedo ser las dos cosas. Él se pasó la mayor parte de su vida preso en la Bastilla. Nadia, no recuerdo su apellido, una profesora de Filosofía y Letras, publicó un pequeño fascículo analizando minuciosamente las letras de Los Violadores y encontró muchos paralelismos que yo ni siquiera era consciente. A veces las canciones trascienden lo que  pienso o quiero decir. Años después, cuando las escucho atentamente, me pregunto  cómo carajo fui capaz de expresar eso. En “El último hombre”, por ejemplo, cómo un pendex de veinticinco años va a escribir algo tan permanente como: “No tengo destino y ni sé a dónde voy/ sólo hay estrellas, vacío, agujeros/ vacíos a mi alrededor/ Escéptico, incrédulo pero no puedo fallar/ mi instinto de poder empuja mi voluntad/ Yo soy el vicio y la virtud/ yo soy el último hombre”.

Con información del diario Página 12 (Ar)


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