Por: Juan Rodríguez M. -El Mercurio (Chile) – GDA Foto Ian Langsdon / EFE
Hacer del fracaso un éxito, convertir en héroe a un antihéroe, volver referente de una sociedad al miembro de una minoría, burlarse para hacer pensar, volver encantador a un quejumbroso. Tal vez esa sea la raya en el agua que Woody Allen le ha aportado al mundo. Lo que no es poco.
Más de medio siglo después de su debut como monologuista y casi 50 películas luego de su estreno como guionista con ‘¿Qué tal, Pussycat?’ (1965) y como director con ‘Toma el dinero y corre’ (1969), pensar en Allen es pensar en muchas y muy seguidas películas que van de lo malo a lo muy bueno; pero sobre todo es pensar en ese pequeño neoyorquino de origen judío, neurótico, hipocondríaco, pesimista, torpe, más inquieto que intelectual, que desnuda al resto pero no entiende por qué le pasa lo que le pasa, medio obsesionado con el sexo y demasiado frustrado en sus relaciones de pareja.
Y que sin embargo es querido y seguido por el público, porque... ¿quién quiere ser un rebelde sin causa cuando puede ser un resignado con razón y humor? O, como dijo la crítica de cine Pauline Kael, ese “tipo bajito, listo e inseguro”, el inadaptado urbano que tiembla con solo pensar en una pelea. “Woody Allen ayudó a que la gente se sintiera más cómoda con su aspecto físico y aceptara sus miedos respecto a la violencia, el sexo y todo aquello que le generaba ansiedad”, opina ella.
Un hombre serio
La cita se encuentra en ‘Woody. La biografía’, el libro más reciente y tal vez el más completo sobre el realizador estadounidense. El responsable es David Evanier, autor de otras biografías (incluida una de Tony Bennett) y exeditor de ‘The Paris Review’. Hay que aclarar que aunque el libro llega hasta el 2015, su completitud no tiene que ver con una cronología exhaustiva, sino con las idas y vueltas que intentan comprender quién es y qué quiere Woody Allen.
“Allen es muy distinto del personaje neurótico en sus películas –cuenta Evanier en un correo electrónico–. Ha hecho buen uso de sus demonios. Es muy fuerte y ha tenido éxito en todo: dirigir, escribir guiones, actuar, hacer comedia, escribir obras de teatro y prosa. Su compromiso con su arte es total. Nunca ha transado su integridad y ha podido ejercer un control completo sobre sus películas, negándose a capitular ante Hollywood. Su meta nunca ha sido el dinero, sino mantener su creatividad”.
Por eso, cada vez que tuvo éxito, huyó. “Ha mostrado constantemente una capacidad de alejarse: de la escritura de comedias para televisión, de la ‘stand-up comedy’, de los ‘talk shows’, de todos los nichos en los que aterrizó. Sus películas, así mismo, han tenido un rango enorme: desde muy hilarantes hasta profundamente serias, desde sátiras sobre lo oculto hasta romance”, agrega su biógrafo.
Si se trata de cine, a Allen le encantan Ingmar Bergman, Marcel Ophuls, Vittorio de Sica, Jean Renoir y Akira Kurosawa. Si es música, Frank Sinatra, Louis Armstrong, Sidney Bechet, los hermanos Gershwin, Irving Berlin y Cole Porter. En el caso de la literatura, León Tolstói, Fiodor Dostoievski y Anton Chéjov. También le gusta el básquetbol y siente una ambigua atracción por la magia, los videntes y el espiritismo.
Sin embargo, Allan Stewart Konigsberg (hoy Woody Allen), nacido el primero de diciembre de 1935 en el Bronx, Nueva York, no fue un niño intelectual, encerrado en su pieza leyendo a escritores rusos. Leía, sí, pero cómics; y hacía trucos de magia. En su casa no había libros y sus padres nunca lo llevaron a un museo o a un teatro. Se crio en las calles y las salas de billar. Iba al cine y hacía deporte; le gustaban el béisbol y el boxeo. Y quiso ser “un buscavidas de las cartas y los dados”. Hijo de padres judíos, su papá no tenía sentimientos religiosos, mientras que la madre era ortodoxa. El propio Allen no tiene “ningún tipo de paciencia” con la religión organizada, pero “ama apasionadamente” el Estado de Israel. Y es en sus películas donde da más espacio a sus sentimientos acerca del judaísmo.
Por un lado está la presentación cómica de su identidad judía, en películas como ‘Annie Hall’. Por el otro, el genocidio nazi, que para Allen es el gran horror del siglo XX. “Creo que el Holocausto lo persigue, por eso vuelve una y otra vez a él en tantas de sus películas –dice Evanier–. Donde más revela sus sentimientos sobre este tópico es en su película ‘Todo lo demás’, del 2003 (muy buena y bastante inadvertida)”.
En ella, el personaje David Dobel dice: “Los crímenes de los nazis fueron de tal dimensión que si toda la raza humana tuviera que desaparecer como condena de esos actos, no lo consideraría del todo injusto”. Y el propio Allen le escribió a Evanier: “Como el Holocausto ha sido tan importante en mi vida, es normal que aparezca de forma esporádica o habitual en mi obra (...). Hay crímenes que simplemente no se pueden perdonar. Creo que somos una especie que perfectamente podría desaparecer y no se podría culpar a nadie más que a nosotros mismos”.
Decíamos que pensar en Allen es pensar en muy seguidas películas que van de lo malo a lo muy bueno. Él mismo tiene una opinión al respecto. “No soy en absoluto humilde. Empecé con grandes expectativas y no he estado a la altura. He hecho algunas cosas que estaban bastante bien, pero tenía una concepción más alta de cuál podía ser mi lugar en el firmamento artístico (...). Lo único que se ha interpuesto entre la grandeza y yo he sido yo”, dice en una entrevista.
Y en otra: “Lo digo sin modestia alguna: no he hecho nada significativo en ningún campo. Estoy convencido de ello. Hemos estado aquí sentados hablando de Faulkner, por ejemplo, y de Updike y de Bergman... Está claro que no puedo hablar de mí mismo de la misma manera. En absoluto (...). Creo que si pudiera hacer, en lo que me queda de vida, dos o tres obras realmente brillantes –tal vez una película maravillosa, una gran obra de teatro o algo así– entonces sería interesante analizar todo lo hecho hasta ese momento como obras de desarrollo. Creo que ese es el estatus de mis obras: están esperando la joya que las corone”.
Mientras, la película favorita de Evanier es ‘Broadway Danny Rose’ (1984), “su oda al pequeño mundo del espectáculo estadounidense”. ¿Y la peor? “Las peores son, yo creo, aquellas que hizo cautivado por el ejemplo de Ingmar Bergman: ‘Interiores’ (1978), ‘Septiembre’ (1987) y ‘Otra mujer’ (1988). Son imposibles de ver”, sentencia.
¿Qué le parece lo que ha hecho en los últimos años? ¿Todavía podemos esperar la joya que corone su trabajo?
Algunas películas han sido muy bien recibidas: ‘Match Point’ (2005), ‘Vicky Cristina Barcelona’ (2008), ‘Conocerás al hombre de tus sueños’ (2010), ‘Medianoche en París’ (2011) y ‘Blue Jasmine’ (2013), entre otras. En mi opinión, muchas fueron de buenas a sobresalientes. En realidad, el patrón de Allen no ha cambiado: una vertiginosa montaña rusa de películas, una cinta sólida seguida por varias débiles. Sus últimas tres han sido débiles, y es tiempo de una excelente. ¿La hará? Basado en su registro, predeciría que sí. Nunca ha fallado en volver, sorprender y asustar. ¿Hará su obra maestra? Probablemente no lo sabe. Ciertamente lo quiere. Tiene 82. Su padre vivió hasta los 100 y su madre, hasta los 97. Tiene un largo camino por recorrer y se mantiene en los más altos estándares.
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Dicen que dejamos de interesarnos en aquello que conocemos. ¿Después de leer ‘Woody. La biografía’ conocemos a su protagonista? Ojalá que no. Evanier ha dicho que Allen, la persona, tiene poco y nada que ver con Woody, el personaje. Está seguro de que no es el ‘schlemiel’ de sus películas, una palabra yidis que significa algo así como perdedor. Y, claro, cómo podría serlo si ha conseguido todos sus sueños de infancia: ser actor de cine, director y cómico. Y tocar jazz en Nueva Orleans. Sin embargo, el propio Evanier muestra lo mucho que hay de Allen (de sus manías e inseguridades, de su judaísmo y su pesimismo, de sus amores y su infancia) en su obra. “Se ha pasado la vida escribiendo para él y sobre él, por mucho que lo niegue”, leemos en el libro.
Entonces, ¿quién es y qué quiere Woody Allen?
Allen es y no es el personaje de sus películas. Partes de él están en todas ellas. Mi lectura –y me he reunido con él luego de publicar mi libro– es que sigue siendo una persona centrada, no impresionada por su propia fama. No es la típica celebridad. Parece receptivo, curioso respecto de las otras personas, está inmerso en la vida y es un serio lector de libros. Es todo menos un intelectual académico. Tiene los pies en la tierra, no es cerebral o pretencioso en lo más mínimo. Parece haber superado algunas de sus neurosis y haberse resignado a las que permanecen. Y, sobre todo, pienso que quiere crear una obra maestra al nivel de Sica, Rossellini, Bergman y Buñuel.
¿Cuál es su mejor película?
“‘Crímenes y pecados’ (1989), una película moral y de exploración –responde el también neoyorquino David Evanier, autor de la más reciente biografía de Woody Allen–. Sus personajes cometen asesinatos sin que sus conciencias los molesten para nada. Nunca son atrapados y finalmente regresan a sus vidas normales sin mucho lío. Allen confronta el hedor moral de nuestro tiempo y concluye que el mal ha triunfado sobre el bien. Al mismo tiempo, nunca deja de esperar la redención del mundo. Su visión de la humanidad está condensada en esta película, donde la oscuridad y la comedia se funden inextricablemente, pero donde la oscuridad gana”.