De eso hace ya mucho tiempo. Tanto que aquel abrazo al escritor, editor y amante de lo escrito que es el colombiano Carlos Orlando Pardo, abrazo que nació pimpollo, cálido y frutal como su país, fue adquiriendo esa pátina de arraigo que solo lo excelente logra hasta adquirir ese valor incalculable que el paso del tiempo aporta, consolida y templa como al mejor acero.
No lo busqué. Simplemente, como la persona tocada por la fortuna que soy y me reconozco, lo encontré aquella vez en que decidí viajar más allá de dónde se acababan los bordes de mi vieja Europa y comenzaba el Océano. De eso hace tantos años ya que cuesta trabajo pensar que hayamos recorrido tanto y multiplicado el primer abrazo en una ecuación con incógnita siempre por despejar y elevada a la enésima potencia.
Aquel primer abrazo se convirtió en costumbre a lo largo de los años, porque Carlos Orlando Pardo, el maestro, patriarca, escritor y promotor de todas las historias de su patria, es una especie de abrazo universal creador de una saga de sangre y de afectos.
Pasamos por todas las fases necesarias para convertir lo mejor de nosotros en joya de amistad, casi hermanos, o, a lo mejor, más que hermanos, desprendiéndonos de cualquier escoria que pudiera restar valor a nuestro encuentro.
Aquel colombiano, grande de las letras al otro lado del Atlántico, creador cincuenta y tres años atrás de la EDITORIAL PIJAO, y de maneras majestuosas para los suyos que somos todos, ha sido reconocido por los nuestros, a este lado del agua, como lo que es desde siempre: merecedor indubitado del Premio Internacional “Gustavo Adolfo Bécquer” por toda su obra, representada en su novela “LAS OTRAS VIDAS DE MI HERMANA GLORIA”, inquietantemente escrita por Carlos Orlando Pardo, primorosamente publicada por la EDITORIAL SIAL PIGMALIÓN y ya en las librerías de nuestro país dispuesta a introducirnos en el insomnio de lo fantástico.
Como adepta y adicta de ambas editoriales del otro y de este lado, tuve el honor de convertirme en introductora de su galardonada novela, junto con el hermano del autor, Jorge Eliecer Pardo, también escritor conocido y reconocido en Colombia como uno de sus mejores representantes. Para quienes lo duden, no tienen más que leer “Los velos de la memoria”, estremecedora y descarnada crónica publicada en España sobre sufrimiento del pueblo colombiano, de las gentes más llanas del pueblo colombiano, durante sus cincuenta años de conflicto armado.
Después del acto de proclamación y entrega del premio a Carlos Orlando, y en una reunión familiar de las que son habituales entre nosotros desde aquel primer abrazo colombiano, tuve también el gozo de volver a platicar −como dicen ellos− con los hermanos Pardo, y, cómo no, con sus esposas e hijas, de sus vehementes y siempre renovados deseos de conocer mi SierraMáginaBendita, de la que tanto, y durante tantos años, hemos hablado hasta el hartazgo allá, en su IbaguéMágica en pleno eje cafetero.
Volvimos a recordar aquella vez en la que, al ver los linderos de las plantaciones flanqueados por arbolillos de naranjo, “para darle al café aroma de azahar” −me aclararon−, se me ocurrió proponerles probar a cercar aquellos cafetales con olivas jaeneras: “así, de una tacada, saldría el café de vuestros desayunos con sabor a tostadas con aceite de nuestro Jaén” −les aclaré contemplando al mismo tiempo cómo se les hacía la boca agua−.
Y, mientras nos conjurábamos para repetir el hermanamiento de aromas eternos en mi SierraMáginaBendita, con su IbaguéDelAlmaSuya, volvimos a abrazarnos en una tierra con olor a café y vocación de aceite de oliva.
¿Virgen?
Pues… Habrá que escribir sobre ello delante de un buen tinto con tostadas.
La otra noche, terminado el acto de reconocimiento a Carlos Orlando Pardo, inmortalizado por cierto por ese amante de su propia tierra, la Mancha, que es mi queridísimo José Bello, nos fuimos de farra por las calles de Madrid, y volvimos a lo de siempre: El próximo abrazo en SierraMáginaBendita.
Así sea.
En CasaChina. En un 20 de Marzo de 2025