Revista Pijao
Rafael Alberti: nostalgia, exilio y revolución
Rafael Alberti: nostalgia, exilio y revolución

Por Juan Miguel Hernández Bonilla

Especial para El Espectador

En la madrugada del 16 de diciembre de 1902, en el hospital del puerto de Santa María, en los límites de la apacible bahía de Cádiz, y en medio de una tormenta insoportable, nació Rafael Alberti, uno de los protagonistas más recordados de la edad de plata de la poesía española.

Quinto hijo de una pareja de comerciantes de vino y emblema de la generación del 27, el delgado pintorcillo surrealista y medio tuberculoso que distraía sus horas haciendo versos, como lo llamaban sus amigos de las residencias estudiantiles en Madrid, se convirtió poco a poco en un referente obligado de la lírica moderna.

Su niñez en la playa, a la orilla del océano Atlántico, el arribo de los barcos y la caída del atardecer, las horas felices fuera del colegio jesuita San Luis Gonzaga y la inocencia perdida de la primera infancia serían el origen de Marinero en tierra, su primer libro de poemas, publicado con extraño éxito en 1924.

La obra con la que Alberti ganó el premio nacional de poesía es un lamento del pasado, un recuerdo vivo lleno de la nostalgia, una posible premonición del exilio, un hondo deseo de volver. “El mar. La mar. / El mar. ¡Sólo la mar! / ¿Por qué me trajiste, padre, / a la ciudad? / ¿Por qué me desenterraste del mar?”. Estos versos le valieron la admiración y el respeto de Antonio Machado, uno de los tres miembros del jurado, quien en ese entonces aseguró: “Marinero en tierra es a mi juicio el mejor libro de poesía presentado al concurso”.

De acuerdo con las reflexiones del poeta y crítico Jesús Fernández Palacios, consignadas en la edición número 485 de Cuadernos Hispanoamericanos, los tercetos encadenados y los sonetos de la primera parte, las 36 canciones de la segunda y los 64 poemas de la tercera son un “compendio de tradición y modernidad, donde se mezclan versos endecasílabos y alejandrinos con los de arte menor, las estrofas clásicas con las nuevas canciones, el lenguaje convencional con el experimental, los usos normales con los juegos de palabras y las comparaciones más elementales con atrevidas y alógicas metáforas”.

Los primero versos del poeta andaluz, su relativo reconocimiento nacional y su cercanía con los círculos intelectuales de la época le ayudaron a cultivar una amistad íntima con Federico García Lorca, Salvador Dalí y Luis Buñuel. Paulatinamente, con la aparición de sus siguientes libros: La amante (1925) y El alba de alhelí (1926), el escritor fue develando su genialidad. En 1927, lideró el homenaje del tercer centenario de la muerte de Luis de Góngora y, al lado de poetas como Jorge Guillén, Pedro Salinas, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre y Manuel Altolaguirre, consolidó una brillante constelación de escritores republicanos que más tarde se conocería como la generación del 27.

En los primeros años de la década de 1930, después de varias crisis existenciales, alegando y desconociendo su propia poesía, con un par de desencuentros amorosos a cuestas y acongojado por la pérdida total de su fe, Rafael Alberti volcó todas sus energías hacia la revolución. Estuvo en Alemania en 1931 resistiendo la posesión de Hitler, fue testigo del incendio del Reichstag y cantó la última internacional con los jóvenes comunistas de los barrios obreros de Berlín. Estudió teatro en la Unión Soviética y asumió sin reservas una activa militancia en el partido comunista de España.

Participó en las revueltas estudiantiles, apoyó el advenimiento de la República y su poesía se transformó en una herramienta para cambiar el mundo, en un arma para el combate, siguiendo al pie de la letra la famosa consigna de Bertolt Brecht: “El arte no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma”. En esa época convulsionada, conoció a su futura esposa, María Teresa de León. Los dos fundaron la revista revolucionaria Octubre y publicó obras de teatro popular como El hombre deshabitado y Fermín Galán.

En plena guerra civil, Alberti fundó la revista El Mono Azul; adaptó Numancia, de Miguel de Cervantes, y se hizo amigo de Luis Aragón, Ernest Hemingway y Pablo Neruda. Estuvo varias veces en el taller de Pablo Picasso mientras el artista pintaba el Guernica, y su militancia y compromiso político lo obligaron al exilio. Perseguido por la Guardia Civil, atravesó el Mediterráneo en un pequeño avión; llegó a Orán, una ciudad al nordeste de Argelia, y regresó en barco a Marsella, Francia.

Vivió en París hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Escribió “Se equivocó la paloma”, uno de sus más grandes poemas; se fue a argentina 24 años; vivió 15 años en Roma y en 1977 regresó a España para ser senador por el partido comunista.

En La arboleda perdida, una autobiografía escrita durante su estadía en América, Alberti contó el origen de la canción que unos años más tarde inmortalizaría Serrat: “Cuando llegué a París, mi estado espiritual era negro, desesperado [...], apoderándose de nosotros, los recién exiliados españoles, el túnel de la más tremenda incertidumbre. En Francia no había escrito aún ninguna poesía [...] pero una de aquellas noches, de las más solitarias, poseído de no sé qué extraños impulsos, comencé a escribir una canción, cuyo comienzo era ‘Se equivocó la paloma. /Se equivocaba. /Por ir al norte fue al sur...’. Cuando llegué al final me quedé sorprendido: ‘Ella se durmió en la orilla. /Tú en la cumbre de una rama.’ No comprendía yo cómo en aquel sumergido estado de angustia en que me hallaba me había podido salir una canción como aquella. La leí, la releí, no hallándole ni el más remoto rastro del estado que me invadía”.

Si mi voz muriera en tierra

Si mi voz muriera en tierra

llevadla al nivel del mar       

y dejadla en la ribera.

Llevadla al nivel del mar

y nombradla capitana       

de un blanco bajel de guerra.

Oh mi voz condecorada

con la insignia marinera:       

sobre el corazón un ancla

y sobre el ancla una estrella       

y sobre la estrella el viento

y sobre el viento una vela!

Rafael Alberti


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