Por Manuela Cano Pulido
El Espectador
Los tildaron de locos, de dementes, de mentirosos. Los quisieron alejar, marginar y exiliar. Amaron y perdieron, escribieron y se marcharon. Y fueron mártires, por sus obras, porque en cada una y cada vez dieron sus vidas. Murieron por una causa: la palabra. No lo hicieron solo en una ocasión, sino varias, cada uno a su manera. Porque sí que una persona se puede morir de diversas maneras y muchas veces en una vida.
Y es así, muertos, entregados a la palabra, que Juan Esteban Constaín buscó resucitarlos en su primer libro, “Los mártires”.
Resucitó a un Friedrich Hölderlin en su supuesta locura, a la que veían con una gran tristeza y hasta con lástima sus familiares, amigos y seguidores, porque esta habían perdido al poeta, arrogante, que antes les conmovía el corazón con sus versos; pero esta locura era, en realidad, la manera en que el poeta se burlaba de un mundo al que ya no pertenecía. Resucitó a Chateaubriand, viendo cómo sus obras eran quemadas en su propio país, huyendo por su vida, y que aún en el exilio, en uno de sus viajes, quienes lo odiaban le tendieron una trampa para asesinarlo, a la que sobrevivió y se vengó sin dubitación.
Son veintiún los cuentos que componen el libro, veintiún relatos, ciertos o ficcionales (qué importa), de la vida de autores de todos los tiempos, veintiún historias escondidas y enterradas debajo de aquellas que ellos en algún tiempo escribieron.
Se rescata, en el libro, la historia escondida de un Francisco de Quevedo, marginado muchas veces por su cojera, señalado por muchos envidiosos de mal poeta, de cobarde y de enfermo, a quien estas etiquetas no amedrentaban, sino que le daban más fuerza, lo hicieron más grande; o también, la historia enterrada de un Voltaire muchas veces sumergido en burlas y palizas por parte de los más grandes señores de la Francia de su época, pero, quien con una valentía e ingenio inigualables se vengó de uno de sus enemigos, que solía humillarlo, riéndose de su pseudónimo y menospreciando su obra.
Y al ser estas vidas difíciles y cruentas, pero, casi siempre desconocidas, muchas veces se conoce la obra, mas no al autor. Y muchas otras es el producto final y terminado aquel que borra todo el proceso que hay detrás de la obra que es, sin dudarlo, la vida de cada uno de estos autores, pues es esta misma la que los llevó a idearlas y a concebirlas.
Es “Orlando el furioso” lo que queda, y no Ludovico Ariosto, el más leal de los servidores que luchó y dio su vida para poder cumplir con la misión de hacer llegar una carta de Lutero al mismo Papa, León X; es “el Quijote” el que perdura, y no el exilio que tuvo que vivir Miguel de Cervantes en Argel y su nostalgia por el país abandonado, con sus años en guerra, la pérdida de uno de sus brazos y su participación en un plan fallido que llevaría a los cristianos presos en este país de vuelta a su patria.
Quizá es por eso que Constaín escribe este libro, con la intención de mostrar la esencia humana detrás de cada una de las historias memorables, pues, presenta que así como los personajes de sus obras, los escritores mismos tienen historias enormes y profundas, olvidadas en el tiempo; pero, dignas de ser relatadas.
Detrás de “Las metamorfosis” de Ovidio nos topamos con que el poeta fue expulsado de su país por los escándalos que había tenido con la familia real y con un amor que nunca fue aceptado, lo que lo llevó a convertirse en pirata, hazaña que lo condujo a su perdición final y a su posterior suicidio. O también detrás de los poemas de Luis de Camoens hay un soldado a la fuerza, que tuvo la obligación de ir a la guerra para combatir por un país y una religión frente a la cual no se identificado ni se sentía protegido; y que por estos dos, que no le importaban en lo más mínimo, dejó de lado su vocación hacia las letras y su búsqueda del amor.
Son mártires, porque tuvieron que desaparecer, ser olvidados ellos mismos como personas, morir en vida, una y otra vez, para que sus obras brillaran y perduraran en el tiempo. Son seres que dejaron de ser después de escribir, porque sus vidas se diluyeron en cada una de sus palabras.
Así, fue el caso de Percy Bysshe Shelly, que no paró de escribir por más de que lo apodaran ‘el Loco’, con mayúscula. Fue expulsado de Oxford después de haber presentado un ensayo sobre la necesidad del ateísmo para luego ser acusado de impío, y de crear el Círculo de la humanidad, que posteriormente se saldría de control y ya no le pertenecería. O también fue el caso de un errante Jean Artur Rimbaud, quien desertó del ejército al detestar su carrera militar, para poder recorrer casi todo el mundo en busca de aventuras, y murió sin saber que sus obras, que se solían publicar anónimas, se le adjudicarían, y que sus poemas se perpetrarían en el tiempo.
Allí radica el asombro que producen los cuentos de Constaín, pues transportan al lector en unas cortas páginas a adentrarse en sucesos que le ocurrieron, o tal vez no, a estos escritores, pero que dan cuenta del humano creador detrás de la obra. “Los mártires” es un libro que se convierte en un tributo a estos artistas que le dejaron al mundo unas de las grandes obras de todos los tiempos, pues, al escribir sobre ellos hace que sus vidas, como personas, más allá de sus creaciones, sean inmortalizadas en las palabras del escritor colombiano.