Revista Pijao
Un siglo de una joya de la literatura de Horacio Quiroga
Un siglo de una joya de la literatura de Horacio Quiroga

Por John Saldarriaga

El Colombiano

Cuentos de amor de locura y de muerte, de Horacio Quiroga, cumple cien años. Y que lo hayamos escrito sin coma es por la decisión del autor, uno de los grandes autores de la literatura universal, nacido en Salto, Uruguay el 31 de diciembre de 1878.

Este es un libro que contiene 18 relatos que continúa en los estilos naturalista y modernista de este maestro del cuento. Los naturalistas pretenden dar cuenta de la realidad con cierta objetividad documental hasta en los detalles triviales. Los modernistas expresaron una rebeldía con las formas establecidas y también huir de la realidad cotidiana. Los relatos de Quiroga en este libro, como todos los que escribió, están atravesados por la tragedia. La idea de amor se enturbia por la enfermedad; hay fantasmas, presencia de animales que se humanizan y humanos que se animalizan. Hay enfermedad y locura. Locura por enfermedades y por drogas. La gallina degollada, Una estación de amor, La muerte de Isolda, El almohadón de plumas, La insolación, El alambre de púa, La meningitis y su sombra, y Los buques suicidantes son algunos de los cuentos incluidos en este volumen.

Según el periodista Pablo Rocca, del periódico uruguayo La diaria, en un artículo publicado el 29 de septiembre pasado, cuenta que Manuel Galvez, hombre de revistas, visitó a Quiroga comienzos de 1917 para invitarlo a publicar. “Cuenta Gálvez, en sus vastas y algo desordenadas memorias, que el escritor abrió una carpeta llena de originales, apartó algunos, se los entregó y le dijo que el libro se llamaría Cuentos de amor de locura y de muerte, que tendría relatos “de todos los colores” y que para cruzar los tres núcleos de sentido anunciados en el título se debía eliminar la pausa intermedia”, es decir, la coma del título.

Las primeras líneas de Una estación de amor dicen así:

“Era el martes de carnaval. Nébel acababa de entrar en el corso, ya al oscurecer, y mientras deshacía un paquete de serpentinas miró al carruaje de delante. Extrañado de una cara que no había visto en el coche la tarde anterior, preguntó a sus compañeros:

– ¿Quién es? No parece fea.

–¡Un demonio! Es lindísima. Creo que sobrina, o cosa así, del doctor Arrizabalaga. Llegó ayer, me parece...

Nébel fijó entonces atentamente los ojos en la hermosa criatura. Era una chica muy joven aún, acaso no más de catorce años, pero ya núbil. Tenía, bajo cabello muy oscuro, un rostro de suprema blancura, de ese blanco mate y raso que es patrimonio exclusivo de los cutis muy finos. Ojos azules, largos, perdiéndose hacia las sienes entre negras pestañas. Tal vez un poco separados, lo que da, bajo una frente tersa, aire de mucha nobleza o gran terquedad. Pero sus ojos, tal como eran, llenaban aquel semblante en flor con la luz de su belleza. Y al sentirlos Nébel detenidos un momento en los suyos, quedó deslumbrado”.

La primera edición de este volumen estuvo a cago de la Sociedad Cooperativa Editorial Limitada, de Buenos Aires. Horacio Quiroga murió en Buenos Aires el 19 de febrero de 1937.


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