Revista Pijao
Recordando a Carlos Perozzo
Recordando a Carlos Perozzo

Vivimos las noticias de su agonía por teléfono cuando mi hermano Jorge Eliécer o la misma Mabel, su esposa, nos contaba del proceso final de un entrañable compañero y escritor como Carlos Perozzo que fue sólo energía, vitalidad, humor, talento, creatividad y lucidez en jornada continua. Se fue apagando para nuestra tristeza hasta cuando llegó la noticia de su partida verdadera. Ahí es cuando se siente que uno es como un árbol al que le van arrancando ramales con la muerte de los amigos y a estas alturas, vamos quedando poco a poco despojados sin remedio posible. Las evocaciones aparecen y el dejar de verlo en Carmen de Apicalá o en el café Juan Valdés de Bogotá y en las interminables y gratas tertulias donde mi hermano Jorge, levantan una columna de nostalgia que nos hace apretarnos la cara con las dos manos y nos deja abrillantar los ojos porque también una parte de nosotros muere. Los pasajes de la experiencia compartida y de los días y noches vividos y bebidos son muchos para ser felices evocándolos ahora, pero quiero ir a sus libros que nos presentaron persistentes a un escritor incomparable porque uno advertía su pelea con el lenguaje que transformaba la realidad circundante cuestionándola, siempre inconforme con el mundo. Creador de términos y de nombres estrafalarios y divertidos, juegos y parodias al estilo de Héctor Sánchez, jugador aventurero entre la realidad de lo cotidiano y el mundo de la imaginación, combinó sabiamente al innovador auténtico que lejos está de conformarse con lo chato de lo adyacente y en donde la literatura es una diversión y la vida una metáfora burlona donde sólo la ironía puede salvarnos de la demencia y el camino derrotado de las sin salidas, mucho más en el mundo esperpéntico, marginal y nada sereno que nos pinta. Remontar la simple anécdota y elevarse a la ficción fue la apuesta y el nombre de su juego, el que finalmente ofreció como resultado propuestas estéticas que ya han sido valoradas por críticos diversos y tesis de grado en universidades y academias. Este escritor que admiraba y se sabía de memoria a William Shakespeare, se formó tanto en los clásicos como en la nueva novela europea y no dejó de saborear a Onetti, perdurando sin duda como un artífice de la comunicación significante y cuya claridad sobre el trabajo del lenguaje se hizo proverbial. No ignoró, por fortuna, que el resultado de su oficio junto al humor y la mamadera de gallo, se convirtieran en puntos básicos de la apertura a una mentalidad postmoderna en Colombia. Nadie desconoce que estuvo sin pausas en la búsqueda formal de experimentación y que no fue un escritor más de los que tanto aparecen con sus libritos retorcidos por el mal gusto y la simpleza de alumnos de primaria. El territorio de la ficción que nos legara, va desde las aventuras juveniles en su San José de Guasimales, su Cúcuta natal, recorre todo aquel mundo universitario entre las décadas del 60 al 70 con sus revolucionarios radicales y los burgueses que finalmente terminan en altos puestos del Estado, los desechables bajo la toga del abandono, la ciudad con sus puntos neurálgicos y sus problemas permanentes, el circo de la vida donde los payasos y las trapecistas se enamoran, las historias y las aventuras del exilio, todo un universo figurado por personajes que encarnan antihéroes, a veces bajo el velo de la novela negra.

 

Recordé mi primer viaje a Europa en 1980 cuando para matar el tiempo de un vuelo que dura doce horas en medio del tedio sin salida, tuve la buena suerte de leer las 483 páginas de Hasta el sol de los venados, la primera novela de Carlos Perozzo publicada en 1976. Sabía de su luminosa e histórica trayectoria en el teatro, más aún cuando el año del viaje, la noticia de su premio Nacional para autores de este género con La cueva del infiernillofue notoria.
Para entonces no conocía de sus estudios de arquitectura ni que fuera profesor de arte, teatro y literatura en diversas universidades del país, Venezuela y España, aunque había leído algunos artículos suyos en revistas y suplementos literarios. Lo conocí personalmente al haberlo invitado al Encuentro Nacional por la Literatura en Ibagué donde empezamos una amistad que duró hasta su muerte y por la emoción que me despertó su primera novela, me volví un devoto lector suyo nunca saliendo defraudado de sus libros. Sus novelas Juegos de mentes(1981) que reeditamos en Pijao dentro de la colección de 50 novelas colombianas y una pintada, El resto es silencio (1993), La O de aserrín, (2005) así como sus libros de relatosOtro cuento (1983) y Ahí te dejo esas flores(1985), son paradigmáticas e inolvidables. Precisamente alcanzó a dejarnos para la colección de cuentistas colombianos que tenemos en proceso, su último libro Ajuste de cuentos, donde se divierte imitando el tono y el estilo de los grandes escritores latinoamericanos.

 

Mientras pensábamos en su partida antes de viajar a acompañarlo con el último adiós, surgieron sus personajes La Ricahembra, el hombre de la gabardina blanca, el circo de la O de aserrín como ‘una opulenta fábrica de imposibles”, las tertulias de El cisne en Bogotá y el mundo bohemio de soñadores y artistas que retrata en esta obra, las víctimas en la toma de la universidad, la crisis bipartidista, la fundación de partidos y movimientos de izquierda, todo, en fin, al ritmo de la fragmentación utilizada en sus trabajos. Y aparece Jorge Eliécer Altuve Plata, el prisionero libre encadenado a sus problemas y sus alegrías y el instante feliz cuando fuera galardonado en el concurso Casa de las Américas de Cuba con su obraatreverse a luchar, atreverse a vencer, sus anécdotas en Londres y en Barcelona donde vivió largos años y su concepción del hombre inmerso en la ciudad cubierto por el desamparo y la pobreza como una huella del silencio. Todos sus personajes soñadores y utópicos bajo nombres numerosos que han perdido sus valores y llegan a la degradación, estarán a su lado llorando su muerte y agradeciéndole a su padre la vida que seguirá recorriendo las páginas memorables de la literatura de América Latina. Como nosotros batiendo nuestra mano con el último adiós apretujado en la garganta y también agradeciéndole por haber existido.

 

Carlos Orlando Pardo R.

Director Pijao Editores


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