Por Camilo Hoyos
Revista Arcadia
Si algo caracterizó a Aurora Bernárdez fue su silencio frente al micrófono. Fue traductora de más de 15 autores y además dedicó sus más felices años a la edición de la correspondencia completa de Julio Cortázar (de quien fue esposa hasta 1969) junto con Carles Álvarez Garriga. Dos años antes de su muerte, Vargas Llosa le preguntó, ante un salón abarrotado de estudiantes, por qué nunca había publicado una sola línea, y logró entonces escabullir la respuesta de una manera sigilosa, como lo hizo las pocas veces en su vida en que tomó un micrófono. Terminó la espera. Hace justo dos meses Alfaguara publicó El libro de Aurora. Textos, conversaciones y notas de Aurora Bernárdez, lo que significa la aparición de una nueva voz femenina dentro de la literatura latinoamericana del siglo XX. La edición está a cargo de Julia Saltzmann, quien trabajó con Bernárdez y Álvarez, y la acompaña Philippe Fénelon, quien además escribe el prólogo. Hay poemas, relatos y textos de cuadernos de viaje que finalmente dan forma a la imagen de lectora que siempre habíamos imaginado.
Para esta columna haré una excepción y me referiré a una preocupación específica, reconociendo asimismo que no hace falta convencer a nadie de que vaya a leer los textos de Bernárdez. Por esta vez, me referiré únicamente al prólogo, que tratándose de la primera publicación de los herederos de Bernárdez, despierta todo tipo de alertas respecto a futuras decisiones editoriales. Si Bernárdez era la heredera de Cortázar, asumo (que alguien me corrija si estoy mal) que fueron los herederos de Cortázar y Bernárdez quienes decidieron incluir este prólogo.
El libro lo cierra la transcripción de una de las únicas entrevistas que Aurora Bernárdez concedió, tomada del documental La vuelta al día, del cineasta y músico francés Philippe Fénelon. Es entonces cuando el lector se entera finalmente de quién es Fénelon. Si el prólogo permitiera corregir este supuesto prejuicio, sea; pero el problema es que cualquier prólogo a una obra póstuma que comienza diciendo “Mi amiga Aurora fue una muchacha de Buenos Aires” nos llena de pánico. Fénelon dice que Bernárdez se hospedó en su casa durante los 30 años que visitó Barcelona, cuando lo cierto es que durante los últimos seis o siete años de su vida ella se quedó en su piso cerca de la plaza Vila de Grácia; antes de esto, se quedaba siempre en el hotel Monumental, sobre la calle Muntaner, precisamente por la cercanía con la agencia Balcells. Luego escribe que “En sus últimos meses Aurora, desamparada, me señaló los estantes vacíos de su biblioteca preguntándose con angustia qué había pasado, quién había venido, dónde estaban los libros”. Resulta extraño leer que Aurora Bernárdez estaba desamparada y a merced del saqueo de sus cercanos durante los últimos años de su vida, como si fuera una pobre viejecita sin nadita que comer, ya que durante sus últimos meses estaba recién publicado el manual biográfico Cortázar de la A a la Z, el libro más precioso sobre Cortázar, que editó con Carles Álvarez. Atendió invitaciones en París y Barcelona a homenajes, y las fotos poco hacen pensar en una mujer “desamparada”. Esta palabra la hubiera aterrado, así como aterra pensar que esta sea la primera de próximas decisiones con la obra del argentino y de la argentina que se hicieron querer por todo el mundo.
La casa Alfaguara se ha caracterizado siempre por consentir la obra del argentino editada por Bernárdez y no bajó el nivel cuando se trató de este precioso libro en cuya portada la reconocemos a sus 30 años. Se resume todo en una pregunta: ¿por qué no estuvo la edición a cargo de Carles Álvarez, quien trabajó con ella durante los últimos nueve años de su vida y conoce como nadie más la obra de Cortázar y también la de Bernárdez? ¿Deberíamos cruzar los dedos?
Aquí puedes ver a Aurora Bernárdez leer a Julio Cortázar