Por Madeleine Sautié
Granma (Cu)
Para el poeta Ricardo Alberto Pérez (La Habana, 1963) la poesía es materia de entendimiento. «Creo que ella me ha hecho comprender muchas cosas y lo primero que me ha enseñado es que la vida te da lo que te hace falta en cada momento».
Dice ser uno antes y otro después de que escribiera su poemario Oral B, con el que mereciera en 1997 el Premio Nicolás Guillén, que otorga la editorial Letras Cubanas. «Hasta ese momento para mí la poesía era intensidad, ya que los propios poemas de ese libro, traicionándome a mis espaldas, fueron capaces de eclipsarme, sin yo ser totalmente consciente de eso, y a partir de ahí mi poesía ha sido proceso».
De esas convicciones dio fe Richard —como se le conoce en el mundo familiar y editorial— ante un auditorio que se llegó hasta la biblioteca Rubén Martínez Villena para atestiguar el homenaje que le hiciera el Instituto Cubano del Libro en el más reciente espacio El autor y su obra.
El escritor Alberto Garrandés, junto a los poetas Soleida Ríos y Alex Pausides, fueron los panelistas que en autorizadas palabras recorrieron zonas de su obra y caracterizaron prioridades, temas y estilos de su escritura. «Usa materiales precisos para apoderarse de lo impreciso. Sabe que el lenguaje es una materia exhausta y que el peligro de las vidas que vive un escritor depende mucho de su combate con las palabras», apuntó.
Una persistente neurosis cuya marca es la interrogación a largo plazo se aprecia en su obra, al decir de Garrandés, quien apuntó además la presencia en sus textos de un anhelo por ir al encuentro de algo que está a punto de rendirse ante la casi imposibilidad de ser expresado con palabras.
Como toda la escritura de Richard, Vibraciones del buey (Ediciones Unión 2003) —poemario del que se valió Ríos en su intervención— implica, en su opinión, conciencia de un lenguaje, conceptos, engranaje... y es visto como un «libro nudo» donde se deja ver el combate que rige a sus textos, construidos en escenarios de franca crisis (en el llamado periodo especial) y alusivos a ese tiempo peliagudo.
La intervención de la poeta apuntó, además, a la riqueza y arsenal lingüístico que no segrega lo bello ni lo poético. En el libro hay un «nudo vital», explicó, que deja ver con nitidez la pérdida, el dolor, incluso físico, aunque también se trata de una pérdida metafísica. Otro momento de su intervención resulta un agradecimiento como lectora a ese gesto de sinceridad del escritor al mostrar sus supuestas herramientas explicitando su propia poética. De las lecciones dadas por el autor cita:
A veces la armonía del mundo / se vuelve hacia nosotros / y nos suspende la tiza a una altura imposible / entonces no queda otra solución / que transitar por el borde de ciertas palabras.
Al tocarle su turno, Pausides lo situó en esa generación autodenominada de la diáspora, en la que se ubica al autor. De este grupo dijo que evidencia un afán de indagación y puesta al día teórico impresionante y particularizó en el poeta, que con «un poco de silencio iba labrando su propia ruta dentro de una dinámica grupal, donde un cierto extrañamiento respecto a la tradición devenía norma».
Pausides, viéndolo como un escritor moderno, de la ruptura, destacó la capacidad de Richard para expresar por medio de la poesía el desacato, y apreció, en su decir, la ausencia de patetismo, tan común en una buena parte de nuestra lírica. En su obra «el canon se desdibuja, se ensancha, en una tentativa de transgredirlo» y consigue ser un «cruento pase de revista», un cuestionamiento que devela «lo superfluo, lo residual, la costra, el exceso».
Las palabras de los especialistas señalan los recónditos rumbos de una poesía que el público reconoce. Los extractos se desvanecen en la memoria de quienes lo han leído. Richard actualiza a sus seguidores cuando para concluir ofrece dos poemas inéditos de Nudo, un libro en ciernes que ya lo posee, donde subyace su legítimo modo de decir renovado en los resortes del presente.