Por Luis Vinker
Clarín (Ar)
Un segmento de la fama de Francis Scott Fitzgerald, principalmente entre las últimas generaciones, proviene de las adaptaciones cinematográficas de El gran Gatsby, aquella con Robert Redford o la más reciente con Leo DiCaprio. Pero no se trataba del único abordaje del séptimo arte sobre las obras de Fitzgerald, ni tampoco del libro que –para los más apasionados por sus textos- constituye la cumbre. También El curioso caso de Benjamin Button, con Brad Pitt, proviene de los escritos de Fitzgerald mientras que Hermosos y malditos, su segunda novela, contó con una lejana producción en cine y hubo otros intentos recientes. Pero fue A este lado del paraíso la novela que dio a conocer a Fitzgerald en el mundo. Y la menos difundida Suave es la noche, tal vez la más bella.
Las distintas versiones fílmicas de El gran Gatsby devolvieron a Fitzgerald a la popularidad, pero su revival es constante. Había muerto en 1940, solitario, después de un camino de autodestrucción personal, ya casi ignorado por aquellos mismos editores de Hollywood que hasta poco antes le reclamaban sus escritos. Desde entonces, los estudios y las nuevas visiones sobre su obra fueron constantes. Y por estos días vuelve al candelero con la publicación de una antología: I’d die for you (“Moriría por ti”) que recoge sus textos inéditos. También apareció en EE.UU. una nueva biografía, Paradise lost (“Paraíso perdido”) del historiador David Brown. Y lo que promete mayor difusión es el reciente estreno de la serie Z: The Begginning of Everything (”El principio de todo”), en la plataforma Amazon, que recupera la historia de amor con su mujer Zelda.
Si A este lado del paraíso lo catapultó a la fama, Gatsby lo transformó en un mito. Así como en Hermosos…, se trata de obras de tintes autobiográficos: el estudiante de Princeton que se marcha al ejército, el novelista de fulgarante éxito, la aventura europea. Pero lo que distingue a Scott Fitzgerald más allá de aquellas alusiones personales –y esto es lo que los estudiosos resaltan- es que retrató como ningún otro el espíritu de su tiempo. Gertrude Stein fue quien introdujo el término de “la Generación Perdida” y Scott Fitzgerald asomaba como su principal exponente. A partir de allí, el ambiente literario de EE.UU. promocionó, soñó y aguardó “la gran novela americana”, pero ¿a quién se le puede atribuir hoy día? Scott Fitzgerald aparecía entre los postulantes.
Aquel espíritu asomaba nítido en A este lado…: Amory Blaine es un estudiante de Princeton que escucha todos los discursos triunfalistas de EE.UU. en entreguerras, la proclama del mercado como valor, la cultura del espectáculo. El anticipo del marketing y la explosión de los medios. Era el “decálogo de la fama y el Modo de Vida Americano” pero, en el fondo, el desencanto y el escepticismo. Scott Fitzgerald lo escribió así: “Estoy inquieto. Toda mi generación está inquieta”. Otro de sus textos anticipaba a un James Dean de los ‘50: “Buscar el placer donde se encuentra para morir mañana. Esa es mi filosofía hoy”. Pero El gran Gatsby no fue un éxito de su tiempo, sino todo lo contrario: se vendió poco, recibió críticas negativas. Nadie percibió que se trataba de una obra “sobre la desilusión”. El optimismo de los ‘20 o la convicción de que “cualquiera podía hacerse rico” pronto se convertirían en una decepción, con la crisis del 29.
Suave es la noche, escrita en la época en la que Fitzgerald atravesaba problemas de alcoholismo, es aún más lograda, describe la vida con Zelda y apareció en entregas en la revista Scribner a mediados de los ‘30. Zelda ya estaba internada en un psiquiátrico de Baltimore y tuvo su propia autobiografía, Concédeme ese vals, pero sin el estilo exquisito de Fitzgerald. El casamiento, que se había sellado mucho antes en la majestuosa Catedral de San Patrick, en Nueva York, ya simbolizaba una época remota… En 1980, a las cuatro décadas de la muerte de Fitzgerald, se reeditaron sus novelas, convertidas en clásicos. Y una década atrás, la novela Alabama song del francés Gilles Leroy estaba centrada en esa dupla de Scott y Zelda. “Aunque simbolizaban la época de entreguerra y del crash del ‘29, eran más que eso, más que la Generación Perdida: representaban el mito de la pasión y el desamor, de la literatura que se funde con la vida, el éxito y la tragedia, el alcoholismo y la locura”, comentó.
Con su esposa hospitalizada, un Fitzgerald atormentado y acuciado por las deudas, aquella fiesta sólo era un recuerdo. El propio Fitzgerald reflexionó sobre los locos años 20 en uno de sus textos (aparece en Crack-Up, recopilación de escritos): “Le acabó aburriendo, le halagó y le dio más dinero del que había soñado, simplemente por contarle a la gente que él se sentía como se sentían ellos”.
Dejó decenas de relatos que, en su momento, simplemente se consideraban comerciales –eran breves y se publicaban en revistas- pero luego se revalorizaron. Apenas muerto, el crítico literario Edmund Wilson consiguió publicarle su novela póstuma, inconclusa, El último magnate. Y John dos Passos, otro grande de la época junto a Hemingway, le rindió tributo: “El celebrity ha muerto. El novelista perdura”. Acaso el propio Fitzgerald, en el texto iniciático de Gatsby, anticipaba sus consejos: “Cuando pienses en criticar a alguien, solo recuerda que toda la gente en este mundo no ha tenido las ventajas de las que tú has gozado”.