Revista Pijao
Ray Loriga: ‘Todos somos un poco miserables’
Ray Loriga: ‘Todos somos un poco miserables’

Por Albinson Linares

The New York Times

Un hombre asiste a la debacle de su mundo: todo se va borrando de forma precisa mientras escucha los ecos de una guerra que no es en Siria, ni Afganistán, sino un conflicto remoto y definitivo que nos lanza al final de todas las cosas. “La guerra no cambia nada por sí misma, solo nos recuerda, con su ruido, que todo cambia”, reflexiona el personaje mientras, impasible, intenta continuar con su rutina.

Pero la ruina física y la erosión de los afectos son el preámbulo a la desaparición de personas, lugares, rutinas, costumbres y la propia dignidad. Al hombre y a los suyos se los llevan a una ciudad nueva, transparente, donde los secretos no existen y la droga es muy buena.

Es el no-lugar del futuro, una sociedad en la que él ya no es necesario: “Dicen que se puede sacar a un hombre de su comarca fácilmente, pero que es mucho más difícil sacar la comarca del interior de un hombre. Puede que tengan razón”.

“Distopía ajena a la tecnología” y “un ejercicio de memoria futurista” son algunos de los términos que se han usado para describir Rendición, la novela más reciente de Ray Loriga, ganadora del Premio Alfaguara de Novela 2017. El libro, que ofrece una visión intimista, cruda e introspectiva del futuro, ha cosechado los elogios de la crítica y el público.

Después de 25 años de carrera literaria, 10 novelas, varios guiones cinematográficos y muchos escándalos, Loriga vuelve a sorprender a sus fieles fanáticos, que lo han acompañado desde sus inicios con narraciones que lo convirtieron en un brillante exponente de la Generación X como Lo peor de todo, Héroes y Tokio ya no nos quiere, hasta las prescindibles y aburridas Sombrero y Mississippi y El bebedor de lágrimas (esta última es una historia de vampiros realmente espantosa, que el autor mismo ha reconocido que escribió “porque necesitaba el dinero”).

 “La verdad es que siempre he estado enfrascado en alguna novela, algunas han gustado y otras no, pero es como un mundo paralelo. Aunque sigas con tu vida amorosa, veas el fútbol y te reúnas con los amigos, una parte importante de tu cabeza está consumida por la novela que escribes en ese momento. Entonces no he tenido mucho tiempo como para proyectarme hacia dónde iba. Estaba demasiado ocupado”, explicó el escritor madrileño refiriéndose a sus aciertos y fallas creativas durante una entrevista con The New York Times en Español en Ciudad de México.

¿Por qué desarrollas una visión tan pesimista del futuro en esta novela?

El protagonista empieza a lidiar con los cambios como puede pero, cada vez, todo se vuelve más siniestro para él. A los ojos de los demás las cosas van con absoluta normalidad pero el personaje avanza por un camino en el que se percata de que es un ser obsoleto, en el progreso y el futuro. No se trata de que el futuro sea malo per sé sino que él es inútil en ese futuro. Creo que mi visión del progreso es bastante oscura.

Algo patente en este libro es el clima psicológico que se crea, página a página. ¿Cómo lograste que esa dosis de incertidumbre y angustia no agobie a los lectores?

Quise que el personaje fuese contando su historia en tiempo real. Fui muy cuidadoso con ese aspecto porque va reaccionando a lo que le sucede pero no piensa en retrospectiva. Su cabeza intenta analizar a una velocidad de vértigo y con sus pocas herramientas intelectuales lo que le va sucediendo, pero es muy instintivo y me parece que ahí estaba la clave de la escritura del libro.

Una de las características que asombra cuando uno la lee es que sea una distopía en la que no aparecen obsesiones actuales como las redes sociales, ni mayores adelantos tecnológicos.

Pensaba precisamente en eso, quería situarla de una manera que fuese como volver a Los viajes de Gulliver, no quería que fuese tecnológica. Me interesaba llevar esta voz a una especie de futuro ballardiano y ver ese choque, jugar con esa posibilidad. Quería verlo desde su asombro y la incapacidad de comprensión, lo que él ve son las paredes transparentes, no se pregunta por los materiales, no sabe cómo funcionan y ese lugar me pareció una buena llave para entrar en esta historia.

Otra lectura de Rendición es que, con el paso del tiempo, los seres humanos van siendo descartados. ¿Por qué planteas una visión tan desesperanzadora de la madurez?

El protagonista se va pegando con todas las esquinas y, como nos sucede a todos, hay largos periodos de tiempo en los que notas pocas diferencias y en otros hay muchos momentos pivotales. La escritura de este libro me ha llevado casi ocho años, con lo cual no puedo decir que hubo un rayo de luz, más bien fue un proceso natural que desembocó en esto. Pero volviendo al personaje pasa que en el tiempo normal de La Comarca —nombre del lugar donde transcurre parte de la novela— las vivencias se amontonan y los días se igualan pero como le toca vivir una transformación constante diaria y todo el rato se está moviendo de un lugar a otro, le pasan cosas distintas y envejece a marchas forzadas.

Has hablado de la influencia de Rulfo y “su larga sombra”, pero también se notan tus lecturas de Onetti, Borges y Bioy Casares: hay atisbos de grandes autores latinoamericanos en esta novela.

Estamos hablando de escritores que ya ni me planteo su influencia porque me entraron en el código genético, me han permeado de gran manera. Pero al momento de escribir la novela sí hubo un acto consciente de acercarme a este territorio de fábula distópica o retrofuturista desde el hiperrealismo. Quise que se contara como una experiencia absolutamente real.

También existe una crítica política en este libro…

La Comarca no es un buen ejemplo, está basada en una clara oligarquía y el propio protagonista es un miserable porque, mientras las circunstancias no lo afectaron, nunca hizo nada. Él mismo habla de que su nodriza era una buena mujer y se la llevaron pero no hizo nada. Cuando se llevaron al cartero y al panadero tampoco preguntó. Pero cuando se lo llevan a él es cuando se angustia, o sea que tampoco le inquietó nada hasta que lo tocó la desgracia. No me gustan los personajes heroicos porque todos somos un poco miserables. Él mismo intenta justificarse diciendo: “Bueno, yo cuidaba de los míos”, que es la excusa perfecta de todos.

¿Cómo ves el surgimiento de los nuevos movimientos de izquierda en España?

Me siento un poco a la expectativa. Hay algo de esta izquierda teórica que no despierta mi entusiasmo. Yo esperaba que por lo menos fuesen una novedad; no que fuesen perfectos, pero por lo menos algo nuevo. Pero noto que tienen unas bases ideológicas, de pensamiento e incluso de acción que son muy miméticas, me recuerdan a ciertas energías caducas y obsoletas que ya hemos comprobado que han sido superadas y fallidas.

¿Qué elementos de su discurso te generan desconfianza?

Tengo cierta sensación de que su discurso se organiza más hacia la ignorancia y la necesidad de ciertas generaciones que quieren vivir lo revolucionario y no tienen con qué contrastarlo. Y los que somos más viejos y hemos leído un poco más decimos: “Pero, un momento, ¿esto no es lo mismo de antes?”. Han accedido a algunas posiciones de poder como los ayuntamientos de Madrid y Barcelona pero lo veo como alianzas derivadas, porque no podemos comparar a Ada Colau y Manuela Carmena con muchos de esos nuevos dirigentes. No son la misma gente.

¿Lamentas la actual crisis del modelo europeo?

Cuando murió Franco tenía como nueve años, así que para mi generación la Unión Europea generó un gran entusiasmo porque significó salir del catetismo, viajar por Europa, relacionarnos de igual a igual y salir de esa España cerrada. Recuerdo que en los noventa, en mis primeros viajes a Alemania, ya sentía que se les estaba olvidando el pegamento cultural y social que es esencial para el concepto de Europa. Ahora se está pagando esa ignorancia porque pensaron que con el libre comercio y con los millonarios ganando mucho dinero todo iba a estar bien. Ese era el mito y fracasó. Siempre me produjo una enorme ilusión la idea de Europa y verla partir me causaría una decepción profunda. Pero, bueno, hay que acostumbrarse a todo: mira a este pobre hombre de la novela.


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