Revista Pijao
Larga distancia
Larga distancia

Por Nadal Suau

El Cultural (Es)

Y aunque se trate de una pieza menor, rozando lo burocrático, sus breves páginas enlazan de un modo casi premeditado con el primer gran libro de crónicas de Caparrós, este Larga distancia que ahora rescata Malpaso con el prólogo que escribió en su día Tomás Eloy Martínez. Era 1992 y estaba naciendo una voz: irónica, con el ingenio lingüístico propio de la inmediatez pero con bronquios desarrollados para protagonizar persecuciones quilométricas, militante en una primera persona ávida de verdades, en fin: literaria sin ficción.

También en Larga distancia vemos a Díaz del Solís saltar de su embarcación para devenir proteína; lo hace en el capítulo “Cadáveres exquisitos”, dedicado a los despojos favoritos de Caparrós en la historia. En él, todo es muy divertido, casquerizante y anecdótico, hasta que el autor nos recuerda que a los cadáveres, devorados o no, la memoria suele devolverlos para que ningún hipócrita pueda agitar sin ridículo el fantasma irreal de una civilización o una patria incruentas: de 1992 a 2017, Caparrós lleva veinticinco años siendo un enorme cronista.

Los capítulos que conforman Larga distancia no pueden reducirse a una única categoría: hay pasajes históricos (como las vidas de Fouché o Cervantes), mientras que otros son crónicas de actualidad, hoy convertidas también en historia a ojos de sus nuevos lectores; hay viajes y reflexión en torno al hecho de escribir los viajes, pero no faltan las estampas breves, ajenas a la lógica del desplazamiento. Tampoco importa tanto la diferencia; a fin de cuentas, Caparrós afirma que lo único que realmente ha aprendido de viajar por medio mundo es todo aquello que no se puede contar: “El resto, los relatos, pronto se vuelve desconocido, ajeno: es el discurso que se organiza para sobrevivir, para pagar las deudas: estrategias para alejar las imágenes que alguna vez importarán” (de paso, nos deja un rasgo de escritura elegante, esos dos puntos precedidos por otros dos puntos). A caballo entre los 80 y los 90, cuando están fechados casi todos estos textos, China y Rusia se incorporaban a la lógica mixta del capitalismo postcomunista, y descubrían que la gestión empresarial puede ser tan impecablemente leninista como la de cualquier estado. Caparrós estaba allí para contarlo. En esos años, el narcotráfico ya era el negocio más boyante de Latinoamérica, y el Che sobrevivía al Che en forma de reliquia icónica domesticable a pedacitos. Caparrós lo cuenta. Entonces como hoy, “la condición del exotismo es la fugacidad”, y así lo contó en estas crónicas anteriores al estallido del Internet, esa herramienta que ha vuelto todo fugaz y permite a la realidad entera opositar a exotismo.

El tiempo ha consolidado al autor como el gran cronista latinoamericano de su generación. La de Caparrós es una cadencia de prosa reconocible en la tradición del continente. Si América ha sido relatada con brillantez desde la crónica, se debe a la naturaleza urgente, espasmódica, de su propia historia: ahí tiene mucho que decir el ingenio rítmico de nuestro autor, que ve tres frases y un paralelismo en cada hecho minúsculo. Al mismo tiempo, a Caparrós le preocupa el mundo entero porque esa es la piedra de toque de su escritura, que sin embargo no renuncia a regresar siempre a esa orilla de Río de la Plata donde Solís descubrió que no hay historia sin olor a chamuscado. Larga distancia conoce ese olor y lo usa para inventarse una variación del género. Larga distancia es historia de la crónica.

Larga distancia. Martín Caparrós Malpaso. Barcelona, 2017. 240 páginas.


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