Revista Pijao
La carne de la orquídea
La carne de la orquídea

Por Marta Sanz  Foto Jane Sweeney Getty

Babelia (Es)

El diablo de las provincias es la historia de un biólogo que vuelve a casa y se enfrenta con su pasado —un hermano homosexual asesinado, el preferido de mamá— y con ese presente que siempre se ancla en un momento anterior: una exnovia con una pierna amputada; un díler de hermosos pensamientos; un colegio femenino, en el que matan señoritas, y niñas embarazadas paren bebés de rostro “peludito” y con palpables bolitas duras en la cabeza. El padre del bebé-engendro es grupal, sectario o ignoto, y remite quizás al título luciferino, así como al destilado sentido del humor de La semilla del diablo. Así que esta es una historia de nacimientos siniestros e inverso retorno a los orígenes. Pero despojada de la melancolía y el aura romántica que suele acompañar al retorno a los orígenes. Porque el romanticismo de un posible reencuentro con la raíz, la patria y la genealogía depende de las aguas subterráneas que alimenten la raíz, la patria y la genealogía. Depende de la historia previa y del estiércol que abona —recordemos que el protagonista es biólogo— lo que cada uno somos.

Juan Cárdenas tiene la excelente costumbre de cuestionar los mantras y los ideologemas —que dirían Bajtín, Kristeva, Sarlo y también Ferlosio— de una civilización cada vez más homogeneizada en su agresividad económica, intelectual, social y estética. Lo hizo en Zumbido, ese primer texto que ahora Periférica rescata, lo hizo en Los estratos, en Ornamento y aquí lo vuelve hacer muy especialmente en unas páginas finales que recomendaría leer en voz alta todas las mañanas antes de subirse a la máquina de musculación o de masticar la avena pachucha que se empapa en leche de soja. Yo las leería en voz alta por su belleza y por su potencial incisivo contra nuestras renovadas buenas costumbres; por su capacidad para destruir todo eso que damos por sentado y estúpidamente nos alivia mientras nos mata: a veces somos una sociedad que se calma cortándose los muslos con una gillette.

En El diablo en las provincias se trata la corrección política y la libertad de expresión; se menciona la “vida de marica” del hermano homosexual y los negros de las películas de Disney, abandonados por sus amos, comienzan así sus historias: “Eto ocurrió en lo viejo tiempo…”. Se habla de cómo conciliar todo eso con la desesperada búsqueda de géneros populares. Me parece que para Cárdenas el colonialismo y el racismo, todas las salvajes domesticaciones privadas y públicas, constituyen preocupaciones importantísimas en la interpretación cultural. Y me parece que no desvincula sus inquietudes de un contexto económico, a la vez discursivo, donde mafias capitalistas destruyen escarabajos picudos que se comen la palma que es un monocultivo que esquilma la tierra. En esa concatenación de subordinadas inevitables se coloca Cárdenas: en la mirada crítica que busca el origen, desromantizado, de las depredaciones y de la insatisfacción cotidiana. También del extraño asesinato y de las confusiones entre “la felicidad y la satisfacción”. El biólogo protagonista desconfía de las teorías de la conspiración, pero las conspiraciones se lo comen vivo. Tal vez su desconfianza cómica provenga de la palabra “teoría”: en la base de esta novela reconocemos al gran Leonardo Sciascia y a otros escritores latinoamericanos contemporáneos (Labbé, Lauer) que calcifican en palabra literaria la carencia de la norma y la justicia. La anomia, la corrupción, la selva virgen de una civilización más inmoral que los escorpiones de la naturaleza. Cárdenas, además, sabe quién es Humboldt y cómo funcionan sus hilos conectores, y consigue que El diablo en las provincias sea un texto culto, corrosivo, muy gracioso y escrito con una prosa, bella y vegetal, consciente del quilate ideológico de las formas.

La lengua literaria de Cárdenas es como la carne de la orquídea y la orquídea es una planta enredada entre otras. La lengua es naturaleza, jerarquía, relaciones de poder, y la naturaleza “es obra del diablo, que se alía con las fieras, con las serpientes, con el alacrán”. Nada aquí es inofensivo. Puede que el diablo sea mejor que un dios aletargante y tampoco el texto es el habitual jardín, sino “un sistema de alta precisión para capturar animales”. Tampoco “se puede ser auténticamente latinoamericano si uno no es a la vez naturalista”. La biología, la política, la religiosidad y la historia se funden en una suerte de panteísmo cómico, en una ecología política, a través de una serie de voces empastadas que ya forma parte del estilo del autor.

A la identidad metafórica entre el latinoamericano y el naturalista se unirá después la del revolucionario, de modo que la escritura se amalgama con el tiempo y el espacio, en un híbrido que excede los límites de la novela de la tierra o de ese “género de hacienda” (María, Doña Bárbara), que de algún modo ejemplifica la incesante búsqueda de lo popular. Como casi siempre, lo popular remite al pastiche y a los productos reciclados, y en esta pseudonovela de la tierra reconocemos telenovelas, policiacos, terror, drama familiar… Los intentos de ensanchar la franja de lectores se dan de bruces contra la necesidad de reproducir indefinidamente tópicos y contra la propia reja de un lenguaje cárnico como las exuberantes flores tropicales. El proyecto de Cárdenas es heroico porque está fracasado de antemano. Es un gesto hermoso, oportuno, patético, divertido. Un goce de lectura se mire por donde se mire.

'El diablo de las provincias'

Autor: Juan Cárdenas.

Editorial: Periférica (2017).

Formato: tapa blanda (184 páginas).


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