Por Bárbara Ayuso Foto Sonia Fraga
Jotdown (Es)
Lleva diez años en el oficio, siete libros publicados (La sobriedad del galápago, No es fácil ser verde, El trepanador de cerebros, Un incendio invisible, Cuatro por Cuatro, Cicatriz y Mala Letra), pero no se quiere hipotecar, ni sentirse intrusa. Escoge no saber qué va a ser de mayor. Ahora es escritora. Una con una novela atragantada, un Premio Miguel Hernández, finalista del Herralde, una encantadora perra llamada Alice y una humildad que de puro honesta acaba pasando desapercibida. Nos recibe en su casa sevillana para hablar de escribir, leer y opinar. Una de esas cosas tampoco le gusta ni una pizca.
En muchas de tus historias se dibujan de fondo infancias y adolescencias un tanto turbias y cerradas. ¿Por qué te resulta literariamente tan atractivo el mundo de la infancia? ¿Eres de las que piensa que la patria es la infancia?
En un sentido positivo, no necesariamente, la patria no es la infancia. Aunque suene a obviedad, la infancia es la semilla que contiene todo lo que vendrá después, de una manera o de otra. No lo digo yo, lo dicen los psicólogos. Pero esa imagen de la infancia como una Arcadia perdida, donde está el lugar al que uno mira para reconocerse… depende.
Casi todas las infancias que retratas suelen ser bastante turbias…
Sí, pero porque yo creo que en general son difíciles. Lo que pasa que la mirada adulta tiende a pasar un filtro nivelador y pensamos que, por ejemplo, cuando el niño juega se lo está pasando bien. Y quizás cuando el niño juega está descubriendo cosas complicadas y difíciles. Creo, en resumen, que se trata de una etapa muy complicada y por eso tiene más turbiedad de lo que pensamos. Toda esta imagen de la infancia de cuentacuentos, de luminosidad e inocencia… No es que tenga una mirada negativa, es que creo que no es así.
¿En la literatura se sobrevalora la infancia?
No, en la literatura no, en la vida. Y creo que hoy, además, muchísimo. Por la sobreprotección que hay de la infancia, esa tendencia un poco tonta, un infantilismo exagerado de que el niño no sufra. Y el niño tiene que sufrir. Yo no intento retratar la infancia como algo turbio en el sentido reivindicador de que debe ser así: es que me temo que es así.
La infancia es atractiva para el lector porque hay como un campo de reconocimiento, todos hemos sido niños y de ahí surgen también los tópicos que pretenden nivelar o igualar nuestra experiencia. Casualmente, ahora estaba preparando un estudio sobre eso, sobre la infancia en la literatura, y aunque esté investigando sobre ello pensaba que tenía las ideas más claras, pero no es así. Buscaba libros que estuvieran focalizados en la infancia, porque una cosa es escribir sobre la infancia, y otra es escribir desde la infancia. Ahí es donde me he dado cuenta de que no hay tantos libros escritos desde el punto de vista del niño, no digo en primera persona, simplemente que estén focalizados desde ese lugar. Existen muchos libros en los que aparecen niños, pero son figuras que está utilizando el narrador para expresar sus puntos de vista de adulto. Ahí es donde veo que la infancia no es, en realidad, el territorio que más ha transitado la literatura. De hecho, en la narrativa y sobre todo en la novela, como institución burguesa del siglo XIX, piensa en qué grandes novelistas han tratado desde el punto de vista de niños alguna de sus obras. De los grandes, de los clásicos. Ni Flaubert, ni Galdós…
Faulkner, quizás.
Mira, sí, Faulkner en Mientras agonizo, sí lo hace. Es curioso, porque tiene los narradores limitados, perturbados, por así decirlo, o bien el disminuido mental, o el loco, o el niño. Pero eso no es tan frecuente en la literatura, aunque esté El principito, y demás obras que en términos alegóricos o simbólicos utilizan la figura del niño, sí. Pero ahí el niño sirve para demostrarme que mi vida adulta es una mierda y echo de menos la infancia. Pero sobre los niños no hay tanto… Aunque yo no soy ninguna experta en esto, ¿eh? El libro Cuatro por cuatro y Mala letra sí son libros donde ha aparecido la figura del niño, y, aunque me interesa mucho, ando con cautela por ese terreno.
Pontificar es malo en todo, pero cuando te interesa algo y empiezas a estudiarlo y a investigar teóricamente, te das cuenta de que es mucho más complicado de lo que tú pensabas. Yo no me siento capacitada para hablar mucho de este tema.
Has confesado en alguna que otra ocasión que empezaste tarde a escribir. ¿A qué dedicabas entonces el tiempo libre?
¡A ti te lo voy a decir! [Risas] Alguna vez he dicho que antes de escribir estaba viviendo. Viviendo cosas. Suena efectista, pero es verdad. Ahora sí que pienso que empecé pronto, porque ya he sobrepasado los cuarenta… Empecé con treinta y me da la impresión de que no empecé tan mayor. Pero sí que es verdad que en este mundo hay gente que empieza muy joven, con veintitantos; hay muchos que tienen la vocación desde muy pronto, siempre han sabido que quieren ser escritores. Eso a mí no me pasó. Yo leía mucho, es lo único que puedo decir: que era una lectora voraz.
Y muy ecléctica, por lo que tengo entendido.
Sí, mucho. Era una lectora pura, de esto que se pierde ya, porque yo leía tanto que al final me pasaba eso de «he leído un libro que me ha gustado mucho, pero no te puedo decir el autor». También era lectora por necesidad, para distraerme y evadirme. Mentiría si dijera que leía porque me encantaba leer, es que me servía leer. Me valía.
¿Cómo refugio?
Sí, en parte sí. Luego el hábito acaba convirtiéndose en una droga. Uno se refugia en muchas cosas posibles, y yo lo hice leyendo. Era un territorio donde encontraba cierto consuelo, no porque yo fuera una persona sufriente ni nada de esto. Soy más de esa perspectiva de lector que de la del lector que quiere aprender cómo lo han hecho otros para luego escribir él.
Empiezas publicando poemas con…
[Gruñe]
Eso nos lo podemos saltar totalmente. Es una cosa tan pequeña en lo que he hecho… Lo que pasa es que internet es una cosa terrible y al final siempre sale, y cuando alguien escribe algo sobre mí, coge la biografía y vuelve a salir.
O sea, que tachamos lo de poeta
Sí, sí.
¿Por qué?
Porque me gusta la poesía, y pienso que aquello no estaba a la altura. Yo llevo ya diez años escribiendo, he publicado varios libros y todo ha sido narrativa. Por eso me siento cómoda ahí, creo que mi terreno es ese. Me siento una intrusa o una farsante siempre que dicen lo de «poeta». Así que una vez más, lo digo: ¡No lo digáis más! [Risas]
Al margen de eso, creo que la poesía me sirvió para romper el cascarón de algo. Yo escribía poemas en mi absoluta intimidad y nadie lo sabía. Era esta cosa extraña de que por un lado escribes en privado, pero quieres hacer público, y empecé a mandar los poemas a premios, lo típico cuando uno empieza. Y cuando ganó el Miguel Hernández, un premio relativamente conocido, para mí lo que significó fue que lo que hacía, lo que quería contar, le podía interesar a alguien. Y eso fue romper el cascarón. Luego ya busqué el camino donde hacerlo, pero con eso perdí la vergüenza, perdí la virginidad ahí.
«Perdí la virginidad con la poesía», ahí hay un titular.
[Risas] ¡Por Dios! ¡No vayas a poner ese titular, que me muero!
No, pero sirve para introducir otro asunto: el de los titulares descontextualizados. Hace no mucho titularon una entrevista tuya en El Español con «Sara Mesa contra Houellebecq» y no te sentó especialmente bien…
Pues sí, no me sentó bien. Porque es de mal gusto. El contenido de la noticia en sí estaba bien, cualquiera se daba cuenta de que era un titular extraído para llamar la atención hacia una lectura. Pero es que me parece que hacer sensacionalismo con cultura… Este medio creo que es bastante conocido por esto, y hace poco publicaron también un reportaje sobre el centenario de Carson McCullers, y atención al titular: «Cómo triunfar como escritora siendo bisexual, alcohólica y depresiva», o algo así. Manda huevos. Estás haciendo el mismo daño que se hizo en su época al no aceptar la bisexualidad, que además no es precisamente definitoria en la literatura. ¿Cómo triunfar siendo bisexual? ¡Cómo triunfar siendo buena, coño! Era un titular tan efectista e indignante, porque volvemos otra vez a cargar etiquetas, sin tratar con naturalidad todas estas cosas. Se suponía que la orientación del reportaje era reivindicativa, pero no lo es.
Bueno, sin defender esa técnica en absoluto, también es cierto que muchas veces el contenido del reportaje o el artículo es impecable, pero el titular es una basura porque no son precisamente los autores quienes los eligen.
¿Pero tú crees que si fuera Faulkner pondrían «Cómo triunfar siendo alcohólico»? ¿Por qué con Carson sí? Que, además, ni siquiera creo que el alcohol fuera su problema fundamental, es que estaba enferma, pero, bueno.
No, no lo harían. ¿Y cuál fue el interés de generar polémica contigo?
Pues estaban eso, intentando cazar el titular que finalmente salió: «Sara Mesa contra Houellebecq». Yo no me di cuenta. Simplemente empezamos a hablar de los personajes femeninos y yo dije que notaba una carencia en la construcción del personaje femenino, incluso en escritores muy buenos que yo admiraba y tal. Entonces fue cuando empezaron a preguntarme quiénes, nombres. De hecho, luego ya me di cuenta de que lo que querían era que dijera autores de Anagrama, y en concreto un autor español que no voy a decir. Buscaban ese impacto. Y es injusto, primero porque a mí me gusta Houellebecq, y segundo porque es un autor de mi editorial y, aunque no me gustara, honestamente…
¿No lo dirías?
Sí me lo preguntan, sí. Pero en una entrevista no voy a decir quién me parece una mierda, porque no, porque mi editorial me apoya a mí, y no tengo que minar innecesariamente a nadie. No voy a alabar a quien no me gusta, pero tirar por tierra porque sí, no. Fue un disparate, pero me sentó mal.
¿Eso te ha generado algún tipo de reticencia con los medios?
No, además normalmente esto suele ser una cosa puntual. La verdad que la prensa se ha portado muy bien conmigo, no he tenido problemas de ningún tipo.
Entonces no sé si preguntarte por aquel otro incendio que se lio en el blog de La Medicina de Tongoy en los comentarios a la crítica de tu libro…
Sí, no tengo problema. Pero eso no es periodismo, lo primero. Leí la crítica, pero los comentarios no los leí todos porque hubo un momento en que me di cuenta de que me estaban dando ganas de responder. Y no quería hacerlo, ni lo hice, porque ahí hay un juego muy sucio. La crítica me parece bien, y esta, de hecho, no era devastadora ni mucho menos, pero podría haberlo sido y me daba absolutamente igual. El problema, como siempre, son los comentarios, que iban en el sentido de mi vida personal. Hay una cosa muy sucia, y lo hacen mucho, que ocurre cuando alguien defiende al autor criticado, siempre contesta otro alguien: «Hola, Sara». Así que no quise perder más el tiempo. No me disgusté por eso, simplemente dejé de leer los comentarios porque no me aportaban nada bueno y porque estaba viendo que implicaban terceras personas. Como no puedo luchar contra eso, no quiero alentarlo. Por eso tampoco he dicho nada públicamente nunca, y en realidad no me ha afectado mucho.
¿Cómo vives todo este tema de los comentarios anónimos, no de las críticas, sino de los trols de internet?
Yo no lo vivo con drama porque no le doy importancia. Entiendo que jode y por eso me mantengo al margen. La gente, el lector normal, de eso no tiene ni idea. Pienso que esas cosas, cuanto menos te enteres, mejor. Yo creo que el éxito se perdona mal, y hay mucho rencoroso. Y además es muy fácil desacreditar. Porque de cualquier libro que salga siempre se puede decir «buah, pero al lado de Faulkner…». Es de un nivel tan bajo que no me apetece. Mira que hay blogs interesantes, y además yo estoy a favor de la crítica negativa, y si me toca me toca. Creo que hay que ser honestos, y respetuosos, que el crítico no está solamente para adular. Pero el tema de las redes y los blogs es otro mundo. Es como si yo me metiera en lo que piensa de mí la gente: de esas cosas es mejor no enterarse. Así que yo lo considero como un ámbito privado y ya está.
Ya que mencionas la crítica literaria. Generalmente, suele haber dos posiciones enfrentadas: los que piden que exista más crítica negativa porque, si al final solo se publican adulaciones, el lector desconfía; y la contraria: que, ya que hay poco espacio para recomendar, por qué centrarse en los malos libros. ¿Tú prefieres una crítica mala de tus libros o que no haya crítica?
Si no le ha gustado, que lo diga. No es que lo prefiera, pero no es mi papel decirlo. La verdad es que no me lo he planteado… Si la crítica negativa está aportando algo, creo que me vale. Estoy hablando un poco sobre el vacío porque la crítica me ha tratado muy bien, pero llega un momento en que eso tampoco es bueno, porque tampoco te lo crees. Una crítica negativa que se ciña al libro y hable de cosas que tengan que ver con él, a mí me puede interesar. No me molesta. Y, además, creo que no tiene demasiada repercusión a la hora de perder o ganar lectores, no lo sé. ¿Yo por qué prefiero en general, y en los suplementos, críticas positivas? Pues yo no me dedico a la crítica, pero sí publico artículos como el último de Letras Libres, y ahí voy a hablar de lo que me gusta. Obviamente. Otra cosa es que me dedicara profesionalmente a la crítica; si me dieran un libro que no me gusta, me pondrían entre la espada y la pared. Fíjate lo que te he dicho antes de mi editorial: no creo en la independencia crítica al cien por cien. Entonces, como no podría mantenerla a ese porcentaje, no podría dedicarme a eso.
Pero, bueno, que me lío: lo que quería decir es que la crítica literaria es bueno que sea positiva porque se están publicando cosas muy interesantes que merece la pena leer. Y aunque los haya mejores y peores, de muchos libros se sacan cosas. Es verdad que abusamos del «obra maestra» y tal, pero los libros malos realmente, el best seller, la gente los va a seguir leyendo. Porque esa gente no lee crítica.
¿Best seller es sinónimo de mal libro?
No, no, no tiene por qué. Era más el concepto de «literatura comercial». Un best seller no tiene por qué ser malo. ¡Yo quiero ser best seller! [Risas]
Tú no vives de escribir. ¿Eso te da cierta libertad o más calidad a lo que haces?
Es algo que yo vivo con dualidad. Por un lado, sí que me da más libertad y me da mis tiempos. Tengo menos tiempo para escribir, pero no tengo prisa. Yo tengo una novela atascada y, hasta que no considere que está desatascada, no la sacaré.
¿Hablas de forma hipotética o de algo real?
Las dos cosas. Sí, sí que tengo una novela atascada. Pero si de esa novela dependiera pagar mis facturas, pues a lo mejor sí que intentaría publicarla ya. Pero sí que es verdad que como ideal sí que me gustaría dedicarme, si no a la escritura al cien por cien, sí a escribir sobre libros. Estar más centrada en eso, pudiendo elegir lo que me gusta y lo que no, eso sería un absoluto privilegio. Lo que más me quemaría a mí, y lo veo en otros compañeros, es que los escritores hoy en día se tienen que mover mucho. Tienen que hacer presentaciones, ir a festivales, charlas, firmando aquí y allá… A mí eso me parece un trabajo muchísimo más extenuante, y que me quitaría muchísimo más tiempo para escribir, que mi trabajo. No voy a dejarlo, aunque sea un trabajo no relacionado con esto, para tener que irme a Pamplona por doscientos euros. Y eso es lo que está pasando. Así que mi ideal sería ahorrar, tener un colchón y poder dedicarme a escribir y no depender de más. Me gustaría cogerme un sabático de unos cuantos años porque ahora mismo me encuentro muy productiva y a lo mejor eso no va a ser siempre así. Eso es una cosa que tengo clara: no sé cuánto tiempo voy a estar escribiendo. No quiero convertirme en una escritora.
¿No eres ya escritora?
Quiero decir que no quiero convertirme en una escritora para siempre. No sé cómo explicarlo. Yo escribo ahora, pero no sé a qué edad me voy a morir, y no sé si voy a seguir escribiendo siempre. Me encanta hacerlo, pero ponte que dentro de diez años he escrito tres o cuatro libros más, a lo mejor no quiero escribir más porque ya se completa mi ciclo. No lo sé. Pero no me parece un disparate. Por eso no quiero convertir la escritura en una profesión económica. Esto es un tema complejo, porque existe otra postura muy lícita también que defiende la escritura como trabajo, y como tal debe ser reconocido económicamente. Ahí hay una lucha que hay que reivindicar, para que nosotros tengamos buenas condiciones de trabajo. No te pueden mandar a Pamplona o a donde sea y pagarte lo que te pagan. O que no te paguen directamente. A lo mejor hay que luchar más por eso.
¿Individualmente o como colectivo?
No lo sé. Yo soy más reivindicativa por ahí, y en privado me he enterado de que hay quien anda diciendo: «Pues vaya, Sara Mesa cómo es».
¿Por qué?
Pues porque me llaman para algo y yo digo: «¿Me vais a pagar?». Eso hoy en día es tabú. Soy reivindicativa ahí, pero luego tengo muy claro, como ya he dicho, que no quiero hacer de la escritura una profesión. Tampoco me gusta el término «vocación», porque tiene un matiz como de hobby. Para mí es algo, sobra decirlo, especial y hondo en mi manera de ser, e importantísimo. Precisamente por eso no lo puedo catalogar como profesión, porque mi concepto de trabajo es como… ¡Mierda! No quiero convertirlo en una obligación, quiero mantenerlo aparte. Soy un poco purista ahí. No quiero que escribir sea una obligación.
A ver, si las circunstancias fueran tales que yo publicando los libros a mi ritmo pudiera vivir normal, que no necesito lujos, firmaría ya. Lo que pasa es que de eso no hay garantías, lo primero, de que tu libro funcione. Las traducciones ahí son muy importantes. Si tu libro se vende razonablemente, se traduce en cinco o seis países… puedes vivir. Pero yo no sé siquiera si voy a escribir esos libros, no les echo la culpa a terceros de que «no compran mis libros». No sé si mis libros los voy a escribir o van a ser lo suficientemente buenos. La realidad es como es. Lo veo alrededor, a gente que escribe, que está muy quemada porque al final tiene que estar para arriba y para abajo, y no tienen tanto tiempo para escribir tampoco.
Ya que hablas de tus compañeros, ¿cómo te sientes dentro del sector? ¿Privilegiada? Porque no dejas de ser una autora joven publicando, nada menos, que en Anagrama.
Sí, sí, absolutamente. Soy consciente de que tengo muchísima suerte estando en Anagrama, por muchísimas cosas, y me ha ido muy bien. No sé cómo me seguirá yendo, pero es así. Pero cuando hablo de gente que está jodida, hablo de gente que está en Anagrama o en editoriales muy similares, como Random, Tusquets o Seix Barral. Gente cuyo modo de vida escritor no envidio para nada, porque están quemados. Y no están precisamente empezando, ¿eh? En mi editorial estoy encantada, pero a efectos económicos conozco a gente que gana más dinero que yo con los libros, no soy precisamente una superventas. Pero el debate no es quién está más jodido, la cosa es que la gente que publica al nivel que publico yo, en editoriales buenas y que vende más que yo, creo que están también jodidos.
Pero esto lo sabemos los de dentro. Al final, a pie de calle, no cunde la sensación de que es imposible ganarte la vida escribiendo.
Ya. Ahí las revistas de tendencias han hecho mucho daño —¡Esto es un titular!— [Risas]. Hay una especie de barniz sobre el hecho de escribir muy dañino. Y, además, como ahora tenemos que trabajar mucho en nuestra imagen, la gente tiene una percepción del escritor como alguien que vive bien, incluso muy bien si está en ciertas editoriales. Y no.
Tiene pinta de que lo de la promoción te gusta más bien poco. El venderte.
Es que hablar de tus propios libros es agotador. De hecho yo, afortunadamente, no me promociono a mí misma. En Anagrama me conocen y saben mis limitaciones de tiempo y personales, y nunca me he visto forzada. Tampoco es que yo sea Salinger, ¿eh? [Risas] Que hago cosas y concedo entrevistas sin problema, pero mi promoción es muy moderada al lado de la de otra gente que está en mi misma situación. Pero, aun así, a mí no me gusta, como a otros muchos. Aunque también hay un sector al que le encanta, mucho más de lo que yo creía. Hay quien lo disfruta, yo lo padezco.
Mencionas las revistas de tendencias. ¿Qué te parecen los reportajes de nuevas voces femeninas en la literatura? Esos con posados cuidadísimos…
Con esto yo tengo que ser muy cauta, porque hay escritoras que participan o han participado en este tipo de reportajes que son amigas. Y no solo por el respeto, sino también porque hay gente que lo hace a la cual valoro por su inteligencia, así que me pregunto si quizás estaré yo equivocada. Por eso opino, partiendo de esa premisa y también desde mi personalidad, que me cuesta trabajo posar. Me han invitado a más de uno y más de dos y he dicho que no, y pienso que como yo habrá más gente. En cualquier caso, es horrible. ¿Por qué? Lo primero que hacen es vestirte con su ropa: y ahí es donde iba cuando decía que las revistas de tendencias dan una mala imagen. Si yo saliera en una de ellas, saldría, un suponer: «Sara Mesa, camiseta de Hugo Boss, pantalón de no sé qué…».
«Zapatillas de Primark…».
[Risas] Sí, ya podría ser así. El caso es que da esa imagen, hay reportajes en este sentido también con hombres aunque con el tema de las mujeres mucho más. Jenn Díaz denunció públicamente el reportaje en el que le retocaban una pierna para que pareciese más delgada, es una cosa tremenda.
¿Es una objetificación de la escritora?
Sí, es así. Aunque mira, personalmente, y eso también tengo que destacarlo, yo no he sentido en mi trayectoria que me discriminaran o que me trataran mal en ese sentido. Tampoco en las entrevistas, aunque es cierto que este tema no se les plantea tanto a los hombres, y mi reivindicación es que deberían también hablar ellos, a ver qué pensamos todos de esto. Pero sí que sigue algo ahí, de decir «Mira, a esta chica la han publicado porque es mona, o porque va posando…». Y es que, vamos a ver: todas las mujeres de treinta años, en términos generales, son monas para los tíos. Esta tía es una tía normal, que está escribiendo, y está publicando, y tiene la cara que tiene cuando le hacen una foto. Es una cuestión también de la percepción del lector, porque creo que el mercado o las editoriales no entran por ahí. Al menos yo no lo he visto. Y si hay escritoras que van por la calle con un atuendo sexy, pues cuando posan posarán así, ¡qué más da! Lo importante es que no te hagan disfrazarte. Y lo de las revistas de tendencias no va tanto por la objetificación típica de la mujer que había antes, de cosificar su cuerpo. Va más por el rollo de hipsterizar todo ahora. Ves los reportajes también de editoras, y las ves tan bien, tan estilosas que parece que es cool escribir. Y escribir no es cool, es otra cosa. Asociarlo a lo cool y a lo indie, en la literatura así de gente más joven… No me gusta.
Yo leo a muchas mujeres porque me interesa mucho la literatura que están haciendo las mujeres, y me ofrece una perspectiva. He ido descubriendo mucho en los últimos años. Yo pensaba que no había diferencias, pero sí las hay, ese campo me fascina. Pero no me gusta, por ejemplo, que en este tipo de reportajes se nos junte, se nos dé como una especie de corral. Pasa también en mesas literarias o en conferencias… Y no me siento cómoda. Creo necesarias las cuotas, defiendo que se nos tenga en cuenta en todos los ámbitos y me da sarpullidos ver sitios donde solo hay hombres o donde son mayoría abrumadora, pero no me gustan los guetos. Respeto a la gente que lo hace, porque sé que desde ahí son beligerantes y eso también vale, pero yo no me siento cómoda y a esas cosas no voy. Siempre que me invitan digo que no, pero la próxima vez que me llamen de una revista de tendencias voy a decir «Sí, quiero ir, pero con mi ropa». Porque me gustaría que me dijeran que no se puede.
¿Qué opinas de la existencia de esos clubs de lecturas para mujeres, de esas mesas redondas en las que solo participan mujeres?
Es que es un corralito que nos dan, que nos conceden. El problema básico para las escritoras es el lector. Es una cosa muy obvia, y se ha dicho mucho, pero creo que ahí está el meollo. Que a los hombres, en términos generales, no les interesa, o piensan que no les va a interesar lo que nosotras escribimos. Mientras que nosotras leemos indistintamente una cosa y otra, y de hecho la mayoría de nosotras nos hemos formado con escritores hombres. Grace Paley lo decía en un ensayo que se ha publicado ahora: nosotras hemos tenido la cortesía de meternos en su mundo, que es el nuestro además, una cortesía que ellos aún no nos han devuelto en la misma medida. Rosa Montero decía, y es cierto, que una obra escrita por un hombre sobre un individuo atormentado será una novela sobre la naturaleza humana. Pero si es una novela escrita y protagonizada por una mujer atormentada, será una novela sobre la naturaleza femenina. ¡No me jodas! Esa percepción en el lector sigue ahí, los hombres tienen un rechazo inicial hacia los libros escritos por mujeres. Pero inicial. Si lo leen, y el libro es bueno y el lector es bueno, es imposible que no les fascine. El rechazo es previo. Y creo que estas mesas y este tipo de cosas lo potencian en parte. Creo que hay mucha buena voluntad en la gente que lo organiza a veces, pero creo que los efectos a largo plazo no son buenos.
Siempre se dice eso de «yo leo a muchas mujeres», como muy en abstracto. Concreta: ¿qué mujeres te gustan, qué mujeres recomiendas leer?
Pues no voy a hablar de clásicos, porque eso ya está más que dicho, así que te diré que en España hay escritoras muy muy buenas. Me encanta Pilar Adón, una escritora fascinante con un universo muy cercano al mío (aunque escribimos diferente), Esther García Llovet, que es una autora que me parece casi de culto. Una escritora boliviana que se llama Liliana Colanzi, que la descubrí hace poco y se hablará mucho de ella. Edurne Portela, Marta Sanz es buenísima, es indiscutible, y su éxito no se ha perdonado. Lo noto mucho.
¿En qué?
Pues por ejemplo en el tema de las redes, le han dado una caña innecesaria. Todas las cañas lo son, pero a ella se la dan porque es muy buena, porque escribe muy bien.
¿Crees que esa es la razón de la caña?
Claro, ¿por qué va a ser si no?
Bueno, no es una tía polémica, pero dice las cosas muy claras. También las incómodas.
Es que es muy inteligente. Y, claro, si además de decir las cosas incómodas, encima es buena… Pero fue cuando ganó el Herralde cuando surgieron todos los resentidos, que son otra modalidad de haters más allá de lo ideológico o relacionado con lo ideológico pero más con la idea de éxito, con esto de: «Pero ¿qué hace esta tía aquí?». Con Marta puedes estar de acuerdo o no con lo que dice, pero lo que es innegable es que escribe muy bien y es muy inteligente. Y además es encantadora.
Pero, volviendo a lo de las escritoras, también hay muchas clásicas que han estado como en muy segunda fila. Ahora se están empezando a recuperar: la misma Grace Paley, o Cynthia Ozick, Lucia Berlin, que es increíble que su escritura no nos hubiera llegado antes.
Has hablado de «corralito» cuando hablabas de las mesas de mujeres y literatura, pero también rechazas bastante eso de que te metan en una «generación» literaria.
Sí, no me siento cómoda, pero es tan lógico… En mí es tan íntimo, y tan profundo el rechazo a la etiqueta… Porque uno siente, cuando escribe, que lo que está haciendo es diferente. No te digo mejor ni peor, pero yo en mis libros trato de no imitar a nadie y ser yo misma. Por eso me cuesta mucho trabajo ubicarme al lado de otra gente, por mucho que haya escritores con los que me siento cercana. Normalmente las etiquetas que ponen son muy superficiales. Por ejemplo, se habló hace poco de la «novela rural», y lo único que une a esas novelas son los escenarios donde suceden las cosas, no se analizaba para nada la propuesta literaria, el trasfondo, la textura… Era algo tan simple como «es novela rural porque están en el campo» y, mira, en realidad ha dado la casualidad de que has cogido cuatro novelas y has montado ahí una cosa que no. Pero, bueno, también entiendo que se busquen las etiquetas, porque la prensa también tiene que buscarlas. Lo que sí que me resulta llamativo es cuando me preguntan cosas como «tú crees que tu generación…», porque a mí me cuesta mucho trabajo pensar así. Yo no me quiero parecer a nadie, y siempre contesto: «Mira, esas preguntas son para críticos», porque yo no lo sé. Lo mismo sí, lo mismo hay rasgos comunes con otra gente, pero yo no lo veo. Me siento cercana a algunos escritores en concreto, pero no me siento parte de ninguna generación literaria. Pablo Gutiérrez, por ejemplo, es un escritor con el que me siento próxima, pero su escritura no tiene nada que ver con la mía. Me siento afín a él por su visión estética de las cosas, por su origen, porque es de mi edad, porque su visión de la escritura es parecida. Coradino Vega es otro chico con el que también me siento cercana, pero no sé qué etiqueta le pondría a eso.
Ya hay quien dice que siendo mujer es más fácil publicar ahora.
Sí, eso lo he oído. Pero no. No. Porque, primero, ¿cómo se mide eso? Habría que ponerse en la coyuntura de: «Siendo yo hombre, ¿qué habría pasado con mi libro? ¿No me lo habrían sacado?». Es absurdo. Y, además, si se convierte la literatura escrita por mujeres en una moda, porque ahora es una moda, mal. Porque no quiero que sea una moda, quiero que sea una normalidad, las modas pasan. Esto es lo que siempre pasa, que la tendencia lo asuma como propio es peligroso porque pasará de moda, lo dejarán de lado, no dura siempre.
¿Y no crees que también tiene un impacto positivo que se ponga de moda? ¿Qué así puede llegar a gente que, si no, jamás llegaría a ello?
Sí, sí, sí. La literatura escrita por mujeres, si se convierte en una moda, que sí que creo que hay un poco un fenómeno de apoyo, las editoriales tienen más interés. Antes nunca se había dicho que «era la moda» que escribieran hombres, pero, bueno. Por eso no me gusta que sea moda, quiero que sea normalidad. Y no creo que sea más fácil publicar siendo mujer. Si miras los catálogos de las editoriales clásicas de España, y también de las más pequeñas, y buscas la gente actual que está publicando, no salen las cuentas. Es verdad que ahora hay más que hace diez años, pero yo no veo que sean mayoría. Ni la mitad. En Lumen, solamente, y entonces es cuando te dicen que Lumen es una editorial «de mujeres», aunque hayan publicado a Umberto Eco o David Grossman.
¿Tienen miedo las editoriales de ser catalogadas como «editoriales de mujeres»?
Claro. Sí, yo sé de gente que dice que no le interesa publicar en Lumen porque se les iba a etiquetar. Y eso cuando Lumen tiene un catálogo exquisito, y es verdad que hay mayoría de mujeres, pero en las editoriales que tienen mayoría de hombres nadie dice que son «una editorial de hombres». Es que es tan obvio…
¿Cómo ha sido trabajar con Herralde?
Siempre digo que podéis creerlo o no, porque sobre todo la gente que está empezando tiene muchos prejuicios de cómo se llega a una editorial. ¿Conocías? ¿Tenías contactos? Incluso dentro del mundillo. La verdad es que yo publiqué en Anagrama porque lo mandé al Premio Herralde, y allí no conocía a nadie. Quedó finalista, y así fue. El premio se falla oficialmente en noviembre, y el 1 de septiembre me llamó una secretaria y me dijo que si me podía pasar con Herralde. Yo pensaba que me estaban gastando una bromita. Pero no. Me dijo que había leído mi libro, que le había encantado y que lo iban a publicar, aunque aún no sabían en qué contexto, fuera o dentro del Premio. Y al día siguiente yo tenía el contrato en casa. Así que yo solamente tengo buenas palabras para él, porque es obvio que hay un antes y un después de llegar a Anagrama, pienso que habría sido muy diferente si no hubiera llegado a la editorial. Él me ha apoyado mucho y me ha dado mucha confianza en lo que yo hago. Porque, claro, ver a un editor de esa categoría, y notar que realmente tiene interés en tu mundo… Cuando Herralde te coge, no te coge por un libro. Te coge porque piensa que en ti hay un escritor interesante, y eso es un chute de confianza. No te digo que te elimine todas las dudas, pero a mí me ha dado mucha seguridad.
¿Era una cima profesional?
A mí me parecía tan inalcanzable, me parecía que Anagrama estaba en el bloque de las editoriales imposibles. ¿Y por qué lo mandé al premio? Pues había visto que algunos años había hasta tres finalistas, o gente de la que se recomendaba la publicación… Pero para mí era inalcanzable. En aquel momento, si me hubiera publicado otra editorial potente, me habría dado la misma alegría. Lo que pasa que luego me he dado cuenta de que encima tuve suerte porque era Anagrama.
¿Y cómo te planteas la perspectiva con su salida?
Bueno, sigue allí. Yo esta misma mañana he estado hablando con él. Es un tipo muy divertido y muy guasón, de un trato muy cercano. El cambio para mí ha sido la incorporación de Silvia, que es una tía estupenda y creo que Herralde es un tío muy inteligente y ha buscado una sucesora a la altura. Todo esto parece corporativismo, pero lo digo en serio. Solo tengo agradecimientos para la editorial, y sobre Silvia todo el mundo te va a decir lo mismo. Que es una persona encantadora. Es fácil tener de editor a una persona con la que estableces confianza, y no editores con los que tienes la sensación de que les estás haciendo un favor.
Para que no nos quede muy rosa, ¿qué ha sido lo peor que te han dicho para rechazarte un manuscrito?
Bueno, al principio, lo peor era el vacío. Mandar cosas y que no te digan nada… Porque la respuesta negativa es estándar. Hay una cosa en los comienzos que es perniciosa, y eso que yo empecé así porque no me quedaba otra: empezar con premios. Mandando a premios. Yo no quería ganar premios, quería publicar libros, pero la única manera de conseguirlo era a través de premios. Yo no sé, si hubiera tenido más paciencia, qué habría pasado. Anagrama me consta que lo habría sacado aunque fuera mi primer libro, creo que no tuvieron en cuenta mi trayectoria anterior. Pero es difícil publicar al principio, aunque eso es fácil de decir ahora, y hay que ser un poco autocríticos también. Porque veo mis libros primeros y digo: «Pues tampoco eran muy buenos…».
De hecho, dices que Cicatriz es un libro fallido. ¿Por qué?
Sí, siempre lo he pensado.
¿Incluso antes de publicarlo?
Sí. Y lo publiqué porque Herralde me dijo: «Tú dirás lo que quieras, pero el libro está muy bien». Encima, resulta que es el libro que más ha funcionado. Lo considero un libro fallido porque mi proyecto era mucho mejor, en la cabeza las cosas siempre son mejores de lo que van a ser. Pero es que la historia de Cicatriz es muy buena, y tenía que ser mejor. Sentí que por el camino se perdían muchas cosas.
¿Renunciaste a seguir trabajándola?
No, a ver. Yo intento trabajarla todo lo que puedo, pero hay momentos en los que ya dices: «Esto es lo que he podido hacer». Y ahí te quedan dos opciones: desecharlo o consultarlo.
En este caso, hacer caso a Herralde.
Eso me dijo él, un poco enfadado —porque también tiene su carácter—, cuando le dije que yo no lo veía. Me dijo «Bueno, Sara, ¿no me vas a hacer caso a mí?», como diciendo: «Soy Jorge Herralde». Luego ha ido muy bien el libro, aunque para mí el baremo de esto son las traducciones. Aquí puede estar todo más contaminado. Pero que una editorial francesa, estadounidense, holandesa o lo que sea, que no te conoce, que no eres nadie allí, diga que quiere publicar tu libro mola mucho.
¿Más que un premio?
Sí. Cualquier editor que quiera publicar tu libro mola más que un premio. Aunque hay algunos que están muy bien dotados económicamente y por ahí tiene que sentirse genial, pero a efectos íntimos yo creo que ser traducida, para mí, sería mucha más alegría. El pensar que en otro país, en otra lengua, mis libros puedan interesar a gente con una cultura completamente distinta.
¿Crees que tus historias tienen ese componente de universalidad?
Me gustaría pensar que sí. El componente de universalidad es una cosa rara, pero a pequeña escala se manifiesta en las edades de los lectores. A mí, que me lleguen señoras de setenta años que han leído Cicatriz, y gente muy joven que les han puesto el libro en el instituto y les ha gustado… me ha traído a gente variable. Los libros que yo escribo no son muy generacionales, no van para gente de mi edad solamente. No voluntariamente. Y ahí hay un componente que me agrada, aunque no sé si se puede trasladar a otro país. Por ejemplo, en México, ¿quién puede tener interés en leer las historias de Mala letra de niñas…?
Bueno, luego nosotros leemos historias hiperlocales sobre la Luisiana profunda y no nos pasa nada.
Sí, es cierto. Pero me cuesta trabajo pensar que fuera voy a tener interés, por ejemplo, para un chino. Fíjate. Pero me encantaría.
Tus primeras traducciones, de hecho, fueron en Francia.
Sí, pero creo que los escritores españoles no interesamos mucho fuera.
¿Justa o injustamente?
Pues creo que injustamente. Porque hay gente muy buena a la que le cuesta mucho ser traducida. E injustamente además, porque cuando voy a algún otro país extranjero y veo las librerías, los autores españoles que veo traducidos tampoco creo que sean los más interesantes. Pero es cierto, no interesamos fuera, en Estados Unidos es horrible. Siempre va a interesar más un latinoamericano que un español. Por un lado es normal porque son muchos más, está claro, pero eso no debe convertir al español en sospechoso desde el principio. No sé por qué razón cuesta tanto trabajo ser traducido.
Es curioso que seas de las pocas escritoras que no cargan las tintas contra el lector, o contra el desprecio a la lectura en nuestra sociedad…
Es que yo creo que es obvio que no hay interés por la cultura en España, y no creo que lo haya habido mucho nunca. No sé. Ahí no soy muy catastrofista, cuando se dice que la gente no lee. «Es que los niños no leen». Pues yo qué sé, yo tampoco recuerdo que estuviéramos los niños leyendo a Tolstói en mi barrio. O cuando se dice que la gente no va al cine hoy en día, y ves a la gente que no tiene ni idea de cine, los escuchas hablar y no han pasado de Casablanca. Es verdad que yo no tengo mucha vida de escritora, vivo en el mundo normal. Y en el mundo normal no hay interés por la cultura, yo la vivo como algo minoritario. Es tan obvio que ni siquiera me da tiempo a censurarlo. Me da pena y me entristece, pero no hablo por mis libros, hablo en general. En realidad yo soy bastante optimista: se publican buenos libros, hay películas, música, hay tanto producto cultural interesante, y a la gente no le interesa, no sé por qué.
La culpa no sé de quién es, pero quizás es que no a todo el mundo le hace falta. La gente vive feliz sin eso. Es que se dicen tantas cosas que no son ciertas… como eso de: «Si el niño te ve leer, leerá». Pues no es así. Es que, además, existen lectores muy apasionados hoy en día que durante la infancia no leyeron, leyeron luego. No se puede obligar a eso. Creo que es bueno que tengan a disposición los libros, eso sí. Me parece un drama que las bibliotecas no puedan ahora mismo renovar sus fondos, porque miras los catálogos y están anclados en el pasado. Eso tienen que facilitarlo en los barrios, y para todo el mundo. Porque el problema básico aquí es que hay mucha desigualdad social todavía en España. Y en la vida de los barrios la gente no lee, porque no le llegan los libros. Y no hablo solo de la biblioteca de barrio, que también. No hay una conciencia de que ahí tiene que llegar la cultura: la cultura tiene un componente elitista todavía. Nos quejamos porque la gente no consume cultura, pero es que los que consumen cultura parten normalmente de un cierto nivel socioeconómico, a ver si el problema va a estar en la desigualdad social. Mi visión en esto es mucho más global. Por ejemplo, de mi clase de cuarenta alumnos en el colegio, solo dos fuimos a la universidad. Esto en un barrio de Sevilla, obrero, de la periferia, pero normal. Pero en otro colegio de otra zona de Sevilla, en un colegio privado, serán el setenta o el ochenta por ciento, y esa gente que va a la universidad posiblemente consuma más cultura que aquella que no. Por eso el «obligamos a leer» me parecen parches. De todas formas, yo sé muy poco de nada, estoy hablando como en la barra del bar. Mi opinión es una opinión no válida.
¿Alguien que ha estudiado periodismo es capaz de articular eso de «mi opinión no es válida»?
[Risas] Sí, pero lo creo de verdad. Por escribir libros mi opinión no está más cualificada ni es mejor que la de alguien que no escribe. No es falsa humildad, de verdad. Al revés.
Bueno, como decía Sánchez-Cuenca, el panorama cultural está dominado por los escritores que opinan de todo…
Si saben, bien. Lo que pasa es que algunos dicen unas tonterías tremendas por ser escritor. Hay gente a la que le encanta opinar, yo es que no me siento cualificada. Evidentemente tengo mi opinión y cuando digo esto no quiero decir que no me posicione. Lo único que ocurre es que todo me genera dudas, y si hablamos de cómo hacer que la infancia lea o que la sociedad se implique, pienso que el problema es la desigualdad social, pero creo que esto un sociólogo lo sabe mejor que yo. Y sí que hay escritores que son cerebros y gente admirable, como David Trueba, que controla muchos campos y sus análisis son interesantes. Escribe columnas, hace cine y escribe libros, y lo hace bien. Pero yo no lo hago bien, eso no es extensible. Podría pasar lo mismo con los pintores, ¿por qué no se les pregunta tanto? Es que, de verdad, la gente opina de tantas cosas alegremente…
O sea, que en ese futuro abierto que ves, en el que no sabes si serás escritora, puedes descartar ser columnista de opinión.
Sí, yo creo que sí. Alguna vez me lo han propuesto, pero tampoco era tan tentador. En el Norte de Castilla normalmente escribo de libros, un tema en el que creo que pueda aportar algo. Por definición, no es mi lugar ni mi espacio.