Los ellos, de ochenta y dos páginas y sin fecha de publicación, es la primera y única novela de la poeta y periodista nacida en Ibagué en 1949.
La Ella es una pintora e intelectual con un compañero impotente que jamás aparece designado con su nombre y la loca, amiga de Ella, una especie de alter ego.
Casi todo transcurre en La mata azul, una casa donde se realizan fiestas con orgías y bazuco incluido, mientras se suceden escenas surrealistas como los diálogos del amante de Ella con su pene. Dentro de estos sucesos encajan las reflexiones de la pareja protagonista en las cuales se cuestiona a la clase política y hasta la misma existencia de Dios con disquisiciones teológicas que parten del pecado original.
La pareja decadente que se mueve en una atmósfera de prostitución, licor y droga, representa a personajes oscuros y potencialmente incestuosos. Reciben la visita ocasional de Santi, hijo de un expresidente de la república, amigo de la loca, encantador y adinerado que patrocina las fiestas dionisíacas e interrumpe un coito, de repente, para invocar espíritus, porque cree en la alquimia y el esoterismo. Surge también Omar, el jíbaro, que con una boquilla recibe oxígeno para su enfisema pulmonar y por la otra un cigarrillo de bazuco.
Las voces narradoras, turnadas entre la loca y Ella, refieren el país de los Ellos que es el de los alucinógenos, la prostitución y el abandono, conformando una marginalidad curiosa porque los que detentan el poder acuden a ellos en busca de placer, jugando a la doble moral de pertenecer clandestinamente a ese mundo que ocultan ante los demás.
En una de las fiestas el compañero de Ella le introduce una zanahoria por el ano causándole invalidez y cuando asiste al médico tiene con él sueños eróticos, desembocándose con el lenguaje para dar fragmentos entre el mundo del quirófano y el de la sensualidad .
Sólo le queda a Ella hacer las notas para el libro que destruye al ver que no existe eco en su marido y sus amigas, intercalando el relato con titulares de prensa donde señala lo absurda que puede ser la vida al tiempo que se cuestiona sobre el uso del poder.
En medio de las fiestas llegan a creerse una especie de dioses, pero tratan de humanizarla al ir en búsqueda de sí mismos porque son en términos genéricos, la encarnación del fracaso. El camino es el escape, pero vislumbran afuera un sendero igual o peor que el de ellos.
Las amplias disertaciones en referencia al amor como crimen, la capacidad de la publicidad para uniformar a las personas, de nuevo los tentáculos del establecimiento, el mundo gris y rutinario de los empleados, cubren buena parte del relato. Su cómplice, compañero impotente, vende hasta sus electrodomésticos para incursionar en la política con el natural fracaso y surge al final Rodríguez, amigo de la loca, cuya presencia parece simbolizar una especie de auditor, un policía que le impide seguir con su vida “normal” y que encarna de alguna manera a los de afuera, a los que se atraviesan.
Razón tiene el poeta Carlos Castillo en su nota introductoria cuando, entre otras cosas, afirma que el lenguaje de la autora ha sido siempre directo y sin camuflajes tanto en lo escrito como en lo oral y de qué manera se complace en romper la normatividad de “las buenas costumbres”. Este retrato, que la dibuja en lo que nos importa o sea el resultado de su trabajo literario, ofrece la medida de una actitud temática y formal que busca no sólo lanzar su mezcla, como dice Castillo, de escupitajos contra inquisidores modernos, sino esbozar pasiones de amores inconclusos que son dinamita para los falsos valores donde se sostiene el establecimiento.
Advierte el poeta, igualmente, de qué manera los personajes a veces se le escapan y no logra trazar de ellos una caracterización completa, aunque su imaginación, a base de haber experimentado esa “realidad”, se proyecta con aparente cuidado del lenguaje y un manejo de la estructura novelística.
Carlos Orlando Pardo
Novelistas del Tolima Siglo XX