Por Sofía Viramontes. Foto Rodrigo Marmolejo
Revista Gatopardo
Julieta García González se dedica a escribir y escribir, en esta casa tapizada de libros y rodeada de plantas que cuida con afecto. Ella dice que escribe ficción como algo que se tiene a la mano, demasiado palpable. Así fue como logró construir Cuando escuchas el trueno, un escrutinio psicológico que ha publicado este año bajo el sello de Literatura Random House. Porque si hay un libro que se mete en las venas y hace a uno dudar de las relaciones pasadas, y a lo mejor de las presentes, ése es su más reciente novela.
Se trata de su quinta publicación y de su segunda novela. La primera fue Vapor (2004), seguida por los libros de cuentos Las malas costumbres (2005), Pasajeros con destino (2013) y El pie que no quería bañarse (2015). Ha sido directora editorial encargada de diversos proyectos y conductora de radio. Fue becaria del Centro Mexicano de Escritores y del FONCA, y escritora residente de la Jiménez-Porter Writer’s House de la Universidad de Maryland.
Escribió Cuando escuchas el trueno como si fuera un documental y siguiera a su protagonista a todas partes con una cámara, observando sus deslices, pensamientos y malestares. Es la construcción de una relación que lleva a la destrucción, que la rompe y, aunque se dé cuenta, no se detiene. Se vuelve adicta a ella.
García González tuvo la experiencia de una relación destructiva; luego pensó qué había sido importante de ese momento, le dio la vuelta y construyó esta historia. “Si te sometiste es que eres sometible”, dice en entrevista para Gatopardo. “Para Ana —la protagonista— fueron algunos meses, pero hay personas que viven en esas relaciones por años.” Y no sólo en las relaciones amorosas, también en el trabajo y en la familia: “Bajamos la cabeza y dejamos que pase”.
Ana Solís es una mexicana de clase media que roza los cuarenta, una mujer exitosa que parece tener control sobre su vida; socia de una organización que se dedica a la consultoría política y publicitaria. Tiene una buena red de amigos, manicure impecable, maquillaje perfecto, ropa que favorece su cuerpo. Una casa que ama pero no sabe por qué, un trabajo que la motiva y le da dinero. Una vida normal, hasta que se deja conducir a una situación que rompe con todo, probablemente porque lo necesita.
Cuando escuchas el trueno sigue la historia de Ana y Héctor, que se conocen en una fiesta y se reencuentran en otras, hasta que un día él la busca con un mensaje. Se ven donde y cuando él dice, la lastima. Hay algo raro desde el principio, que no le cuadra, que no está bien —recuerdos de la niñez afloran, se desacomodan—, pero Ana sigue. Los capítulos se intercalan en el presente y los recuerdos de su primer encuentro sexual, su matrimonio, su niñez. Recuerdos que salen de las grietas provocadas por su relación con Héctor.
“Se trata de las rupturas”, dice la autora. “De las rupturas que a veces son necesarias, o de los quiebres que te ponen al borde de la locura, de los que te lastiman y de los que te hacen crecer.”
Todo el libro está construido sobre la psicología de su protagonista. Va dejando pistas de los colores, los nombres de las plantas, las tendencias y los sentimientos que se apilan hasta edificar a una persona completa, que el lector entienda, que simpatice con ella o que se enoje, pero que quiera seguir leyendo para saber qué pasa, qué va a hacer, por qué Ana sigue haciendo eso. Así, el lector se envuelve en una relación dolorosa, porque leer esta novela causa dolor estomacal.
Para la autora, la construcción del libro también fue una ruptura, un escape. Su vida estaba dando giros inesperados mientras tecleaba la psicología de Ana, y sabe que le sirvió, que le dio un espacio fuera de la realidad.
Cuando escuches el trueno es una historia terrible, dolorosa para Ana, para Julieta y para el lector, pero es una especie de caja mágica de la que salen muchas más cosas de las que parece. Es dolorosamente disfrutable, un poco sadomasoquista quizá.