Por Osvaldo Aguirre
Clarín (Ar)
En el “Minúsculo diccionario personal” que cierra Cuaderno de oficio, Mirta Rosenberg dice que “la poesía es decir una cosa por otra/ y que sea verdad”. Los versos condensan una larga tradición, la que afirma la capacidad de las palabras de ser las cosas mismas en el acto de nombrar, aquello que les costó a los poetas la expulsión de la República de Platón, bajo el cargo de mentirosos e inexactos. A propósito de filosofía, Rosenberg prefiere citar a Hobbes (“si yo hubiera leído tanto como otros hombres sería tan ignorante como ellos”, es el epígrafe que elige) y no solo jactarse de su presunta falta de conocimiento sino convertir irónicamente el equívoco en valor, como la mujer que habla en “Lugares amenos”, otro poema del libro, que de vacaciones en medio de la naturaleza no tiene nada que hacer “salvo mirar, ver/ y ponerle apellido a cada cosa, por no saber/ cómo se llama”. Lo que se pierde, en todo caso, “acaba por ser/ pura ganancia”.
Decir una cosa por otra, y pensar en términos de pérdida, sugieren también el pasaje que realiza la traducción –una actividad íntimamente asociada a la escritura y a la reflexión sobre poesía, en la obra de Rosenberg– y las incertidumbres que lo rodean. Hablar del oficio es aquí, también, hablar de la traducción, como expone “Traducir poesía”, un extraordinario texto que en pocos y luminosos versos condensa las paradojas y las discusiones históricas del métier. Una de las partes del libro, “Conversos”, retoma como ya lo hiciera en El árbol de palabras, la práctica que inauguró Alberto Girri de incluir traducciones en libros de poesía: en transgresión a la regla que ordena traducir de originales y no de otras traducciones, Rosenberg traslada las versiones en inglés de Anne Carson sobre fragmentos de Safo. “Espero que no haya sido fatal la mengua”, dice en el poema precedente, con la modestia de rigor.
Al igual que la lectura, la traducción aparece como un medio de inspiración, una musa. Rosenberg no versiona cualquier poema en sus libros sino aquellos en los que encuentra –o recrea, o construye– las direcciones de su poesía, ya que al fin de cuentas “traducir / es trasladar o traer/ al propio terreno”. De Gerald Manley Hopkins ya había tomado el término inscape como “paisaje interior”, para su propio uso, referido a la lengua, y concepción de la poesía. En su versión del fragmento 150 de Safo anota: “porque no corresponde en una casa de Musas/ que haya lamentos/ eso no nos sienta bien”.
Ese principio está en la primera parte, homónima del libro: en la poesía, una reserva de sentimientos y de sentido que crece cuando la historia es adversa a la humanidad, dice Rosenberg, no hay lugar para la queja. “Día a día”, la parte final del libro, pone en acto esas ideas a través de un diario conformado por un conjunto de poemas que figuran el deshojarse del calendario y un aprendizaje que cristaliza con una imagen, la de capullos de cerezo y de durazno por el suelo: “Su momento de mayor belleza/ es allí, sobre la hierba./ Tras la caída/ se hacen completos”.
En “Mi oficio”, Rosenberg confiesa el gusto que le da escribir poemas sobre animales, prestarles voz para que digan una verdad. El interés por el bestiario se proyecta en su otro nuevo libro, Bichos, el diálogo que sostiene con Ezequiel Zaidewerg: un intercambio de sonetos y de comentarios, donde la extrema destreza formal se combina con cierto registro de la antipoesía que también parece jugar con un límite, al ocuparse de criaturas tan poco frecuentes en la lírica como cucarachas, polillas y marabuntas.
Zaidenwerg escribe sonetos con distorsiones que buscan una deliberada imperfección y juegos de palabras para prevenir cualquier anquilosamiento de la forma (“Hacete fan del alacrán”). En sus respuestas, al potenciar la rima como mecanismo de la construcción del sentido, frecuentemente mordaz, Rosenberg pone a prueba nuevamente su maestría, y su arte: “El secreto es que también hay belleza”.
Cuaderno de oficio, Mirta Rosenberg. Bajo la luna, 68 págs.
Bichos, Mirta Rosenberg y Ezequiel Zaidewerg. Bajo la luna, 64 págs.