Revista Pijao
Montañas azules, geografía humana del terremoto (1999)
Montañas azules, geografía humana del terremoto (1999)

Por Daniel Ferreira

El desastre duró un minuto. Dejó 1180 muertos. 500 viudos y viudas. 400 huérfanos de padre y madre. Devastó Calarcá. El sur y centro de Armenia. Afectó el centro de Pereira. Devastó La Tebaida. Sacudió Circasia. Un minuto al mediodía. Luego una réplica a las cinco de la tarde. 1180 muertos. Los días que sobrevinieron en el caos, los saqueos y el desabastecimiento es otra cara del drama. La morgue en la Uniquindío. Las fosas comunes. Los asaltos nocturnos. El toque de queda. Los desaparecidos nunca encontrados. Montañas azules narra cuatro historias en cuatro lugares distintos que fueron escenarios de la devastación del terremoto del eje cafetero en 1999.

La primera historia es la de una pareja en La Tebaida que se dedica a la elaboración de mazamorra, esa bebida tradicional. Son personajes limitados por sus identidades, una mujer que no se atreve a ir a la universidad porque obedece el mandato tribal de que su misión es parir, desea estudiar pero preferiría un oficio manual. El hombre se dedica a proveer lo que puede al hogar, pero las limitaciones del subempleo (autoempleo) no le permiten expresar de forma práctica el apoyo moral a la emancipación de su mujer. No tienen hijos aún, pero ella los tiene en el pensamiento y él en los sueños. Sueña el hombre cuando el mundo se desploma. Una pared de concreto le apisona el tobillo. Llama a su mujer pero al otro lado de los escombros no encuentra respuesta.

La historia de Sandra y de Ángela empieza en una gran casa del antiguo Calarcá. Una gran casa con patio y árbol central, una gran casa que es la solidez y la seguridad y la infancia silvestre de la niña. Allí se reúnen las mujeres cuando empieza el temblor del mediodía. Desde allí observa Ángela la danza extraña de las montañas. Lo que se mueve es la tierra bajo sus pies, pero ella supone que danzan las montañas azules donde va el camino a Bogotá. La madre lleva a la niña a la plaza para enviar un mensaje a su hijo mayor desde el teléfono público y entonces descubren la destrucción en cadena de las casas del pueblo. Medir un desastre no es posible sin instrumentos. Cada paso que dan madre e hija les va abriendo una breve porción del desastre ante sus ojos. Se ha desmoronado la torre de la iglesia. Se ha caído la casa de mercado. La madre lleva a la niña al lugar de trabajo. Intenta rescatar la bolsa de dinero del negocio de juego de azar. Por un instante abandona a la niña. Por un instante deja de ser madre. Lo que recordará la niña cuando deje de ser niña es el baile de las montañas, el descubrimiento del desastre y el abandono de su madre. Para Freud la casa como escenario del sueño y el recuerdo reviste el conjunto de sentimientos entre el individuo y sus semejantes. La destrucción del abrigo del hogar es la destrucción de la vida familiar y de la intimidad. La casa evocada, el pueblo de la infancia evocada, reviste un sentido que corresponde a su afectación real: la simbólica de la plaza es el Apocalipsis, la simbólica de la morgue es la de la muerte, la simbólica del lugar de trabajo es la de la pérdida de seguridad. La simbólica de la madre que deja de serlo es la del desamparo. La niña no capta la muerte, pero la identifica con una separación como en los sueños del desastre.

La historia siguiente da un salto al centro de Armenia. Dora va en busca de su padre, Miguel y ve la caída del edificio donde vive. Va a buscar ayuda para rescatar al padre en el cuerpo de Bomberos y encuentra la estación destruida. Va a pedir socorro a los policías y el único oficial que encuentra llora de impotencia ante la ruina de la estación donde han muerto sus compañeros. En los desastres naturales desaparece todo: las obligaciones estatales, los estratos sociales, la moral que es la interiorización de la ley de cada individuo. Semejante eliminación requiere la evidencia de una eliminación física del orden de las cosas. La historia de Dora es la evidencia de esa desaparición de la autoridad, del padre, de la ley, del universo físico y la dramatización de una obligación: ya no hay mundo, ahora debo hacer algo por mis propias manos.

Continúa la historia del viaje de César y un grupo de habitantes de distintas ciudades que deciden irse a pie desde Pereira hasta los pueblos del terremoto para dar con información del paradero de sus familiares. En el argot popular de sus diálogos se adivinan formas regionales del habla, indicios de sus procedencias campesinas y claves sobre sus condiciones sociales. La región donde ocurrió el terremoto fue una zona de colonización campesina. El fin del sistema hacendatario criollo provocó el sistema de parcelaciones y arrendatarios de la gente sin tierra del eje cafetero. El monocultivo del café se convirtió en un siglo en un sistema de explotación humana a gran escala y las ciudades y pueblos proliferaron en medio de las épocas de violencia partidista como campamentos de arrieros y obreros, pueblos de trabajadores que habrían conquistado la opulencia de los propietarios a viva fuerza muscular, pueblos que no descansaban, salvo a la hora de los temblores, pueblos donde un día libre significa menos comida, pueblos disciplinados por los poseedores de dinero hasta convertirse en ese proyecto territorial pensado como un "paisaje cultural cafetero" donde el sueño del desarrollo se presta a la utilización cultural y humana y se promueve el turismo de alto consumo sobre capas de explotación y riqueza producto de la extracción y la alteración del paisaje. El epicentro del desastre se ensañó en los barrios deprimidos de Armenia, donde estaban las grandes aglomeraciones humanas que habían migrado de paisajes lejanos a cultivar ese territorio de prosperidad.

El narrador es distante y los detalles se omiten. Debido a los diálogos, se suaviza la objetividad del estilo narrativo que está más cercano a la crónica que a la novela. Los destinos individuales se entretejen y las vidas se interrumpen por el destino colectivo. Es un relato concentrado de situaciones que podrían multiplicarse exponencialmente por la cantidad de tragedias inéditas y omisiones estatales que el hecho sigue ocultando, pero la autora decide no expandirse. Montañas azules es una novela sobre la geografía humana de un paisaje devastado por la naturaleza.

El terremoto del eje cafetero 1999 es uno de los tres grandes sismos del sistema de Fallas Romeral que va desde Nariño a Montería y uno de los miles de movimientos telúricos ocurridos en los últimos 10 millones de años. La vida humana es impermanente. Jean Giono escribía crónicas donde los hechos humanos pasaban a ser el segundo plano y eran solo el correlato de los hechos naturales. Lograba así un contraste entre lo permanente y lo impermanente. Montañas azules de Juliana Gómez Nieto aborda desde la novela el terremoto del eje cafetero como episodio dramático de lo impermanente. La novela fue editada en un tiraje ínfimo por Malisia editorial, de La Plata, Argentina, con un prólogo más devastador que el nombre de la editorial y que el tema en sí de la novela, pero hay que celebrar que esta primera novela de una narradora colombiana ahora será reeditada por Editorial Planeta. Juliana Gómez Nieto nació en 1990 en Calarcá, Quindío. Estudió Licenciatura en Comunicación Social-Periodismo en la Universidad Nacional de La Plata. Actualmente publica una serie de reportajes en el periódico Crónica del Quindío titulados Mujeres en eje. La edición colombiana será publicada en junio.

 

Con información de la Revista Arcadia


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