Para él todos los días es domingo de cine. Tiene la voz ideal para asustar niños o adultos, pero no importa: goza narrando películas del oeste, mientras se saca chispas de las manos de tanto frotárselas.
Su pasión lo lleva a invitar a sus prójimos a almorzar, con tal de que le permitan contar cómo desenfunda Glenn Ford su revólver, o cómo se pone Randolph Scott el sombrero.
En sus años piernipeludos ganó un concurso con preguntas sobre el viejo oeste en el que uno de los sabuesos interrogadores era el profesor Antonio Panesso Robledo.
Este Funes de Macondo, cronista-novelista de alto turmequé, diplomático en varias plazas, ganador de múltiples premios de periodismo y expresidente del Círculo de Periodistas de Bogotá, tiene la memoria acumulada de todos los elefantes africanos colocados en fila india.
Por ello recuerda diálogos, rostros de sheriffs, paisajes, atardeceres, besos y canciones de las viejas películas de pistoleros.
Literariamente, se ha dejado influenciar por autores como Ernest Hemingway, Malcom Lowry, Joseph Conrad, José Emilio Pacheco y Jorge Luis Borges
Pregúntenle cuál es la única película del género cuya historia transcurre a la orilla del mar y él les responde en un ya. No en vano su primera novela es un clandestino homenaje a esas viejas cintas pues en ella sigue la técnica de una película del oeste.
Esa novela la tradujeron al francés de Baudelaire bajo el título de «Tu ne mourras pas». Eso lo tiene sin cuidado.
Lo importante para este escritor y periodista nacido en Líbano, Tolima, es que le dejen contar sus películas.
Si el interlocutor se quiere doblar en tinto, al final de la tenida gastronómica, el paganini de voz quebrada como una trepada al páramo de Letras, corre con los gastos. Siempre con la esperanza de que le escuchen otra fílmica narración.
(Claro que si le permiten hablar de comida no lo calla ni mirús. Bocado preferido suyo es el chontaduro, el viagra criollo, que le permite atender la demanda femenina… cada vez más escasa. Su mayor competidor en este campo era don Otto Morales Benítez, de feliz memoria).
Aprovechó una escala burocrática en Nueva York para comprar afiches alusivos a películas de vaqueros en las que tiene un master. (Sabrá Dios qué bellezas se trajo de su embajada en Portugal).
Tiene un detectómetro especial que le permite adivinar en qué canal de tevecable, con hora y todo, van a repetir un western de hace años para dedicarle una miopía que tratan de disfrazar sus gafas.
Como cliente de las cinematecas -uno de sus hábitats- vive bravo con ellas porque nunca presentan festivales del oeste.
No está bien que se muera Fellini, por ejemplo. Pero está bien que las cinematecas repongan en pantalla a «8 1/2», por decir algo.
Con el viejo oeste nunca sucede lo mismo. Si estas líneas contribuyen a que no cesen los partidos (de fútbol) y nos revivan cintas de Alan Ladd, Audie Murphie, John Wayne, Jeff Schandler, Victor Mature, John Wayne, Gary Cooper, Lee Marvin y amiguitos, yo pagaré gustoso la cinemateca.
En la hoja de vida del nervioso biógrafo del oeste que nos ocupa, figuran muchas clases capadas en su escuela tolimense para ver estas fantasías que entonces venían en cinemascope.
Se anunciaban con fanfarrias de canciones mexicanas que arrugaban el corazón que es el que regula la nostalgia. Del amor se ha ocupado el hígado.
Así como antes se vendían castillos con todo y fantasma, según cuenta Wilde en su Fantasma de Canterville, nuestro frustrado vaquero con corbata piensa construir casa con pistolero incluido.
Paga para que lo dejen contar la historia de «Shane, el desconocido», con el monito Alan Ladd. Se sabe todas las intimidades de la accidentada filmación en 1939 de “La Diligencia”, de John Ford. Le encima su nombre original: John Martin «Jack» Feeney
Se le aclara la voz cuando narra la forma como Marlon Brando, en «El rostro impenetrable», se venga de un ex-colega suyo, asaltante de bancos, que se fue con todo el botín.
Al golpear la mesa para pedir otra tanda (de café, para el trago es tímido), nuestro narrador remeda el gesto de Gary Cooper cuando en «Veracruz» regresa su pistola al cinto después de liquidar algún malandrín de cara cortada.
Este Germán Santamaría, gallinazo impenitente, hijo de sastre, como su colega Gay Talesse, exdirector de la revista Diners, es todo un rollo para contar películas del viejo oeste. (Estas líneas pasaron por el departamento de latonería, pintura y similares).
Tomado de Revista Corrientes
Por Oscar Domínguez Giraldo