Revista Pijao
La literatura errante
La literatura errante

Por Fernando Araújo Vélez

El Espectador

Se ha jugado la vida en lugar de juzgarla, y de juego en juego ha terminado por ser un experto en errancias, yendo de acá hacia allá, repitiendo con sus pasos los versos de Facundo Cabral cuando cantaba “No soy de aquí ni soy de allá”. Ha jugado, ha ganado en los términos de los humanos, y ha perdido, en esos mismos términos. Ha luchado, y todo ello ha sido literatura, palabras escritas para eternizar su vida, para volver creación lo anodino, para decir un día: “Siento que pronto me pondré a escribir. ¿Qué más pedir? Libros y escritura. ¿Hay otra patria?”.

Escribía de niño y de adolescente los versos infantiles y adolescentes de esos tiempos. El amor, el dolor, la angustia de no saber nada, el futuro. Escribió luego, mientras estudiaba en el colegio y en la universidad Libre y se iba convenciendo de que era necesario un cambio, de que era urgente una profunda transformación. Entre letras y discusiones, se introdujo en el mundo de los revolucionarios, y se sintió pleno, poderoso, idealista, útil. Inmerso en ese mundo, conoció a Luis Toledo y a Álvaro Fayad, y fue uno más en la lucha, uno más en la fuerza, y una tarde se metió en el Ministerio de Guerra y dejó una bomba en un baño.

“Llegado el día, Támara y yo entramos al Ministerio como si fuéramos una pareja más” -escribió luego, muy luego en su novela Individuo errante Falah Mengu. “El explosivo lo lleva ella en su cartera, a mi lado, cogida de mi brazo. En la puerta de acceso hay un soldado vigilando. No nos dice nada. Nos dirigimos directo hacia los baños del primer piso, pues el acceso no está prohibido. Yo me hago el distraído en el gran salón de entrada, mientras ella se encamina al baño de mujeres”. La gente caminaba por ahí, silbando, conversando, llevando y trayendo papeles. Él aguardaba, como uno más.

Támara salió, con su cartera colgada. Volvió a él y los dos partieron sin prisa para no despertar sospechas. Luis Otero los vio. Hizo gesto de aprobación y se marchó. Después se encontraron con el resto. Se felicitaron, se aplaudieron por el éxito de la gestión, convencidos de que faltaba mucho camino por recorrer, pero seguros de que lo iban a recorrer y de que llegarían al final. Él, Freddy Téllez, se bajó del bus en la mitad del camino. Lo humano, lo demasiado humano de todos los individuos en todos los grupos lo fastidiaron. Un día metió unos papeles para aplicar a una beca en la entonces Alemania del Este. Lo aceptaron. Se fue para comenzar a ser un individuo errante.

Como individuo errante llegó a Leipzig, y pasó luego por Berlín, y más tarde por París, y de ahí saltó a Colombia y regresó a París, y pasó por Venezuela y Costa Rica, y llegó a Sevilla, y en cada ciudad una mujer lo llevó a una vida, y cada vida fue una errancia feliz, hasta que comprendió y escribió que “el amor es una enfermedad”. Igual, continuó yendo de ciudad en ciudad, guiado por mujeres que lo requerían, que buscaban sus palabras, sus preguntas, sus historias. “Desde hace un tiempo estoy escribiendo -diría-, durante todo el día, casi como un poseso, un texto dedicado al problema de la mujer. Comencé a desarrollarlo a partir de una frase que quería meter en mi tesis: ‘El valor de cambio, como los ángeles y las mujeres, no tiene sexo’”.

Entre idas y vueltas, entre nombres, decepciones e ilusiones, siguió escribiendo, y mientras escribía, se preguntaba si no sería preferible ser un hombre asentado, con una casa y una familia y un estar en el mismo sitio, un hombre como Goethe, y no como Nietzsche o Dostoievski, tan cíclicos, tan el arte y la escritura por el arte y la escritura. Y citaba a Baudelaire, “Yo soy la herida y el cuchillo, yo soy la mejilla y la bofetada, yo soy el eje y la rueda, y la víctima y el verdugo”, y se debatía entre ser la herida y el cuchillo o ser simplemente un hombre como tantos y tantos, pero ese debate siempre se inclinaba y se inclinó por la herida, por el cuchillo, por volver a escribir, por volver arte su vida y por transformar una simple rutina de botellas en una fábrica en un pasaje de novela.


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