Revista Pijao
Sobre Antonio Camacho Rugeles: el artista al que no dejaron regresar
Sobre Antonio Camacho Rugeles: el artista al que no dejaron regresar

Una época y un periplo 

Al visitar la década de los años 60 del siglo pasado en la vida cultural de Ibagué, para entonces un pueblo grande con maquillaje de ciudad, resalta la actitud rebelde y contestataria de un grupo de jóvenes poetas y pintores, cuentistas y teatreros que escasamente arribaban a los veinte años. Lejos se sentían de la actitud provinciana de la sociedad en aquel tiempo caminando entre la pacatería y el falso moralismo y respiraban con pasión los nuevos aires políticos y literarios. Adoptaron el pelo largo, desenfado en su ropa y una conducta que le resultaba extraña a los tradicionales. Pero no se trataba de una pose sino de una actitud porque tenían sed por aprender y no les fue ajena la revolución, los novelistas y pensadores franceses, el nacimiento del nadaísmo ni las nuevas tendencias políticas internacionales que empezaban a brotar como las aguas de un río refrescante. Sacudirse de la aldea no les fue fácil y en un principio les importó no pertenecer a partidos ancestrales e inclusive en su gusto por la música y el cine tenían sintonía con la nueva expresión y los directores independientes con mirada lejos de lo comercial.

Sin duda es desde allí que empieza el protagonismo de Antonio Camacho Rugeles como director de teatro, autor de cuentos, poemas y pinturas, al tiempo que su indocilidad bebida igualmente en su condición inicial de estudiante de la naciente facultad de Bellas Artes de la Universidad del Tolima. A su lado estuvieron Mario Lafont, Hugo y Roberto Ruiz Rojas, Víctor Hugo Triana, María Victoria Dossa y todos aquellos que caminaban y soñaban bajo la misma sintonía con el mundo. Sus coetáneos habían nacido entre 1940 y 1945 en Ibagué, como él, cuya biografía creyeron sus captores y asesinos que borraban del mapa al desaparecerlo el 16 de julio de 1985. Cuarenta años le bastaron para inscribirse en la esquiva lista de los inmortales en esta región, aunque sea uno más de los tantos caídos por la represión del Estado en la dramática violencia colombiana.

El teatro como bandera

Antes de marchar al exterior, el ejemplo que dejaron para la época en la ciudad Jorge Alí Triana, Carlos Duplat y Jaime Santos, con los que trabajó el novelista Héctor Sánchez, fue el acicate para no dejar morir una acción que a lo largo de los años entregó Antonio Camacho. Su labor fue intensa y sin tregua a pesar de las dificultades económicas, en las que se vio el montaje de obras de Eugene Ionesco, Bertolt Brecht, Samuel Beckett, Enrique Buenaventura, Jairo Aníbal Niño, Luis Britto García y el Estatuto Indecente de Roberto Ruíz Rojas. Pero no se quedaba quieto puesto que se dio a la tarea de organizar la Casa Ambulante de la Cultura Tolimense que iba por los pueblos presentando obras, inclusive de títeres con el tío Conejo, exposiciones de pintura, recitales y mesas redondas. Toda una acción agitacional y sembrando inquietudes en las comunidades adonde se desplazaba sin patrocinio de institución alguna. No veía completo el panorama para darle vida cultural a la región ante la ausencia tradicional del gobierno y su desdén en este campo, integrando el equipo que hizo célebre el Cine-Arte proyectado en el teatro Tolima bajo la batuta de Roberto Ruiz. 

No son pocas las crónicas, documentales, exposiciones y reconocimientos que se ha hecho a su memoria y sobrevive todo su actuar en las nuevas generaciones que lo mencionan con respeto como un obligado referente. No es para menos si no se olvida a los precursores del movimiento cultural dignos de memoria. Porque se trata de examinar el papel de los trabajadores del arte frente a la gente sin que se hubieran encerrado sobre sí mismos. 

Los obstáculos no lo vencieron y ante la orfandad de escenarios y lugares en Ibagué donde pudiera ensayar por lo menos sus obras de teatro, logró el permiso para hacerlo al fondo de la primera planta de la gobernación. Allí pasaba semanas experimentando las puestas en escena, la lectura de obras de teatro para seleccionar la que fuera adecuada para el momento, y al final para el descanso escuchar con entusiasmo en voz alta las historias escritas por Roberto Ruiz y otros que iniciaban su carrera, al estilo de un precursor taller literario, poco antes de la llegada de Eutiquio Leal, quien lo hace formalmente por primera vez en Colombia y luego desde la universidad del Tolima.  

La política como consecuencia

Por Ibagué mostraba simpatías con el grupo Espartaco integrado por Troskistas y en todos los casos estaba en el lado de los rebeldes y los inconformes. Lo que queda claro es cómo no se quedó Antonio Camacho indiferente ante la militancia política y se fue a Bogotá para seguir su tarea cultural, tropezándose para entonces con la riqueza imaginativa y estratégica del M-19. En el Automático, café de los poetas y los intelectuales, se vivía la bohemia consoladora al romperse el proceso de paz con el gobierno en 1985. Las consecuencias no se hicieron esperar y empezó la cacería de brujas respirándose los resultados por todas las esquinas. Poco a poco fueron desapareciendo a los rebeldes y allí se vio la ausencia del artista que nunca regresó. No resultó indiferente el hecho oprobioso y empezó la búsqueda inútil por medio de cartas de protesta que terminó en la promesa de las investigaciones exhaustivas y la rampante impunidad. 

Lo que vino después

El vacío que quedó por la ausencia de un notable trabajador del arte y la cultura trataron de llenarlo en Ibagué. El ya fallecido pintor y Maestro Jesús Niño Botía organizó la Casa de la Cultura donde se cumplieron acciones durante varios años hasta la asfixia económica. Su valiosa hermana Gloria se dio a la tarea de reunir sus cuadros para una exposición retrospectiva, al tiempo que se escribían crónicas evocando el testimonio de su padre, el tigre Camacho, quien heredó para la región y el país el testimonio de una época anterior cuyo aire se inhala gracias a sus maravillosos testimonios fotográficos, hoy patrimonio nacional. 

Resta un desfile de recuerdos y actos puntuales sobre su periplo. No falta en aquella memoria su tiempo del bachillerato en San Simón, sus excomuniones al presentar La Orgía de Enrique Buenaventura, las acusaciones de blasfemia por su versión sobre la pasión de Cristo, los reconocimientos en el Festival Universitario de Manizales, los elogios en el diario La Patria y Cromos, el cambio entre sus primeros óleos académicos hasta la ruptura con esos postulados avecindándose con el expresionismo vibrante e imaginativo, el documental de hace más de 20 años patrocinado por la Universidad Nacional bajo el sugestivo título de Decidimos no Esperar Más, el de sus sueños y esperanzas, el de la orfandad que queda con su ausencia forzada. 

Mucho queda aún de aquella memoria. La formación del artista primero en las tertulias de la poeta Luz Stella en el Barrio La Pola, de sus poemas amorosos y de desconcierto frente a la violencia, de sus pinturas abstractas y neofigurativas, de sus relatos breves y de las ricas anécdotas de su periplo, de las ilustraciones para libros como las que hizo para el poeta francés Remy Durand, de sus bodegones fundidos en el paisaje, de sus tiempos de profesor universitario hasta que cierran la Facultad de Artes de la Universidad del Tolima, de sus exposiciones en Medellín, Envigado, la Universidad Pedagógica, de su obra seleccionada en colecciones privadas en Suecia, Francia, Alemania, España, México, Estados Unidos, Cuba y Canadá, de sus exposiciones colectivas entre 1975 y 1894, a más de la cumplida en el 91 organizada por Casa-Teatro en Viva el Arte, del detallado perfil homenaje que le hace este cronista en el libro Pintores del Tolima Siglo XX, en fin, para una vida que no merece el territorio del olvido, sigue la evocación en medio de unos días donde aún se evoca, por fortuna, aún pasadas tres décadas de su asesinato. 

 

Carlos Orlando Pardo

Director Pijao Editores

 


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