Por Juan Carlos Galindo Foto: Daniel Mordzinski
El País (ES)
Por las negras tierras asturianas, mineras ayer, obreras, literarias y negrocriminales siempre, por el Gijón que pisaron hace ya 30 años Donald E. Westlake, Jean Patrick Manchette o Manuel Vázquez Montalbán, transitan ahora nuevos valores, algún clásico y la esencia de la novela negra contemporánea. No hay mejor lugar para comprobar cómo está un género que salió del gueto para convertirse en refugio primero y en moda después. “Ha cambiado todo, nosotros, los trenes, la literatura. En 1988 yo no era tan jovenzuelo pero sí más inocente. Entonces era una novedad lo que se llamaba novela policial. Hoy hay como una muerte del lector literario y a la gente le gustan autores que escriben cosas incomprensibles” cuenta a EL PAÍS Juan Madrid, presente en aquella primera edición, recuperándose ahora de un ictus sobre el que bromea, con novela nueva en sus manos (Los perros que duermen, Alianza), todo un superviviente, como la propia Semana Negra.
Madrid (Málaga, 1947) luce sombrero panameño, tirantes, bastón de caminante de senderos y una gran sabiduría sobre el género. En el tren que lleva a prensa y escritores de Madrid a Gijón da una pequeña lección magistral. “Mi prosa es clara, no me apeo del burro. Quiero escribir con menos palabras, más sencillo, con la realidad ya tenemos suficiente oscuridad”, asegura sobre su último libro. “Siempre he dudado mucho sobre eso de la novela negra. Me parece una falacia”, sentencia sobre el género.
Si hay alguien que sabe dónde empezó esto y hacia dónde puede ir es Ángel de la Calle, director de la Semana Negra y “optimista histórico”, que cree que el futuro del género está asegurado y el del festival también tras los problemas financieros de los últimos tiempos. “Primero fueron Montalbán, Andreu Martín y Juan Madrid. Luego vino la generación intermedia liderada por Lorenzo Silva, que es increíble lo que vende. Antes no había escritores españoles entre los más vendidos y ahora sí, y muchos. Eso es porque se está escribiendo bien. Y aquí tenemos a algunos nuevos valores, como Tomás Bárbulo o Leandro Pérez que lo demuestran”.
Los de la Transición
Del género circunscrito o al menos dominado por la novela negra entendida como crítica social queda poco. Juan Madrid o Alexis Ravelo en España o el argentino Marcelo Luján, ganador del Hammett el año pasado, son dos buenos ejemplos, pero el marco se ha abierto enormemente y ha quedado desdibujado. Ravelo, ganador en Gijón en 2015, describe el panorama actual en España: “Aquella generación de hace 30 años fue la de la Transición, nuestros maestros, los pioneros, porque se había hecho muy poco género negro en España y tenían una influencia interesante, la francesa, que nosotros no tenemos tanto. ¿Cosas nuevas? La descentralización desde los lugares en los que trabajamos. La novela negra de provincias se considera como algo normal y en eso ayudó mucho por ejemplo Lorenzo Silva, porque sus Bevilacqua y Chamorro viajan por todas partes. Lo que veo son autores más amables, no digo que sea bueno o malo. Las de aquellos maestros eran obras más duras, descarnadas. Ahora, con contadas excepciones, quienes dominan el mercado son más amables”. Cristina Fallarás, única mujer que ha ganado en Gijón, abunda en este enfoque: "El rol del escritor se ha infantilizado a medida que lo hacía la sociedad. No sé, todo ha cambiado muchísimo, todo es un poco idiota".
Mientras el tren se dirige al norte, con un ritmo a ratos fluido, otros denso, como la propia literatura, las bromas, las fotos y las ruedas de prensa en el ruidoso vagón se suceden y una alucinada Sophie Henaff, abre los ojos, mira a su editora y sonríe sorprendida. La creadora de la comisaria Anne Capestan (en España la edita Alfaguara), que apuesta por un tono clásico y alejado de la violencia lo tiene claro. “En estos últimos 30 años, la novela negra ha sido más sombría, más social, pero creo que a través del humor se puede hablar de todos los problemas de la sociedad” analiza la que es considerada como la nueva Fred Vargas, una muestra del poderío y la diversidad del género en Francia.
El diálogo entre las dos orillas del Atlántico es la otra herramienta de legitimidad del festival que puso a la novela negra en el mapa literario en España. “La primera serie policial escrita en castellano es de un argentino, en 1877. Con estos auspiciosos comienzos, no es extraño encontrarse con una continua renovación de escritores que han hecho de Semana Negra su casa. Sobre todo en los últimos 10 años, en los que en nuestro país ha habido un nuevo boom” cuenta la escritora Tatiana Goransky.
El género en el mundo hispanohablante es mucho más complejo de lo que se ve desde acá, donde sólo éxitos como Elmer Mendoza, Luis Sepúlveda o Leonardo Padura llegan al público. Este año optan al Hammett dos escritores americanos, la argentina María Inés Kimer, todo un clásico por aquellas tierras, y el mexicano Emiliano Monge, que con Las tierras arrasadas (Random) ha firmado un fabuloso ejercicio de renovación del lenguaje en la novela negra.
Después de estar al borde de la desaparición, la Semana Negra celebra su trigésimo aniversario con más de 150 autores y con la idea de durar otros 30 años más. Veremos entonces dónde queda el género.
Recitar, Comer y beber en serio
Todo el mundo coincide en el carácter festivo de la Semana. “Me encanta recitar en público. Hacerlo en una carpa llena de gente es impresionante y la respuesta los lectores también”, rememora la poeta Inma Luna. “Voy dispuesto a disfrutar de una fiesta literaria, que sé que es lo que es”, comenta Leandro Pérez. Otros vivieron su versión punki. “Lo recuerdo como una de las últimas citas adultas literarias que he vivido. Se comía en serio, se bebía en serio y se hablaba de literatura. Ahora en los festivales se come mal, se bebe a escondidas y se habla de dinero. Recuerdo gente titánica, que tenía vidas bestiales. Tengo la sensación de que eso ha terminado”, se lamenta Cristina Fallarás. Como dijo una vez Paco Camarasa, librero y eterno comisario de BCNegra, festivales hay muchos y muy buenos, pero Semana Negra solo hay una.
Anecdotario interminable
“La Semana Negra se presenta en Nueva York, pedimos crédito” es el titular con el que se despachaba un periódico local con aquella primera edición, al confundir una nota del reportero estadounidense que hizo la foto con una petición del festival, cuenta divertido Ángel de la Calle. Una muestra de las innumerables anécdotas que han surgido en estas tres décadas.
Cuenta Zanón la siguiente: “Recuerdo cuando me invitaron la primera vez. En Barcelona Negra, en la cena que se celebraba en La Capella, Paco Camarasa estaba hablando a Taibo de mi libro, Tarde, mal y nunca (2009) que había editado en una pequeña editorial, Saymon. Llegué yo y ambos me pidieron un libro. Yo venía a una cena no iba con libros en los bolsillos. Así que salí corriendo y llegué a La Central cuando estaban cerrando ya. Le rogué a la dependienta que me vendiera un libro como un yonqui ante una farmacia de guardia. La chica me dijo que ya habían cerrado. Que ni tan siquiera sabía si lo tenían. Le dije que yo era el autor. Le hablé de Taibo. De la Semana Negra. La chica se apiadó de mí y me vendió mi propio libro. A los dos días me llamaba Taibo: le había encantado el libro. Unos meses más tarde era invitado a la Semana como finalista del Silverio Cañada. Como esto es la vida y no un guionista de Hollywood, no gané”.
Alexis Ravelo también se explaya. “De Gijón guardo algunos recuerdos especiales. Cito solo algunos: la noche en la que unos veinte argentinos y argentinas me permitieron ser uno de ellos, coreando tangos hasta las tres de la madrugada; una mañana en la que mi paisano Pepe Correa se puso la ropa perdida intentando beber sidra, para regocijo general de otros siete autores de siete ciudades distintas del mundo; largas conversaciones sobre la escisión entre literatura y edición con Josep Forment una sobremesa de tres horas escuchando hablar a Juan Madrid (lo cual es lo más parecido a un taller completo de escritura); un autobús (guagua, en mi tierra), que se incendió junto a una carpa expositiva con las obras de José Muñoz, que milagrosamente se salvaron, porque el arte siempre se salva a sí mismo para poder salvarnos a nosotros”.