Por Ana Rodríguez Fischer Foto Ronaldo Schemidt AFP/Getty
El País (Es)
En República luminosa —35º Premio Herralde de Novela—, hallamos uno de los elementos nucleares del mundo narrativo de Andrés Barba: la indagación —acerada, agria e implacable— de los afectos, emociones y sentimientos que anidan en el seno de una familia y modulan las relaciones entre sus miembros. Ahora el autor avanza notablemente y proyecta el conflicto en una escala más amplia, en el tejido social de una ciudad de provincias, San Cristóbal, encajonada entre la selva y el río, “con sus familias tradicionales (…), sus enredos políticos y su languidez tropical”, donde se reproducen “los mismos mecanismos de perpetuación en el poder, los mismos circuitos de legitimación y amiguismo, las mismas dinámicas” que en otras ciudades pequeñas.
Allí llega, en abril de 1993, el narrador de este memorial, un joven funcionario de Asuntos Sociales, recién casado con Maia —profesora de violín de San Cristóbal y madre de una niña de nueve años—, al que le ofrecen el puesto por el éxito obtenido con un programa de integración de comunidades indígenas desarrollado recientemente en otra localidad. Veinte años después, rememora y analiza, tratando de hallarles una explicación, los sucesos desencadenados a raíz de la aparición de 32 niños “violentos”, de procedencia desconocida y cuya presencia altera por completo la vida de la ciudad.
En muy pocas páginas, con una intensidad y una depuración extremas, Barba construye el sugestivo escenario físico y el paisaje social, para enseguida comenzar la narración de los sucesos que se van encadenando y se suceden in crescendo hasta culminar en el feroz asalto a un supermercado, con víctimas mortales, al que sigue la desaparición de los “niños de la calle”, las batidas policiales en su busca, y la instalación de la violencia en San Cristóbal. A la valoración de los hechos por parte del propio narrador se añaden las de las autoridades y fuerzas vivas —alcalde o policías—, o periodistas y comunicólogos y otros expertos, cada uno expresándose desde sus personales parámetros y sea en forma de crónicas, entrevistas, actas policiales o tratados y ensayos. A ello se suman las páginas del diario de Teresa Ontaño, una niña de 12 años perteneciente a una familia de la clase media, que añade una perspectiva tan inquietante como certera. Y se incluye también la esporádica visión de los padres de algunos niños, no menos perturbadora por motivos que no puedo desvelar.
El narrador disecciona minuciosamente las imágenes de los hechos grabados en las cámaras o todo cuanto él ha ido observando y registrando directamente antes y después del ataque, e intenta entender el porqué de lo sucedido, la conducta de los niños, y también la reacción de los adultos y las pautas que rigen la moral social. Y sobre todo, asedia los resortes que impulsan cada una de ellas, con el miedo instalado en el eje de todas. De las relaciones entre el amor y el miedo, o entre el terror y el pensamiento, de la implacabilidad del dolor, de la estrategia de la seducción infantil, de la pérdida de confianza, de la pugna entre amenaza y seducción, de la suspensión de la credibilidad o de la triple alianza entre escándalo, revancha y piedad, o de cómo “la brutalidad de ciertas palabras puede aguardarnos durante años para reencontrarse con nosotros, tan intacta como cuando las pronunciamos”, trata esta novela tan angustiante como iluminadora, y de una extraña belleza en su epifanía final.
República luminosa. Andrés Barba. Anagrama, 2017 187 páginas.