Revista Pijao
Dos chicas con suerte
Dos chicas con suerte

Por Eugenia Zicavo

Planeta Urbano (Ar)

Los 90. El uno a uno. Una peluquera llamada Rosa que se hace llamar Rose. “En la peluquería éramos menemistas sin saberlo”, dice ella, la protagonista de El papel preponderante del oxígeno, primera novela de la argentina Ángeles Salvador, que captura como pocas ficciones ese clima de época marcado por los viajes a Miami, los productos importados, los trabajos basura y la exibilización laboral.

Desde una primera persona irónica sumamente original, la novela está escrita como un mecanismo de precisión: con frases cuidadas al milímetro y un gran trabajo con el lenguaje, como mirando una gota de agua por un microscopio. La historia está dividida en tres partes: la vida en la peluquería; la experiencia de Rose con varios amantes, que termina cuando se enamora de un hombre casado que no se anima a separarse porque tiene dos hijos ciegos, y las consecuencias disparatadas que trae esa relación. Aparecen la familia, el sexo, el trabajo, la política y, sobre todo, la soledad, aunque siempre con el foco puesto en detalles que parecen menores pero que son fundamentales. Por ejemplo, cómo Rose gasta buena parte de su sueldo en comprar ropa interior para no repetirla con sus amantes (porque cree que es “lo mínimo que puede hacer por un hombre”), que a su vez da cuenta de algunos clichés de consumo como signo de distinción, para los que el ambiente de la peluquería resulta el escenario ideal: allí atiende a clientas ricas –con las que los contrastes de clase son evidentes– a las que admira y envidia por igual.

A medida que la historia avanza, la trama se va volviendo cada vez más delirante (incluso rayana en el absurdo) pero también más violenta, como si a lo largo de las páginas se hubiera trazado una línea de pólvora lista a ser encendida hacia el final. Además, de yapa, como separadores de cada capítulo, hay textos que funcionan como cuentos cortos o poemas perfectos. Una novela potente, divertida y con una voz distinta. Un gran debut literario.

Estrella mía

La novela más conocida de la autora brasileña Clarice Lispector fue la última que escribió. Publicada en 1977, poco antes de su muerte, y reeditada en español por la editorial Corregidor, La hora de la estrella es una historia desgarradora, triste, con señales como lápidas. La protagonista es una chica muy pobre del nordeste de Brasil que, sin haber terminado el colegio, a los 19 años intenta ganarse la vida como dactilógrafa en Río de Janeiro, una ciudad que le parece hostil, en la que nunca termina de sentirse cómoda.

Vive en un cuarto de pensión que comparte con cuatro mujeres y se la pasa escuchando un programa de radio llamado La hora exacta, que brinda datos de cultura general que ella trata de aprender, aunque no entienda ni la mitad de las palabras.

Ahí Lispector muestra los contrastes de clase y de educación en Brasil y la ignorancia de buena parte de los trabajadores, sobre todo de las mujeres. Se trata de una joven tan sumisa, tan golpeada por la vida (sus padres murieron de una fiebre cuando tenía dos años y quedó a cargo de una tía que es la caricatura de la madrastra mala) que la novela se lee con una angustia creciente que se va transformando en un nudo en la garganta. Porque es alguien que no tiene herramientas ni para hablar ni para pensar destinos alternativos; uno de los personajes con la autoestima más baja de la literatura. La radio le dice que tiene que “ser feliz” y ella se esfuerza por serlo, pero su realidad es otra. Es explotada en el trabajo, donde cobra menos que el sueldo mínimo, duerme escuchando los ronquidos de otras cuatro chicas en una habitación minúscula, nunca tiene intimidad.

Además es virgen (no por vocación) y aunque quiere encontrar pareja no lo logra. Incluso, el único hombre que aparece en su vida le dice que pre ere a las mujeres baratas y que ella ya le costó un café. Así de mezquinos son los seres con los que se cruza. Lispector increpa a los lectores a la manera de Frank Underwood en la serie House of Cards cuando mira directamente a cámara: te hace cómplice de lo que va a hacer con su protagonista, con mucha precisión, mucha ironía y hasta una cuota de maldad, porque es fácil anticipar que todo lo que le va a tocar vivir no va a ser más que una caída en picada. Una historia pesimista, cruda, que es un puñetazo en mitad de la cara.


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