Revista Pijao
Vida poética
Vida poética

 En el solaz de la aldea, se goza de un clima psicológico, del todo elemental, sencillo, embriagador.

 La quietud, reinante en nuestra bella casona,  da paso ágil y sereno a la comunicación de las almas. Allí, se toca con los labios, el  tibio y delicioso silencio reinante. Este silencio,  es como una lámina transparente, capaz de hacer más nítidos los sentimientos; y más resonantes, los ecos de los momentos vividos.

     Los techos de la casa, son muy altos; y en los inalcanzables cielorrasos, también se agazapan como  ovillos de gasas translúcidas, otros silencios; los silencios de las voces ausentes, las voces  de los que ya se han ido, de los que no volverán jamás. Estos silencios, como suaves  sedas, son  intermitentemente  rasgados por los ladridos de los perros, que   el encantamiento de SANTÁGUILA,  transforma en campana sonora, anunciando la llegada del visitante.

      Por los extensos corredores, ocultas en la penumbra de las habitaciones, en los rincones claro-oscuros; y en el luminoso patio central, percibimos, con el corazón sensible, nuestras horas desgranándose lenta, muy lentamente. De tal suerte, que  nos es dada la facultad de  ver las horas ascender,  bailando en el aroma de las flores. Y nuestros minutos, se tornan tan extensos, que es posible vivir la vida en otras dimensiones, hasta llegar a  internarnos en  los colores del jardín. Allí, mediante el arte poético, nos diluimos en la redondez de los frutos del solar; y, también nos es dado el privilegio, de  ser trasportados deliciosamente, en  la estela fragante, que expelen las diversas plantas y la tierra recién vivificada por la lluvia.

     La casona, cuenta, como antaño, con un zaguán (espacio suprimido por la modernidad arquitectónica). El zaguán, ofrece al visitante, un reservorio abigarrado de húmeda nostalgia, venida de otros tiempos. Nostalgia, detenida entre el portón de entrada y el contra portón interior, como en una especie de cajita de mago, con muchas salidas y entradas; abierta siempre a múltiples posibilidades, en caleidoscopio pluridimensional.

     En la quietud del ensimismamiento, cobijados por un aire inmensamente limpio, beatífico, exhalamos nuestros  suspiros de placidez. Y la liviandad hecha placidez se transforma en aves. Y la respiración, y el quehacer doméstico, en canciones. Y las voces interiores, toman aliento para subir al cielo, donde dibujan fantasías infantiles, algo borrosas y muy breves. De una ilusión juguetona, arremolinada en lo imposible, pero que reverbera con  gran ímpetu, insuflando de una extraña fuerza el corazón anhelante.

 - Privilegio enorme,  compartir con EDUARDO SANTA, su poesía hecha vivencia y estremecimiento.-

     Somos mayores, Eduardo entra en los 91 años.  Justamente, ésta circunstancia,  hace que al estar juntos las 100 horas del día, el roce de nuestros cuerpos,  irradie   un placer innombrable, animando nuestras lecturas compartidas, las risas, los recuerdos, las caminatas, las compras del mercado,  las comidas y las siestas. Así ,como también, nuestras  competencias en el Scrabble, que revisten exigencias intelectuales muy severas, con estrictas consultas al R.A.E. Motivo de pequeñas controversias lingüísticas, con la consabida puesta en escena, del amplísimo universo de conocimientos de mi contrincante, miembro de la Academia de la Lengua; y con más de 50  libros escritos en su haber; y  de diversas disciplinas: Historia, Sociología, Poesía, Cuento, Novela … Ensayo, Biografía.

Frente a estas acaloradas  batallas intelectuales,  un fresco  equilibrio nos es dado, mediante nuestros connaturales espacios de enigmático mutismo. Allí, en nuestro mutismo, hay comunión secreta. Allí, se desliza un bienestar sereno. Allí, en nuestros compartidos mutismos, siempre somos  arrullados por diálogos interiores, dulces, armoniosos, vueltos melodías. A veces, sibilantes voces líquidas  articulan rimas y poemas.  Pronuncian otros nombres, en otros lenguajes, en otras estructuras fonéticas, venidas de ancestrales vivencias.  Fantasmales  rostros nos relatan aconteceres, tanto heroicos, como  simples. Ires y venires , en el ondulante paso del tiempo inmemorial, el cual  conforma  nuestra   prehistoria personal.

     Todo ello, momentáneamente suspendido, en la nube de la intimidad; al recibir la alegría de las esporádicas visitas, plenas del enriquecedor   roce  que brinda la amistad. El gustoso placer de compartir una comida, un buen café, anima la conversación,  con amigos entrañables. Las visitas, insuflan de ilusión y de esperanza, el devenir allí en la aldea. Dan un suave remezón, a nuestros corazones, que vibran de entusiasmo. Iluminan nuestros rostros, con el rubor  del sentimiento exultante. Somos sociables por naturaleza.

     Nuestras estancias en la aldea, no pasan de 20 días; cinco veces al año. Pero en el espectro atemporal, de nuestros mundos interiores, alcanzan una permanencia vital, la cual alimenta nuestros contenidos sentimentales. Estas permanencias, en nuestra bella SANTÁGUILA, allí en el pueblo;  fortalecen  nuestro existir en forma tal, que nuestras edades cronológicas, alcanzan otras edades diferentes, plenas de aliento espiritual y despliegue inmaterial maravilloso.

     Contamos pues, con más edades, que las cronológicas, que las psicológicas, que las mentales y demás. Contamos con la edad del AMOR, que prolonga la existencia, enarbolando posibilidades incógnitas …  desconocidas.

 

   -  Privilegio enorme poder disfrutar de la musicalidad del viento, del aroma del recuerdo, del tacto sensual hecho  voz varonil  en la  poesía de  Eduardo Santa, mi esposo, mi compañero, mi poeta.  Creador, de bellísimas imágenes literarias, que calan el alma, en cadenciosa y sutil musicalidad, con goces de infinita nostalgia y  extrema sensibilidad. -

     Quietud … Silencio. Mucho silencio, que brinda a nuestros días, paz, armonía y  espacios luminosos, plenos de contenidos afectivos, desplegados en lo haces de la poesía, encarnada en nuestras vidas.

 VIDA POÉTICA. POR SIEMPRE

 

RUTH AGUILAR QUIJANO

Líbano-2017

Especial Pijao Editores 


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