Por Isabel Peláez y Anderson Zapata
El País de Cali
Las imágenes que tiene Santiago Roncagliolo de sus años de vida en Perú son de pesadilla. “El primer recuerdo que tengo de mi país fueron los perros ahorcados de los postes que puso Sendero Luminoso en 1980, para anunciar el inicio de su lucha armada. Recuerdo haber pasado varias veces por la calle y haber tenido que agacharme por los disparos
Recuerdo saber cómo reaccionar en caso de bomba y aprender que tenías que arrojarte al suelo y abrir la boca para que la bomba expansiva no te atravesase los tímpanos. Recuerdo la oscuridad, porque volaban torres eléctricas para producir apagones. Así que pasábamos noches enteras a oscuras o iluminados solo con velas”.
El autor de ‘Abril Rojo’ y ‘La noche de los alfileres’ sostuvo una charla anoche con el columnista Diego Martínez Lloreda durante el Tercer Festival de Literatura ‘Oiga, Mire, Lea’, sobre ‘El thriller, un género para contar la realidad’, pero antes se sinceró con El País.
¿Cuándo descubrió que su padre no era un agente secreto que huía de las fuerzas del mal?
Él fue perseguido. Nosotros crecimos en México porque en esa época había muchos intelectuales y periodistas de muchos países de América Latina exiliados. Todos creemos que nuestro padre es un superhéroe hasta que somos adolescentes, entonces pasa a villano en cinco minutos.
De eso habla mi última novela ‘La noche de los alfileres’, del momento de la adolescencia en que los niños derrotan a sus padres y buscan ocupar su lugar.
¿Usted padeció el matoneo como los protagonistas de su libro?
Cuando yo iba al colegio no se llamaba bullying, se consideraba lo normal, los chicos maltrataban a otros y era casi una señal de hombría torturar a los más débiles, sobre todo a los diferentes. ‘La noche de los alfileres’ es una pequeña venganza contra los que hacían bullying y un ajuste de cuentas con la realidad. Una historia en la que surge la pregunta: “¿Qué habría pasado si nos hubiésemos rebelado?”. Los protagonistas deciden que ya no les harán más bullying, van a tomar ellos el poder.
Pero el que sufre bullying, lo ejerce después, ¿no fue su caso?
Me habría encantado que fuese mi caso, pero no. A los seres humanos nos da miedo el que es diferente, lo que no corresponde a lo que la manada dice.
¿Los lectores se identifican con los personajes de ‘La noche de los alfileres?
Me ha sorprendido la cantidad de países en los que gente muy diferente encuentra que esta historia peruana les habla también de lo que ellos vivieron, de cómo crecieron. Todos hemos sufrido por ser diferentes y hemos fantaseado con ser los que teníamos el poder y no las víctimas.
¿Por qué ese énfasis en los miedos?
Yo crecí con miedo, en una sociedad, de hecho como la de muchos colombianos, donde se podía topar con una bomba o un cadáver por la calle, y curiosamente hoy día, han pasado 40 años y vivo a 10.000 kilómetros de ahí en Barcelona, pero allí también te puede tocar un atentado.
¿Cómo escritor, cuál es su mayor miedo?
La indiferencia, que las cosas que escribes no le interesen a nadie. Los que escribimos somos personas que nos morimos por ser escuchadas, necesitamos casi narcisistamente que alguien nos escuche o nos lea. Mi mayor miedo es que no haya nadie del otro lado, que ya nadie te quiera escuchar las historias que cuentas.
¿Por qué escogió el thriller como camino de la literatura?
Cuando yo era niño vivía en esta Lima cercada por la guerra y los libros no me hablaban mucho de eso. Los libros de los años 60 y 70 de los escritores latinoamericanos hablaban de París, nunca entendí por qué, o ponían el lenguaje como protagonista o contaban mundos mágicos, pero mi vida no era mágica, se parecía más a las películas de terror, a la dimensión desconocida, a las series policiales. Eso me hacía sentir seguro, porque en los libros tú puedes controlar el miedo, cerrarlo y saber que no va a pasar nada más. La realidad no tiene botón ‘off’.
¿Cuáles son los secretos para escribir un buen thriller?
El secreto de toda buena novela es el drama, que haya algo importante en juego, que te preocupe lo que les pasa a los personajes, sus sentimientos, sus vidas, lo que pueden perder, lo que los amenaza. A partir de allí el género es una excusa para que quieras pasar a la siguiente página.
Fue censurado por ‘Memorias de una dama’, en el que hablaba de una mujer de la aristocracia peruana. ¿Lo han vetado por otros libros?
Mis libros periodísticos sobre historias latinoamericanas del siglo XX son reales. Aparte de censuras, hubo amenazas de muerte, judiciales, campañas en contra en la prensa de varios países. Pero creo que cuando escribes una historia real si nadie se queja no lo estás haciendo bien. La censura a un libro es el mayor elogio que el poder puede dedicarle.
¿Qué lo llevaría a regresar al Perú?
¡Uff! Ahora mismo es algo que me planteo con gran frecuencia. El Perú está viviendo un momento muy hermoso, con todos sus problemas, está creciendo mucho, hay mucha más gente leyendo, hay muchos proyectos creativos, una feria del libro cada vez más grande, películas, en cambio creo que Europa es un continente que se está cerrando, está cada vez más agobiado por sus problemas, más viejo y mirando más hacia adentro. Todavía tengo mucho volumen de trabajo en Europa y una familia allí, pero si esas cosas cambian, el Perú siempre será una linda opción y lo que está viviendo no me lo quiero perder. Aunque solo fuese por comer, siempre vale la pena estar en Perú.
Y están clasificando al Mundial...
Después de años de experiencia con el fútbol peruano, me lo tomaría con calma, porque nos faltan Colombia y Brasil y con los mismos puntos que nosotros está Argentina. Aunque si se llega a concretar, me verán saltar por las calles. No sigo un Mundial desde el año 82, sería el primero, eso debe ser como descubrir el sexo.
¿Si usted no hubiera sido escritor, qué habría sido?
Me haces esta pregunta en plena crisis de los 40. Llevo preguntándomela dos años, pero es tarde para hacer otra cosa. Nunca me he sentido muy capaz de hacer nada más que escribir. Hubiera escrito reportajes, telenovelas o discursos políticos.
Fui músico cuando estaba en el colegio, posiblemente hubiera querido ser músico, escribir tiene mucho que ver con la música, es como tocar una melodía e irte guiando por ver cómo suena lo que estás creando. Yo tocaba el bajo, pero tampoco era tan bueno. Lo que más me gusta de escribir es que tienes el control total de lo que estás haciendo, no dependes de una banda. Esa libertad de inventar un mundo a mi medida es algo que solamente me puede dar la literatura.