Revista Pijao
Rodrigo Parra y su monja con alma y cuerpo
Rodrigo Parra y su monja con alma y cuerpo

Por Nelson Fredy Padilla

El Espectador

En 2016, Rodrigo Parra Sandoval recibió de parte del Ministerio de Cultura el Premio Nacional Vida y Obra por sus trabajos “en la investigación etnográfica y en el campo educativo”. Así como por su aporte a la literatura colombiana y por ser un “gran observador de la cultura de los jóvenes en los diferentes entornos, sociales y culturales”. El martes pasado presentó en la Librería Lerner del norte de Bogotá la novela Voto de tinieblas, sello Ediciones B.

No le gustan las entrevistas, no asiste a cocteles. Se encierra en su estudio del centro de la capital del país a leer y a escribir, a explorar con los nuevos lenguajes de la comunicación, a investigar e interrogarse sobre la identidad de los colombianos y los latinoamericanos. Prefiere que el que salga de aventura sea Faraón Angola, su alter ego en la ficción, exaltado en los Premios de Narrativa Casa de las Américas 2011. Pero últimamente no ha podido eludir los homenajes. Por ejemplo, en la pasada Feria del Libro de Bogotá las universidades Nacional y Javeriana publicaron el libro Cómo informar a Julio Verne, que reúne 40 ensayos literarios sobre su obra.

¿Cómo surge esta sorprendente monja que vivió 30 años en la oscuridad?

Desde hace bastante tiempo me pregunto cómo algunas personas llegan a decisiones radicales de vida. Estilitas, mártires, artistas que renuncian a todo por su arte, anacoretas, médicos misioneros, políticos libertarios, monjas que hacen voto de tinieblas. Se me ocurrió juntar en esta historia a dos de estos personajes: José Salvany y Lleopart, místico barcelonés de la vacuna, y la monja herbolaria americana enclaustrada que nunca volverá a ver la luz.

¿Por qué sacarla del plano religioso para construir una autobiografía en la que no sólo el alma, sino el cuerpo y la sexualidad, la conectan con nuestro tiempo?

Tanto la tradición como la modernidad tienen una visión del cuerpo y del sentido del ser. Quería contar su encuentro, no dos historias separadas. La fe y la razón, el alma y el cuerpo, en conflicto. Quería narrar la persona integral en ambos casos, no fragmentada por la visión dualista. Hoy, todavía, el conflicto entre la visión medieval y la moderna sigue vigente. Por eso la novela es válida a través del tiempo.

Esa conexión entre el pasado, la monja, y el futuro, encarnado por una antropóloga forense, ¿qué pretende en cuanto a memoria personal y colectiva?

Sirve para conocernos como hijos de una forma de educar, para comprendernos un poco mejor, para saber de dónde venimos, para comprender las falencias y los cortocircuitos de nuestras escuelas, sus fortalezas, su concordancia con nuestra cultura, nuestras culturas. Sirve como documento para el presente y el futuro, para que las siguientes generaciones sepan de dónde vienen y hagan algo. La memoria escolar, la escuela como memoria. Sirve para planificar mejor el sistema educativo, la escuela. Para decidir si hay que transformar la educación radicalmente para los nuevos tiempos.

¿Por qué incluyó dentro de la novela una investigación sobre la viruela?

Fue al revés: tenía documentada la Real Expedición Filantrópica de la vacuna, financiada por el rey Carlos IV, primer proyecto internacional de salud pública de la historia, y tenía a José Salvany y Lleopart. La modernidad, la razón. Necesitaba la contraparte americana: la medicina herbolaria, una monja que había hecho voto de tinieblas, ávidamente abierta al mundo, sin embargo. Conflicto individual, conflicto cultural, conflicto de formas de conocer. ¿Y el amor? ¿Nacerá el amor entre estos dos seres opuestos y tan similares?

Usted es un reconocido “científico social”. ¿Cómo usa su Ph.D. en sociología como insumo literario?

Como dijo Julio Verne, la ciencia enseña a mirar y a escuchar. La ciencia social y la novela tienen el mismo objetivo: comprender al ser humano. El lenguaje de la ciencia puede enriquecer la literatura y viceversa. Ya lo hizo Calvino. Los títulos académicos pueden entorpecer o contribuir a este mestizaje. Ante todo es necesario deshacerse de la arrogancia.

Una conexión de su literatura con los jóvenes son los cómics, que lo obsesionan desde su niñez en Cali, hasta su historieta del hombre mono convertida en la novela “Tarzán y el filósofo desnudo”. ¿Qué aprendió de ese héroe y cómo lo incorporó a su vida?

Tarzán es básicamente un exiliado en todas partes. No sabe si es hijo de Chita o de un lord inglés. No sabe si es mono o humano, no sabe si es africano o europeo. Pero en todos esos lugares es Tarzán. A pesar de que es muchos, como cualquier hombre contemporáneo, es uno. Empecinadamente uno. Lo ha afirmado: “Lo difícil es ser el Tarzán de uno mismo”.

“Museo de lo inútil”, tal vez su novela más ambiciosa, le tomó 14 años de escritura y es su mayor homenaje a Verne. ¿Qué tan útil o inútil es una obra de esa dimensión?

Afirmar que lo pequeño es útil y lo grande inútil no parece tener mucho sentido. Menos en el caso de un libro. Hay libros pequeños y grandes, hermosos, profundos, divertidos, conmovedores. El libro pide el tamaño que necesita según lo que se quiere contar y cómo se desea contarlo. Juzgarlo por su tamaño es un acto superficial. Algo que tiene más que ver con el mercadeo o con las llamadas tendencias.


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