Por Juan Alejandro Echeverri
El Espectador
Para ser poeta, dice Balam Rodrigo (Villa Comaltitlán, Chiapas, 1974), sólo se necesita actitud. Hay quienes leen, comen y fuman como poetas “y no les veo la poesía por ningún lado, no existe algo humano en lo que dicen o escriben”, asegura.
Cuando tenía 30 años, Balam estaba preso de las estructuras monolíticas y racionales de la ciencia y la religión. Su ánima necesitaba un templo donde pudiera improvisar, dialogar con otros sobre la condición humana, entablar una comunión con diversas visiones del mundo… y recurrió a la poesía.
La obra de este poeta mexicano que conserva maneras de su pasado pastoril, de cara cuadrada, sonrisa guasona y cejas milimétricamente delineadas, está inspirada en el mar, la muerte, el amor y “la miseria humana vivida por los migrantes centroamericanos que atraviesan México intentando llegar a la pesadilla norteamericana”.
“Lo que pretendo lograr en mis libros es que el lector, o quien escuche el poema, suba a un ring y salga noqueado, que no salga indemne, que salga vapuleado, y que el poema devuelva el asombro. Porque las personas tenemos anestesiada la maravilla, anestesiado el asombro, y lo que es peor: anestesiada la conciencia. La poesía y el arte deben romper esas jaulas”.
Balam ha sido mordaz con la nueva ola de poetas cuya actitud no es la de escribir, y vivir, para ofrecerle algo al hombre —al hombre de a pie y al hombre académico—, sino para alimentar su megalomanía; construir sus propios altares y ser los primeros en adularse. También plantea que el mejor promotor del artista es su creación; aquellos que construyen un mito alrededor de sí mismos son “tan efímeros como su obra”.
En su libro Sobras reunidas, Balam hace una “zoología”, autocrítica y sarcástica, de los poetas. Durante todos estos años, “amando, queriendo y odiando con cariño a mis amigos poetas”, pudo conocer diversas especies: el poeta bohemio, el poeta místico, el poeta académico, el poeta comprometido, el narcopoeta, el poeta alienígena y el poeta astral.
Si le preguntaran a qué raza poética pertenece, diría que le gustaría encarnar al poeta provinciano. El que recibe flores, al que le nombran calles en su honor, el gran declamador que sabe de memoria los poemas de otros pero nunca escribió un libro, el poeta del pueblo, el poeta de calle.
Poemas que son ventanas
La poesía, asegura Balam, no puede detener una guerra, no va erradicar el hambre, no elige políticos, pero ayuda a resistir y a sobrevivir a las miserias del mundo. “Puede transformar el mundo interior de una persona, puede rehumanizarla. Una persona que es tocada por un poema ya no será la misma, ni en el momento que lo lee ni después”.
El 27º Festival de Poesía convirtió a Medellín en una torre de Babel. Más de 80 artistas de 40 nacionalidades se congregaron en torno a la consigna “Construyendo el país soñado”. Para Balam, un poeta construye su patria, su país soñado, todos los días. Pero su verdadera misión consiste en crear ventanas, a través de la poesía, que nos recuerden que nuestra única nacionalidad es “la humana”.
El autor de Sobras reunidas no recuerda la última vez que México haya estado tan cerca de Estados Unidos y tan lejos de Dios como lo está ahora. Sí admite que sus referencias de nuestro país eran el narcotráfico, la cocaína y el Pibe Valderrama. “Me alegra que ustedes estén buscando esta comunión, de algún modo se cansaron de odiarse. No es tan idílico, pero por lo que estamos viviendo en México, desearíamos encontrar acciones como el festival para encontrar una fraternidad”.
La coyuntura histórica precisa que la poesía no se encasille en un solo relato. Por el contrario, debería “dejar abierta la posibilidad para que con cualquier tema, la poesía nos ayude a entender el mundo. Los verdaderos poetas son capaces de escribir un poema sobre la guerra con tal humanidad que pueden compenetrarse con cualquier persona”.
Después de todo, según Balam, sin importar cuál sea el tema, “un verdadero poema siempre va ser revolucionario”.