Confirmado lo que desde hace años veníamos sintiendo:
Según el ranking de la Fundación City Mayors, conformada por un grupo de expertos internacionales, dedicados a asuntos urbanos y a promover ciudades fuertes y prósperas; Bogotá es la ciudad más densa de América Latina y la novena del mundo.
La densidad urbana se define según el número de habitantes por hectárea o kilómetro cuadrado. En el caso de Bogotá, se estima que tiene 13.500 personas por kilómetro cuadrado; es decir 135 por hectárea. Solo superada por urbes de África y Asia.
Según el documento, “Bogotá ciudad de estadísticas”, de la Secretaría de Planeación, “La densidad alta puede ser un síntoma de hacinamiento”.
Extrapolando; encontramos en experimentos realizados con ratones, resultados contundentes en relación con el binomio comportamiento y ambiente. Conductas presentadas y territorio. Expresiones inter- objetales y espacio. Estudios controlados bajo variables determinadas, se llevaron a cabo con poblaciones de ratones en áreas específicas. Los resultados fueron los siguientes: Cuando la población está acorde con espacios propicios para la adecuada expresión vital, tales como: movimiento, comida, socialización, apareamiento, higiene; el comportamiento de los individuos no presenta alteraciones. A medida que va aumentando la población en el mismo espacio y las necesidades vitales se ven afectadas, las conductas se alteran. Hasta el punto que cuando se llega a la super población aparecen conductas aberrantes. Ataques a muerte. Alteraciones sexuales. Apareamientos confusos. Malestar generalizado. Caos total. Peligro de extinción de la especie.
Todos los días, las noticias en nuestra ciudad, están referidas a un alarmante aumento de atracos. Ya no solamente con fines de llevarse las pertenencias de las víctimas, sino también, incluido, el aleve ataque personal, infligiendo heridas mortales, con armas blanca y de fuego. La inseguridad en Bogotá, alcanza niveles de total malestar, para nosotros sus habitantes.
Hice un pequeño experimento, entre mis amistades, familiares y relacionados, preguntándoles a cada uno si ha sido objeto de robo y de 20 personas cuestionadas, solamente dos contestaron que no. Vale anotar, que esas dos personas, sobrepasan los 85 años de edad y permanecen 85% de su tiempo resguardados en sus hogares. Aunque, en muchos casos, ni los domicilio se libran del tremendo mal que azota la ciudad.
En alguna reunión de amigos, se comentó, el hecho que nuestros hijos, han viajado a especializarse en el exterior y se han quedado a vivir en ciudades europeas, con el beneplácito de los padres, quienes confesamos sentirnos más tranquilos, por saberlos libres de la inseguridad reinante en nuestra ciudad. Triste hecho.
Quienes ya completamos más de setenta años viviendo en nuestra ciudad natal, somos testigos del vertiginoso aumento de la población. Al parecer, la falta de oportunidades para acceder a estudio y trabajo, en otras ciudades colombianas, ha hecho que la migración hacia la capital haya sido desmedida. Bogotá es de todos los colombianos. Encontramos en ella personas de todas las regiones. Tal vez, eso mismo, haga que la identidad se diluya, y no se cuide lo suficiente nuestra ciudad.
Desde los años 50s del siglo pasado, se produjo una desbandada poblacional hacia la capital, cuyas causas principales, fueron ocasionadas por la llamada “violencia política”. Nuestros campesinos, y residentes de pueblos y ciudades intermedias, al ver arrasadas sus casas y sus tierras y aniquilados sus familiares y perseguidos sus hijos, corrieron hacia Bogotá, en busca de salvamento.
Desde mi experiencia, como bogotana, siempre residente en mi ciudad, tengo registrada en mi memoria los siguientes datos que ilustran la situación poblacional:
Sobre la Avenida 68 con calle 98, esquina, costado occidental; existió la llamada casa Santa Eulalia, residencia del intelectual, Enrique Uribe White, quien vivía con su hermana, atendidos por una fiel empleada. Allí se efectuaban todos los domingos tertulias memorables, consignadas en el bello libro escrito por el humanista Efraín Otero Ruiz, médico del anfitrión, cuyo título es justamente “Santa Eulalia, memorias de una casa abierta”. Pues bien, en dicha casa vivían tres personas. Valga la anotación que contaba con un extenso terreno. Pues en dicho espacio, hoy, vemos seis torres de veinte pisos la frontal y 15 los otros. Calculen ustedes cuantas personas viven allí, a diferencia de las tres, que habitaban dicho terreno, no hace demasiados años.
Tuve la oportunidad de ir a la hermosa casa-hacienda del gran poeta piedracielista, Jorge Rojas, antes de que él la vendiera. Bellos jardines la rodeaban. Hoy en día es el Barrio La Carolina, así se llamaba su esposa; y, al ir a visitar a una de mis condiscípulas, residente en el Pent House, piso 22, constaté la ubicación. Otra desproporción entre el número de habitantes de antes y los actuales.
En este mismo orden de ideas, mi inolvidable Colegio Calasanz, ubicado en el Barrio los Rosales, Calle 77 entre carreras tercera y primera, hoy en día es igualmente un conglomerado de edificios. Experimenté, la misma vivencia anterior, al visitar el pent-house de un relacionado.
Y, así, muchísimos ejemplos más, que tengo registrados. Entiendo que es un fenómeno natural por crecimiento demográfico. Pero lo que no encuentro acorde, es que no se planifiquen suficientemente dichos eventos. El hacinamiento, no es de ninguna manera, un fenómeno que ayude al bienestar. Alguna vez, comentando este hecho con algunos arquitectos, urbanistas y colegas, psicólogos y psiquiatras, se me ocurrió lanzar la idea de si sería posible, restringir a los no bogotanos, el residir en la capital; así como cuando uno permanece, más del tiempo permitido, en otro país ….
Lo cierto, es que, la SALUD MENTAL, está afectada. Estadísticas comprobadas, refieren aumento de los casos de suicidios, abusos sexuales a niños y adolescentes; alcoholismo, drogadicciones. Feminicidios. Homicidios. Depresión. Ansiedad. Ataques de pánico. No es que la pandemia sea la única causa … tal vez, sí, el detonante, de enfermedades mentales latentes; subyacentes en personalidades premórbidas, en las que las restricciones y las adversas consecuencias de desempleo, asfixiante encierro y falta de sustento en general, abre las compuertas de sus desajustes psíquicos.
El confinamiento, en porcentajes altísimos, en espacios demasiado estrechos; lo más seguro, también, en hacinamiento. Familias numerosas, en habitaciones de pocos metros … Con los resultados funestos que estamos viendo.
Alivia un poco el constatar que ya vamos saliendo un poco del confinamiento. Los colegios y universidades funcionando a nivel presencial alivian a jóvenes y niños en su movimiento y expresión social. Igual cosa acontece con restaurantes, teatros y sitios de recreación, para las familias.
También, a nivel global, con respecto a la superpoblación, los jóvenes ya van controlando la natalidad; y, desde mi generación, las familias están ahora compuestas por menos hijos. Sobre todo en las clases medias. Aunque sigue existiendo el flagelo de la maternidad en adolescentes, que empeora la situación, ensombreciendo el futuro de niños y madres precoces.
¿Seguiremos, los humanos, teniendo la misma suerte, del experimento con los ratones?
RUTH AGUILAR QUIJANO