Revista Pijao
Edmundo Paz Soldán: 'La justicia en Bolivia nunca se ha institucionalizado'
Edmundo Paz Soldán: 'La justicia en Bolivia nunca se ha institucionalizado'

Por Fernando Díaz Quijano

El Cultural (ES)

El escritor boliviano Edmundo Paz Soldán (Cochabamba, 1967), considerado por la crítica como uno de los autores latinoamericanos más destacados de su generación, vio un reportaje en televisión que seguía a unos niños desde que iban al colegio hasta que volvían a su casa, comían y jugaban al fútbol en el patio. Lo insólito es que su casa era la cárcel de San Pedro, en La Paz, donde vivían, sin ser culpables de nada, junto a sus padres reclusos. "Ha sido la primera vez en que tuve un escenario antes que una historia: me dije que tenía que ambientar algo en un espacio tan peculiar como el de San Pedro", explica el escritor a El Cultural. El resultado de aquel impulso narrativo es Los días de la peste, una novela coral que narra el insoportable día a día dentro de una cárcel de ficción que bien podría ser el su modelo real o el de muchas otras cárceles de América Latina. "Nunca me planteé la novela como un alegato", aclara sin embargo su autor.

La cárcel es miniatura y, a la vez, versión ampliada con lupa de los vicios y desigualdades de la sociedad. Una cárcel en la que los reos recién llegados deben dormir a la intemperie si no tienen quivo para pagar una celda a otros reclusos que son sus propietarios, en la que el misterioso culto de la Innombrable contamina las conductas y lo inunda todo de superchería, y en la que, por si fuera poco, una epidemia de connotaciones bíblicas termina de enloquecer y comienza a diezmar a presos y guardias. La novela acaba de ser publicada por la editorial Malpaso, pero habrá que esperar un poco más para conocer qué reacciones provoca la novela en Bolivia, ya que allí saldrá a la venta en agosto.

Pregunta.- ¿Cómo se documentó para escribir esta novela y cómo fue construyendo los distintos personajes que componen el relato coral?

Respuesta.- Leí todo lo que pude sobre la cárcel de San Pedro en Bolivia, que es el modelo de mi Casona, libros científicos sobre la forma en que se desarrolla una plaga, y autores que tocaban temas que me interesaba explorar: Vallejo en La virgen de los sicarios, Camus en La peste, Defoe en Diario del año de la peste. Los personajes provienen sobre todo de mi imaginación, aunque hubo un Loco de las bolsas que recorría las calles de la Cochabamba de mi infancia con las manos y los pies cubiertos de bolsas. Lo modelé a partir del discurso del esquizofrénico que aparece en El Padre Mío, de Diamela Eltit, pero con un registro propio: la repetición constante de jingles comerciales, versos de canciones de su infancia, de Les Luthiers, etc. En cuanto a Rigo, me servía de hilo conductor: viene de otra provincia, lo meten a la cárcel y poco a poco descubre el mundo de la Casona. A los que están allá ya no les sorprende que los presos puedan vivir con sus parejas y sus hijos, pero a él sí. Es una suerte de guía en el laberinto.

P.- ¿En qué medida el penal de La Casona es reflejo en pequeña escala de la sociedad boliviana o de otras sociedades?

R.- En la medida en que la ley no es igual para todos y puede servir incluso como moneda de cambio. En la Casona hay presos que tienen buenas relaciones con las autoridades, son dueños de cuartos y los pueden alquilar o vender a otros presos recién llegados, mientras que otros deben vivir a la intemperie hasta conseguir un poco de dinero para alquilarse un cuarto. También hay presos que, gracias a un poco de dinero o sus contactos, pueden sortearse las reglas, internar cosas prohibidas, salir un fin de semana de la Casona o quedarse durmiendo en sus cuartos mientras se pasa revista a los demás.

P.- ¿Cómo es posible que el gobierno boliviano permita que en las cárceles del país ocurran atrocidades como las que narra en Los días de la peste y que el dinero genere distintas clases entre los reos?

R.- La justicia en Bolivia nunca se ha institucionalizado de verdad. A los problemas de la desigualdad ante la ley producida por el dinero deben agregarse el de la retardación de sentencia y el de los condenados pese a ser inocentes. La cárcel en Bolivia no es un estado de excepción sino el espacio que muestra de la forma más contundente posible la norma aceptada. El gobierno y la sociedad lo permiten porque son problemas naturalizados y lamentablemente no nos sorprenden.

P.- ¿La plaga que se propaga en la cárcel tiene para usted un sentido simbólico? ¿Qué papel juega en la novela?

R.- La plaga es un disparador narrativo extremo que permite tanto interpretaciones literales como metafóricas: están quienes la ven como un problema con una solución científica -la doctora, el Forense-, quienes la interpretan simbólicamente como un castigo divino ante la prohibición del culto de la Innombrable -el Tullido-, y quienes, aun viéndola como un problema natural, no descartan tampoco la explicación divina -Lillo-.

P.- Además de la corrupción de las autoridades y de los presos (salpicados de algunos actos de bondad) y de las duras condiciones de vida dentro de la cárcel, cobra mucha importancia la superstición, con el culto a la Innombrable o la religión de la transfiguración. ¿Cree que Bolivia es un país excesivamente supersticioso?

R.- Más que un país supersticioso, yo diría que en Bolivia conviven varias formas de ver el mundo, y algunas de ellas no son precisamente cartesianas.

P.- En la nota al final del libro revela que ha escrito varios manuscritos de la novela. ¿Cuán trabajoso ha sido el proceso de escritura?

R.- La estructura misma de una novela debe decir algo del tema. La cárcel latinoamericana es un espacio marcado por el hacinamiento, así que decidí que no podía narrar esta historia desde un punto de vista único: las voces, los narradores debían proliferar. Me tomó un buen tiempo trabajar con distintos narradores, contar una historia atomizada, buscar que las voces fueran diferentes, y, sobre todo, darle orden y una línea argumental clara a tanta proliferación. Costoso y todo, ese trabajo es también placer puro.

P.- Algunos personajes asumen la voz narrativa, mientras que para otros emplea la tercera persona. Sin embargo hay uno, Rigo, que llama especialmente la atención porque habla de sí mismo en plural y dice "el cuerpo" y "la voz" como si fueran partes independientes que componen un yo colectivo. ¿Cómo se le ocurrió este recurso narrativo?

R.- Rigo pertenece a una religión que cree que el yo es una comunidad, que el “yo” lo componen muchos, desde las bacterias en el estómago hasta los ojos y la voz. Ese “yo” que son muchos debía mostrarse no solo temáticamente sino formalmente, de modo que se me ocurrió ese tipo de voz narrativa plural, de un “nosotros” que en realidad es un “yo”.

P.- El libro está lleno de jerga y de palabras indígenas, lo cual es especialmente notorio para el lector español. ¿Hasta qué punto es importante para usted recrear el habla de los personajes para dotar de verismo a la escritura?

R.- Una forma de hablar es una forma de mirar y entender el mundo. Eso sí, tengo claro que la gente no habla como hablan los personajes de mi novela. Más que recrear un habla, me interesa inventarla, intervenirla. Por dar un ejemplo, el lenguaje del hampa en Bolivia es el coba. Utilicé un diccionario del coba como punto de partida para el lenguaje de los presos, pero luego fui buscando palabras que pareciera que fluyeran naturalmente de ese lenguaje e inventando algunas. La droga es llamada de muchas maneras en América Latina, pero quería usar una palabra nueva, y ahí apareció “tonchi”.

P.- ¿Por qué decidió cambiar su anterior editorial por Malpaso?

R.- Malcolm Otero Barral, editor de Malpaso, se mostró desde el principio muy interesado no solo por la novela sino por mi obra. Quería publicar esta novela y también recuperar libros anteriores como Norte o Los vivos y los muertos. Su implicación fue fundamental para que me decidiera por Malpaso.


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