Desde hace cerca de diez años, hasta el presente, he ido fortaleciendo una relación muy cercana con una extensa familia de campesinos del Norte del Tolima. Generosamente ellos me han abierto su corazón, enriqueciendo mi imaginario citadito con visiones fantásticas de otros horizontes del set and seting como decíamos en mi lejana juventud a la luz de la recién instalada psicología con raíces psicodélicas. Así pues, bajo el halo bondadoso de sus sonrisas frescas y mediante su vocabulario algo diferente al mío en términos y significados y con la suerte de convivir con algunas jóvenes de dichos núcleos familiares, logro hacer algunos planteamientos que comparto con ustedes.
Debo aclarar, que soy persona en quien el campo ejerce una idílica fascinación; y digo idílica, pues en realidad no he contado con la fortuna de vivir en finca alguna, ni de pasar largas temporadas en contacto directo con el laborioso trajinar de nuestras gentes en dichas latitudes, aparte de algunos años en los que pertenecí a los Scouts, lo cual me brindó, junto con mi gran amiga Marilú; amiga de infancia y amiga de siempre, oportunidad inolvidable para disfrutar nuestros días vacacionales en campamentos, levantados en lugares agrestes de poblaciones Cundinamarquesas, teniendo únicamente como techo el inmenso cielo abierto, bañándonos en quebradas y riachuelos, cocinando en tres piedras y ejerciendo diversas y ricas actividades bajo las estrictas normas de dicha agrupación.
Pues bien, solo esos vivenciales encuentros con el campo figuran en mi panorama vital; por lo tanto, escuchar a “mi” familia campesina, constituye toda una experiencia de permanente asombro, ya que su mundo es del todo distinto a “mi” mundo; así todos seamos colombianos. Mi esposo, Eduardo Santa, escritor insigne, brillante y acucioso Sociólogo, con quien compartí más de la mitad de mi vida, cuando salíamos a caminar, recorriendo en largas jornadas las escarpadas montañas de su amado Líbano-Tolima, me repetía emocionado, abarcando con su mirada plena de orgullo aquellos parajes cargados de aromas de la tierra: Ésta es Colombia, no los Centros Comerciales lujosos de la capital, ni las grandes avenidas, ni los hoteles cinco estrellas de las diferentes ciudades que visitamos en nuestros viajes de compromisos académicos.
Con este telón de fondo se desarrollan ahora mis encuentros cercanos con la familia de campesinos que me presta invaluables servicios; ellos acompañan mi viudez y ocupan lugar privilegiado en mi mundo afectivo. Entre estos “dos mundos”, se han venido construyendo sólidos puentes de comunicación en los que fluye un rico acervo de vivencias, que van entretejiendo mi pequeño escenario del conocimiento de las raíces mismas de nuestra nacionalidad.
Tienen en común todos los miembros de “mi” familia campesina, el sufrimiento, las carencias económicas, el maltrato, las injusticias, la violación carnal y la violación de sus derechos. Ostentan todos los miembros de “mi” familia campesina, la incansable laboriosidad, la sabiduría primigenia, la energía sostenida, el infaltable ingenio; y, un amor, un luminoso amor por todo lo que hacen, que reviste de júbilo sus existencias.
Las mujeres con quienes tengo relación más estrecha, poseen unas manos milagrosas de las que van saliendo con alegría, toda la variedad de deliciosas comidas típicas del Tolima, elaboradas con una gracia y habilidad pasmosas; al tiempo que, sin yo percatarme del cómo ni del cuando, ya han limpiado la casa, hecho la compra, lavado y planchado la ropa. Al tiempo que ponen todo en orden, van relatándome aconteceres de sus vidas en el campo, con tal desparpajo y fluidez, que a mí se me antojan sus historias, algo así como embrujadores cantos terrígenas de embeleso y dolor.
Los hombres, entre otros muchos oficios, cultivan principalmente el café, en fincas de los patronos de turno, sin ninguna seguridad laboral. Trabajan de sol a sol en el exigente procesamiento de dicho grano, que requiere de unas muy largas y complejas etapas: semillas, plántulas o esquejes, siembra, abonos, fumigaciones y recolecta del fruto maduro. Ahora, seleccionarlo, descerezarlo, lavarlo, secarlo y trillarlo, para luego tostarlo, molerlo y empacarlo … todo ello en periodos de tiempo precisos y taxativos ciclos que la naturaleza misma va marcando, al ritmo de las dos estaciones de nuestra posición ecuatorial: Invierno y Verano, lo cual va alternando las lluvias, a veces torrenciales; y los soles, algunos reverberantes, otros del todo benéficos. Imponderables propios del clima, pero que la privilegiada tierra del Norte del Tolima a 1.800 metros de altitud, con la necesaria humedad y cálidas temperaturas de 20 a 22 grados centígrados, propicia la abundante producción de uno de los mejores cafés de Colombia.
Las carencias, las hambrunas, los accidentes tanto laborales como del diario trajinar por vericuetos escarpados e inhóspitos y por los enfrentamientos de diversa índole, han dejado cicatrices en sus cuerpos, testigos fieles de su lucha; al igual que marcas psicológicas indelebles, las que al parecer ellos “manejan” de distintas maneras, por lo que no se vislumbran abiertamente, ni amarguras, ni resentimientos, ni actitudes retaliativas. En la numerosa prole, dadas las imbricadas cadenas genealógicas, o el carecer de recursos médicos, o las enfermedades, o los accidentes, no falta el inválido físico y también el mental, con aceptación casi que amorosa de dichos miembros de familia, a los que se cuida sin mostrar frustración, rabia o rechazo.
Frente a todo éste enigmático panorama, aparecían casi que angelicales en mi pensamiento nuestros sufridos campesinos. De tal suerte que, en mis largas estadas en el pueblo, junto a ellos en mi casa veraniega, reflexionaba acerca de cuáles serían los misteriosos mecanismos que anidaban en sus mentes, para aparecer tan “ajustados”, tan funcionales, tan limpios de corazón; sobre todo las mujeres, abnegadas y fieles, alegres y laboriosas.
En mis repetidas visitas principié a indagar acerca de sus creencias, ya que, ahondando en mis pesquisas psicológicas, vislumbro claramente un hecho: Las distintas religiones que se profesan, conllevan una serie de postulados que modulan el comportamiento de los individuos. Encontré, que la mayoría asistían a distintas “iglesias”, pues la desbandada de la religión católica, apostólica y romana, ya lleva años, debido a la honda decepción que ha estremecido a nuestro pueblo por diversos y anómalos comportamientos de sus representantes, como la denunciada pedofilia; y otras actuaciones que han sido sufridas y puestas en conocimiento, como aquella de la época de los años 50s en la llamada violencia política, en la que varios sacerdotes en sus arengas, desde el púlpito, animaban a los conservadores para que fueran a matar a los liberales, pues esto no era pecado. Esto marcó por siempre el imaginario religioso en muchos de nuestros pueblos colombianos.
Así, pues, las creencias religiosas, bien sea “Pentecostales”, “Evangélicas”, “Cristianas” y no cristianas, etc.etc, etc., con toda la repetitiva monserga de doctrinas que imbuyen a sus seguidores, manipulando el pensamiento mágico de cada cual, de alguna manera han confluido en construcciones mentales como Defensas Psicológicas, aunadas, a veces, a un fatalismo masivo, como llegar a pensar que las desgracias que les acontecen, son “castigo” de su dios y por tanto de pasiva aceptación.
Otras de sus Defensas, están de la mano con el pensamiento mágico predominante, fruto de sus ancestrales creencias cosmogónicas. Asumen sus desgracias como consecuencia de “brujerías, “bebedizos”, “mal de ojo”, “calenturas”, y toda una nutrida ideología oralmente transmitida de generación en generación, lo cual dinámicamente deriva en mecanismos psíquicos, para “tolerar”, “manejar”, “comprender” y asumir falencias, enfermedades, tragedias, e insucesos acaecidos en sus vidas de campesinos laboriosos.
Laboriosos y maravillosos campesinos de los que dependemos, pues son, ni más ni menos, quienes nos brindan el alimento. Campesinos de corazón generoso y alma fresca. Campesinos constitucionalmente fuertes, vigorosos, activos y proveedores incondicionales. Campesinos con una llamativa predisposición genética a practicar la bondad. Campesinos de quienes, en un porcentaje muy alto provenimos, dadas nuestras ascendientes líneas herenciales, ya que, Colombia, afortunadamente, ha sido, y, ojala siga siendo por siempre, un país eminentemente agrícola. Rico en tierras con todas las altitudes y enclavado en el trópico multicolor. País privilegiado de esquina en el continente suramericano, bañado por dos océanos, poblado por gentes que, como los campesinos, trabajan pensando siempre en el bien común y en el producir y en el prodigar.
Fortuna grande en mi vida haber hecho enlace con algunas familias pertenecientes al agro de las montañas del Norte del Tolima. Espero seguir disfrutando de su cálida compañía, para así mismo seguir aprendiendo de ellos cada día, algo de su sabiduría. Nuestros campesinos poseen profundos conocimientos acerca de la naturaleza y sus infinitos misterios. Han develado los mensajes que la tierra encierra en sus diferentes ciclos lunares, entienden perfectamente los delicados procesos de las plantas y han extraído de muchas de ellas sus efectos medicinales que yo ahora valoro enormemente, pues he sido objeto de “curaciones” eficaces por medio de los remedios que ellos elaboran; los que en un principio rehuía, pensando equivocadamente que eran producto de “ignorancia”, siendo la del todo ignorante yo misma, ya que en realidad desconocía su inmenso valor, producto de ancestrales prácticas del todo probadas a lo largo de los tiempos.
Dos mundos maravillosos estoy viviendo: Ciudad-Aldea. Mundo Intelectual- Mundo terrígena. Libros-Tierra. Bibliotecas-Campos. Academias-Fincas. Horizontes poblados de abstractas ideas-Paisajes olorosos a naturaleza palpitante.
Riqueza sin igual la cual invito a todos a recorrer, tendiendo sólidos puentes entre éstos dos mundos, los que constituyen nuestro real y vivo entramado nacional.
Ruth Aguilar Quijano
Especial Pijao Editores