Por Juliana Muñoz Toro
El Espectador
En Balada de un viejo adolescente combina una historia que transcurre entre un asilo de ancianos, el colegio en el que estudia el protagonista y Medellín, que bien podría ser el Medellín de su infancia o de la infancia de muchos. ¿Cómo construyó esta historia y logró darles verosimilitud a los ambientes?
La novela tuvo un largo proceso de concepción y escritura. Al principio se narró en tercera persona y el narrador no era un adolescente, sino un viejo que había vivido la experiencia de estar, de joven, en un asilo. No salió. Entonces opté por la primera persona, la del adolescente que, en una etapa de cambios, le toca estar un año al lado de ancianos. Es la vejez vista por un joven. La obra tiene aspectos autobiográficos. Aunque, como dice el escritor Memo Ánjel, en la ficción todo es real menos lo que está pasando. Existió el asilo, existió un adolescente (aunque no sea el de la novela), hubo muchos viejos reales y el lituano es real, pero también una invención. Algunos barrios son imaginarios. Otros, reales. Es una novela con un trasfondo de los juegos Panamericanos de 1971, los sangrientos hechos de Múnich (Septiembre negro), Kid Pambelé, la situación de Chile y Allende, en fin.
Pasaron muchos años para poder escribir esta obra. Además, leí sobre viejos en obras de Simone de Beauvoir, José Donoso, García Márquez, Bioy Casares, Esther Vilar, Miguel Delibes, entre otros.
¿Qué inquietud tenía en mente cuando empezó a escribir la novela?
¿Qué pasa cuando un muchacho tiene que vivir entre viejos? ¿Cuál es su reacción ante un mundo que decae, que no tiene esperanza alguna de retorno, que es como una enfermedad sin cura? Me acordé de Roa Bastos en pasajes de la escritura, cuando decía, en Yo el supremo, sobre la “enferma-edad” y la “sola-edad”.
El lenguaje escogido resalta “lo paisa” y lo oral. ¿Por qué apostar por a este estilo?
La historia, creo, es universal. En todas partes se vive, se muere, se envejece. Lo particular es que un joven viva en un asilo de ancianos, pero las circunstancias hacen que tal historia suceda. El lenguaje contempla maneras de hablar del antioqueño; no hay jergas, aunque sí algunos localismos. Me parece que puede ser entendida por cualquier ciudadano del mundo. O eso espero. Se hace una especie de búsqueda con lo oral, porque, quizá, un adolescente es un ser que intenta con la palabra hablada aferrarse al mundo, dislocarlo, cambiarlo. Este adolescente de la novela quiere las palabras, que aprende en libros, pero también con su madre, con los profesores. Es un adolescente que lee. Y al que le toca un mundo muy particular, del cual, a veces, los libros son como un escape o una revelación.
Los viejos del asilo se mueven entre el recuerdo y el resentimiento. Me interesa esta idea de resaltar “lo pasado” en esta etapa de la vida…
Los viejos, los del asilo, son parte del pasado. No quieren vivir el presente. Y menos el futuro. Están llenos de soledades, de desganos, de olvidos, son seres vencidos a los que ya no les interesa ninguna manera de la lucha. Y el contrapunto está en un joven, un habitante extraño en un ancianato, que, como un aprendizaje de esa experiencia única, se va dando cuenta de los significados y miserias de la vejez.
¿Al escribir este libro pensó en un público?
No, no pensé en ningún lector específico. No es como en el periodismo. Me parece que la obra está concebida como una lucha entre lo que se extingue y lo que nace, o lo que está en desarrollo. Y puede ser leída por jóvenes. Es, si se quiere, una novela para jóvenes de hoy que pueden comparar como era ser joven en los comienzos de la década del setenta. Claro, también es para viejos.
¿Por qué la música fue un elemento que quiso incluir?
En la banda sonora de la novela hay músicas de los jóvenes de entonces (no es muy evidente el rock, pero suena), pero también de los viejos (en Antioquia es muy particular que denominen a ciertos géneros “música vieja”). Hay ecos de la Nueva Ola, del ye-yé y el go-gó, pero también de bambucos y pasillos colombianos. El protagonista estudia guitarra. A veces él y su instrumento son un solo ser. La guitarra le ayuda a resistir y llevar una extraña existencia entre tantos ancianos.
El padre ausente también es esencial…
Un personaje muy importante es la mamá del adolescente. Ella lleva los hilos del hogar. Es la que lo sostiene porque el padre se ha quedado sin trabajo y se ha ido a buscarlo en otras geografías de las que no vuelve. Esa ausencia es un motor de la obra. Era una manera de justificar que la señora trabajara en un tiempo en que los roles femeninos estaban destinados al adentro, a lo doméstico y privado.
La voz de este libro se siente casi como un diario, sin serlo. Esto nos permite acceder al día a día del asilo y al mundo interior del personaje. Cuéntenos más de esta elección.
Al principio se hizo un ejercicio de narrar en pasado. Me pareció que resultaba falso. Y entonces opté por el presente continuo (excepto en un par de capítulos). La verosimilitud está lograda, creo, por este recurso del tratamiento del tiempo. Además, hay un mundo interior (asilo) y otro del afuera (el colegio, el barrio, la ciudad). Es una vida que sucede y otra que se extingue.
“Balada de un viejo adolescente” se presentará el 7 de septiembre en Medellín en la Librería Grammata (6:30 p.m.), y el 13 de septiembre en la Fiesta del Libro de Medellín (5 p.m., salón Restrepo).