Por Verónica Abdala Foto Guillermo Rodríguez Adami
Clarín (Ar)
En París la conocían como Tante Marie (Tía María), Marie Errázuriz, o Madame E, aunque su nombre completo era María Edwards Mac-Clure y los libros de Historia no registran su existencia. En esa mujer –a la que algunos apodan la “Schindler chilena”, y que además fue pariente lejana del escritor- está inspirada La última hermana, flamante novela del chileno Jorge Edwards, que por estos días se publica en la Argentina y es el relato novelado de una conversión: la que llevó a una dama de la alta sociedad chilena, residente en París, a pasar del glamour de los cócteles y la vida social -en la que se codeaba con la intelectualidad francesa durante los años previos a la Segunda Guerra-, a jugarse la vida para salvar la de decenas de niños judíos, con plena conciencia del peligro que corría, cuando la ocupación alemana la enfrentó al horror del nazismo.
Eran los hijos de las mujeres judías sentenciadas a muerte en el Hospital Rothschild, donde Mac-Clure trabajó como asistente social para colaborar con la resistencia francesa.
“Llevamos con nosotras, a Dios gracias, más inconsciencia, más valentía, más pureza”, escribió alguna vez su amiga Colette, la célebre escritora francesa, que se hizo amiga suya. Edwards encontró de casualidad un libro de la escritora dedicado a María en la biblioteca de un coleccionista: “Esto vale más que todo lo otro por lo que estás presumiendo”, le dijo. Ya había oído acerca de la chilena en los tempranos ‘60, cuando oficiaba de secretario en la embajada chilena en París, aunque no fue hasta 2010, cuando fue embajador en Francia, en la presidencia de Sebastián Piñera, que se decidió a encarar la investigación que derivó en el libro.
Llegaría a obsesionarse, reconoce, con esa mujer que salvaba niños de la muerte, jugándose la vida a partir de 1942, cuando integrantes de la Gestapo comenzaron a infiltrarse entre los trabajadores y pacientes del hospital. Ella escondía bajo su capa y los llevaba a su casa o los entregaba a familias católicas. La última hermana honra ese gesto heroico.
Mac-Clure soportó incluso la tortura, tras ser capturada en 1943. El jefe del cuartel, que había participado en una velada en casa de la chilena, la liberó después de reconocerla, un año antes de ser, él mismo, ejecutado por orden de Hitler. En 1960, María regresaría a Chile, donde murió a los 78 años, tras ser condecorada con la Legión de Honor de Francia.
“Era la menor de diez hermanos”, explica Edwards, que eligió el título de su libro bajo la certeza de que “el último hermano suele tener más libertad”. El escritor recibió a Clarín en la Embajada de Chile en Buenos Aires, donde llegó a presentar su libro y participar de una actividad en Cancillería, ayer, en el Día del Recuerdo de las Víctimas del Totalitarismo.
-¿Cómo se decidió a encarar esta investigación?
-En años recientes, una bisnieta de María pasó por París, donde estaba yo, y me contó cosas muy curiosas. Yo no conocía los detalles, que me conmovieron. Fui especialmente al Hospital Rothschild y visité lo que antes era la antigua maternidad, allí estaba la pequeña puerta por donde ella escapaba con los niños, por una callejuela que seguramente estaría repleta de soldados. También me reuní con dos de los niños salvados, ya ancianos. Uno trabaja en la sastrería de un barrio parisino. Luego conocí a otro que ella tuvo escondido en su casa y dio en adopción a una familia cristiana. María había detectado en su casa que tenía inclinación por la música y se los dijo a sus padres adoptivos. Él llegó a ser primer violín de una orquesta francesa.
-Un detalle notable es que ella se sensibilizó por una cuestión humanitaria, antes que ideológica…
-Era una mujer frívola, de esas que juegan al bridge. Pero era una apasionada lectora y era muy amiga de Colette. Creo que eso hizo la diferencia.
-¿Qué relación encuentra usted entre su condición de lectora y su sentido de la compasión?
-Estoy íntimamente convencido de que la lectura tuvo que ver con su sensibilidad humanitaria. Al menos así lo sentí cuando tuve que imaginarme cómo se produjo esa conversión mental. La Resistencia se enteró de lo que ella estaba haciendo solita y la ayudó. Se convertiría, sin quererlo, en una combatiente.
-Es un personaje que rompe prejuicios, de algún modo.
-Sí, una mujer burguesa que termina burlando a la inteligencia alemana. Quién lo hubiera dicho y, sin embargo, ahí la tiene. El tema de la conversión me interesa particularmente, además, quizás porque yo debí haber sido un hombre de derecha y terminé siendo un hombre de izquierda... En realidad la izquierda me considera de derecha y la derecha de izquierda, y yo ya no sé qué soy (risas).
-Defínase como pueda.
-Diré sólo que soy un hombre liberal, centrista, pero con un sentimiento social, del que nunca me aparté.
-Usted cuenta la historia desde un ángulo intimista, en el que el drama humano está en el centro de la escena, hasta las peripecias domésticas.
-Toda gran historia es en el fondo un drama humano. En mi obra la memoria y el testimonio tienen un lugar central. Para mí la escritura tiene que ver con el dolor, y con una dimensión personal. A mí me interesa la forma en el lenguaje, nos permite penetrar en la interioridad de los personajes, lo que más me gusta es el tono del yo. Desde adentro se abre el mundo. Los grandes relatos pasan siempre por la memoria de personas. Yo prefiero, por ejemplo, la correspondencia de Flaubert a todo lo otro que escribió.
- ¿Y en qué punto la intimidad entronca con la historia?
-Ocurre inevitablemente, en el caso de las grandes obras: no es posible comprender la Restauración francesa sin leer a Balzac, ni la época de Napoleón III sin leer a Flaubert, ni la Francia moderna sin leer a Proust. Cuando la novela es de calidad, aunque sea puramente subjetiva, termina pasando. Ahora, que el novelista pueda mejorar la historia, como se creía en mi juventud, no creo. Quizás aporte una mayor lucidez y un mayor sentido crítico a sus lectores, pero no mucho más.
-En María, dijo, alimentó el sentido de la compasión…
-Eso sí: el sentido de la vida, de la solidaridad, de la compasión. El gusto por la vida es parte de lo que nos enseñan las grandes obras literarias. Yo sigo aprendiendo de los libros.
- ¿Por eso escribe, por eso lee?
-Escribo porque a los 86 años tengo claro que leer y escribir es lo que más me gusta en la tierra. Mi médico me dice que camine, y le hago caso: hoy caminé una hora buscando un libro de César Aira. En España caminé horas por las librerías de viejo. Camino buscando libros. Tengo las neuronas vivas. No pienso rendirme.