Por Mariangel Solomita
El País (Uy)
Se dice que Pedro Juan Gutiérrez es el Charles Bukowski caribeño, una comparación que él, admirador de Julio Cortázar, Franz Kafka y Truman Capote, detesta. Él escribe sobre marginales, cubanos hundidos en la pobreza, que toman un respiro cuando ríen, beben ron o tienen sexo. Son luchadores. Sobrevivientes. Y por eso sus cuentos, sus poemas, sus novelas y sus pinturas están protagonizados por personajes llenos de esperanza.
Hace 20 años, cuando Anagrama editó su primera novela, Trilogía sucia de La Habana a Gutiérrez le cambió la vida. Sin embargo, aunque su obra está traducida a 22 idiomas, no se despega de la misma casa en Centro Habana con vista al mar. Casi no acepta invitaciones a festivales pero el sábado a las 20.00 estará en el Centro Cultural de España en un mano a mano con Hugo Fontana, que lo entrevistará en el marco del Filba.
— ¿Todavía escribe sus obras a mano?
—Un poco a mano, sobre todo la poesía y los cuentos, y otro poco a máquina, cuando se trata de novelas, como la que estoy escribiendo ahora mismo. Voy mezclando hasta tener un capítulo completo y ahí recién paso los textos a una laptop: me he ido civilizando. Escribo en tres etapas, manoseo mucho el material antes de escribirlo definitivamente. Es una costumbre que tengo desde que empecé a escribir a los 18 años: escribir sin prisa.
—Solía escribir en las mañanas, con una taza de café en el estómago, ¿mantiene esta rutina?
—Ya no. Así escribí todos mis libros, pero he ido cambiando. Ahora escribo por las tardes y por las noches. La mañana es cuando produzco más, y me gusta trabajar en silencio y tener el resto del día libre para ir al gimnasio, ir a nadar al mar, ver a mis amigos, reparar mi casa.
— ¿Por qué guarda sus textos bajo llave?
—Porque yo tengo como un mito de que lo que escribo es un poco sagrado. No me gusta que nadie meta las narices, tengo un poco de superstición de que si otro lo ve, se me desinfla. No soy capaz de leerle a nadie.
—Ha sido vendedor de cómics, de helados, soldado, obrero, cortador de caña y periodista. ¿Cómo el periodismo moldeó su escritura?
—Fue fundamental como experiencia. El periodismo te enseña a controlar el idioma, a no escribir ni una palabra que sobre. Hay muchos escritores que utilizan al idioma como si fuera un carnaval de palabras, no solo los barrocos buenos como Lezama Lima y Alejo Carpentier, que me encantan, sino que hay otros malos que lo utilizan como si fuera una cascada inútil, para adelantar páginas. ¿Por qué escribir 500 palabras si lo puedes contar con 150? Es algo muy propio del realismo mágico. Yo no quiero hacerle perder tiempo al lector. Por otro lado, el periodismo me enseñó a investigar bien antes de escribir, a saber qué voy a decir y a tener disciplina. Es una profesión muy útil para quien quiera ser escritor.
—Dijo que un escritor es un país independiente, ¿qué quiere decir?
—Me refiero al hecho de que la escritura se origina en el proceso de pensamiento en el que está un escritor, que continuamente está pensando, que tiene un criterio propio, que analiza lo que está pasando dentro de él, lo escribe y sigue. No se trata de escribir algo político ni ofensivo. Eso no.
—Casi todo lo que escribe es autobiográfico, ¿diría que alguien que leyó su obra conoce sus secretos?
—Yo escribo con mi alter ego Pedro Juan, que no es exactamente como yo: yo intento ser más decente. Pedro Juan es un loco pervertido, es un tipo que se entrega a la vida con mucha desfachatez, con independencia de criterio, se lanza con el pecho abierto hacia adelante. Yo soy diferente, lo que pasa es que hay periodistas y traductores que no me quieren conocer y creen que soy mi personaje.
— ¿Usted cree que los cubanos lo conocen?
—No me conocen. Un amigo mexicano me decía, “a ti te ha pasado lo mismo que a Luis Buñuel cuando hizo Los Olvidados en México. Les puso un espejo y no les gustó lo que vieron en él.” Por suerte tengo algunos amigos que me defienden y a esos los cuido mucho, porque son pocos.
—Sin embargo usted no quiere dejar La Habana. ¿Es un amor no correspondido?
— Es un amor masoquista, como todos los amores. Es una relación de amor y odio que tengo que no la puedo rebasar. Yo me siento realmente bien acá, con mi familia, mi casa. Es que los cubanos somos malos inmigrantes porque somos muy melancólicos, nos cuesta alejarnos. Cada año paso unos cinco meses en Madrid y cada día que paso allí quiero estar en la Habana y así llevo 20 años, desde que publiqué Trilogía sucia de La Habana.
— ¿Vuelve a leer sus libros?
—No soporto leer mis libros. Cuando lo veo publicado me da una sensación de felicidad tan grande, de tranquilidad, porque me puedo alejar. No te voy a decir que sufro escribiéndolos, pero me cuesta mucho. Hay dos libros que no soportaría leerlos: Trilogía sucia de La Habana y El rey de La Habana.
—En una nota dijo que Trilogía sucia de La Habana seguiría siendo leída en 100 años, ¿cómo se siente con la certeza de que su obra va a perdurar en el tiempo?
—Me parece una falta de modestia haberlo dicho. En un libro que perdura, ahora lo van a traducir al islandés, al polaco, al ruso y al japonés. Algunos me dicen que es una crónica de los tiempos duros y a mí me parece que no, que va más allá. Yo creo que resume todas mis ideas sobre la pobreza, que lo que hace es hundir al ser humano y restarle posibilidades de vida. La pobreza te atrapa y ya no puedes salir de ella. Ese es el centro de mi obra.
— ¿Cómo llegó a darse cuenta?
—Fue algo inconsciente, no medido. Yo procedo de una familia pobre, de campesinos analfabetos. Somos una familia que hemos tenido que luchar mucho y siempre he trabajado mucho por necesidad. Eso, de a poco, se convirtió en el leitmotiv de mi obra.
— ¿Para qué escribe?
—Quizás sea para encontrar una explicación a lo que me preocupa. Quizás sea un vicio. No lo sé. Jamás me he podido responder esa pregunta.