Por Andrés Seoane Foto Antonio Zazueta Olmos
El Cultural (Es)
Durante una visita a la ciudad de Lwów, actual Ucrania, el abogado y profesor de Derecho Internacional en el University College Philippe Sands (Londres, 1960) se estrelló de frente con su pasado: descubrió que su historia familiar estaba íntimamente ligada al nazismo y a los términos "genocidio" y "crímenes contra la humanidad". El jurista británico, que este fin de semana participa en el Hay Festival de Segovia, condensa en CalleEste-Oeste (Anagrama), la reconstrucción de su historia familiar que se entrelaza insospechadamente con la vida de dos juristas internacionales polacos y dos jerarcas nazis para componer un fresco del mayor horror del siglo XX. Estudioso de los Juicios de Núremberg y acreedor de esos dos términos en su desempeño profesional en el Tribunal de Justicia de la Unión Europea y en la Corte Penal Internacional de La Haya, en un principio Sands únicamente "quería averiguar quién era realmente mi abuelo (un superviviente del Holocausto), saber quién era y quién soy. Entonces por casualidad me encontré con la coincidencia de que Hersch Lauterpacht y Rafael Lemkin, dos de los mayores juristas del siglo XX, provenían de la misma ciudad que mi abuelo, de Lwów".
En Calle Este-Oeste, Sands entreteje una doble historia detectivesca formada por dos hilos, por un lado reconstruye su historia familiar, y por otro, la imbrica con la de estos dos abogados judíos, teóricos fundamentales del Derecho Internacional creado en Núremberg y con la de dos de los mayores asesinos del régimen nazi, Hans Frank y Otto von Wächter, responsables de la Polonia ocupada. "Es una historia muy personal con grandes consecuencias políticas y a la vez, una historia muy política con grandes consecuencias personales".
Pregunta.- ¿Tiene algo que ver el pasado de su familia con su desempeño como abogado experto en procesos internacionales?
Respuesta.- Es evidente que hago lo que hago porque soy quien soy. Mi compromiso con la idea de un orden internacional está conectado con mi sentido de que no soy sólo un ciudadano de Gran Bretaña y de Francia, y mi esposa no sólo una ciudadana de los Estados Unidos y España, sino que también somos ciudadanos del mundo.
P.- ¿Cómo se interconectan las distintas biografías de dos abogados polacos y dos jerarcas nazis para tejer un relato de esa oscura etapa de Europa?
R.- Entre todos hay similitudes, y hay diferencias. Los cuatro hombres están profundamente conectados con la música, por ejemplo, pero la sienten de diferentes maneras. ¿Podemos imaginar que en medio de los Juicios de Núremberg el fiscal Lauterpacht y el acusado Frank encontraron consuelo en la misma pieza de música, la Pasión según San Mateo de Bach? ¿Cómo explicamos eso? La misma música, el mismo libreto, diferentes interpretaciones. Ser igual es ser diferente.
P.- Usted se ha enfrentado a los hijos de los protagonistas nazis del libro en el documental What Our Fathers Did: A Nazi Legacy. ¿Cómo es su relación con el hijo de Otto von Wächter? Creo que de Niklas Frank es hoy amigo.
R.- Sí, Niklas y yo nos hemos convertido en amigos íntimos, lo que es curioso, dado lo que su padre le hizo a la familia de mi abuelo. Por otro lado, Horst y yo tenemos nuestras diferencias, pero seguimos teniendo una buena relación y estamos frecuentemente en contacto. Siempre ha sido generoso y abierto con sus ideas y documentos. De hecho, ahora estoy trabajando con él haciendo un podcast para la BBC sobre los últimos días de su padre, culminando en la muerte inesperada de Otto en Roma; una historia de amor y espías, de un hombre a la fuga de la justicia bajo la protección del Vaticano. Además estoy escribiendo un libro sobre esto, una inesperada secuela de CalleEste-Oeste.
P.- Más allá de sus orígenes comunes, ¿qué asemejaba y diferenciaba a Lauterpacht y Lemkin, los otros grandes protagonistas?
R.- Ambos eran parte de comunidades minoritarias en la misma zona de Europa central. Estudiaron con los mismos profesores en las mismas salas de la misma facultad de derecho. Ambos creían que el derecho internacional podía ser una fuerza para el bien, protegiendo a los individuos (Lauterpacht) y a los grupos (Lemkin). Ambos creían que el poder del Estado no era ilimitado. Pero había diferencias, sí. Uno venía de un ambiente urbano, el otro rural. Uno era una figura famosa, el otro un don nadie. Uno ansiaba la atención de los medios, el otro la temía. Por qué tomaron diferentes enfoques jurídicos es una gran pregunta, pero una sin una respuesta clara.
P.- Es conocida su admiración por Lauterpacht, pero ¿qué opinión tiene de Lemkin? ¿Fue importante para el derecho internacional o su aportación de la palabra genocidio o es anecdótica?
R.- La última línea del libro es clave: en cierto momento, llego a entender a Lemkin, quien era y lo que estaba haciendo. Mi temor es que el término "genocidio" acabe haciendo más daño que bien, reforzando el sentido de identidad grupal y dando origen a las mismas condiciones que pretende impedir. Sin embargo, me doy cuenta de que es un concepto necesario, incluso si también tiene consecuencias desafortunadas. Existe y no desaparecerá. Simplemente tendremos que trabajar en limitar sus efectos adversos. No sé mucho, pero sé una cosa: si tuviera que elegir una cena y unas copas de vino con Lauterpacht o Lemkin, elegiría a Lemkin.
P.- Núremberg es un hito en la creación de la conciencia europea y mundial moderna, ¿en qué punto de los derechos humanos estamos más de 70 años después? ¿Qué queda hoy del legado de estos dos hombres?
R.- Oscilo entre los puntos de vista de Lauterpacht y Lemkin, entre la protección del individuo y la protección del grupo, entre el realismo de Lemkin y el idealismo de Lauterpacht. Puedo ver la fuerza de ambos argumentos, y reconocer la tensión entre el individuo y el grupo. Pero su legado es enorme: los términos que inventaron no existían antes de 1945, y ambos han entrado en la conciencia pública. Lauterpacht y Lemkin cambiaron el mundo con sus ideas, con palabras que trabajaron su magia alrededor del globo. Cambiaron mi mundo y el de cada persona. ¿Dónde están los derechos humanos? Les digo a mis estudiantes que es un camino largo, estamos en la primera Edad Media, luchando por limitar el poder del soberano, dar expresión a la idea de que individuos y grupos tienen derechos. Mire lo que está pasando en Cataluña hoy. En el pasado la lucha habría sido sobre el poder, ahora también es sobre los derechos.
P.- Hoy parece aceptada la limitación de la soberanía nacional de los Estados, pero algunos países tratan de sustraerse a la legalidad internacional, ¿hasta qué punto es vinculante hoy el derecho internacional? ¿De qué sirven unas normas que no han evitado las atrocidades de Ruanda, Yugoslavia…? R.- Como he dicho es un largo camino. El Brexit y Trump son expresiones de un deseo de recuperar el control, de limitar el mandato de las reglas internacionales y los jueces internacionales. Ciertamente, las leyes internacionales no detuvieron todos los horrores. Sólo necesitamos ver lo que está sucediendo hoy en Siria e Irak. Pero lo que hacen es decir al mundo: "no tienes derecho a hacer esto". Hace setenta años los derechos del soberano y de los Estados eran absolutos. Hoy ya no. Habrá más horrores, y décadas y siglos pasarán, como lo hicieron en los sistemas legales nacionales, pero es un paso. Es un proceso lento, a la vez suave y brutal.
P.- Mirando a la América de Trump, a la Gran Bretaña post Brexit o a ciertos países de Europa Oriental, ¿es posible regresar a los años 30?
R.- El mes pasado reflexionaba sobre esto en una conferencia que impartí en el Festival del Libro de Edimburgo. Una vez más, un veneno de xenofobia y nacionalismo está avanzando por las venas de Europa, en Hungría, Polonia, Ucrania... pero también en Gran Bretaña y muchas otras partes del mundo, incluyendo a Estados Unidos. Theresa May ha llegado a decir que "si usted cree que es ciudadano del mundo, es en realidad ciudadano de ninguna parte". ¿No vemos la sombra de la Alemania de los 30 cuando el Daily Mail tilda en su portada a tres jueces superiores de "enemigos del pueblo"? ¿O cuando Trump pretende manipular a la prensa y a los jueces y prohibir la entrada de ciudadanos en función de su nacionalidad? En este contexto, la experiencia reciente nos enseña a saber a dónde puede conducir tal principio. Mi familia sabe a dónde puede conducir un principio. Mi abuelo fue expulsado del Reich en 1938 por su religión.
Qué irónico que siete décadas después, los dos países que hicieron más que cualquier otro para poner en práctica las normas que prohíben acciones de ese tipo, qué irónico que siete décadas después de la apertura del juicio de Núremberg, con sus fiscales británicos y norteamericanos y veintidós alemanes en el banquillo; muchos miren ahora hacia Alemania como el bastión de la democracia liberal, como protector del Estado de derecho, de los derechos de los refugiados y de las normas internacionales.
¿Hacia dónde nos dirigimos? Me preocupan menos los Estados Unidos, con su sólida constitución. Trump puede ser solo un mal de cuatro años. El Brexit, por otro lado, si realmente sucede, no sería un mero interludio de cuatro años. Las consecuencias del voto de salida son mucho mayores en términos sociales, políticos y económicos, y posiblemente, incluso existenciales para el Reino Unido.