Por Jorge Morla Foto Carlos Rosillo
El País (Es)
Argentino de nacimiento (Buenos Aires, 1971), aunque madrileño de adopción, el poeta Mariano Peyrou dio el salto a la novela en 2016 con De los otros (Sexto Piso), y este año vuelve a la poesía con El año del cangrejo (Pre-textos), reflejo de obsesiones, recuerdos y anhelos en los que vuelca si estilo personal y fragmentario.
De pequeño quería ser…
Equilibrista. Luego mi primer libro de poemas se llamó La voluntad de equilibrio, y en el momento no lo relacioné con mi vocación infantil. Tiempo después de publicarlo, me di cuenta de que no había progresado mucho.
¿Cuál es el mejor consejo que le dio alguno de sus padres?
No recuerdo ninguno. Creo que predicaban con el ejemplo.
¿Con quién le gustaría quedar atrapado en un ascensor?
¡Con nadie! Prefiero organizar mis citas en el rellano de la escalera.
¿Algún sitio que le inspira?
El parque de El Retiro. El mar, o casi cualquier masa de agua. A veces basta con un charco.
¿Cuándo fue la última vez que lloró?
Lloro mucho.
¿Qué música le sirve para trabajar?
Cualquier estímulo puede servir para escribir poesía, sobre todo si interfiere con el pensamiento racional y nos ayuda a escuchar las palabras de otro modo y a encontrar asociaciones que la razón ignora.
¿Cuál ha sido el mejor regalo que ha recibido?
Ni idea. Pero de los peores regalos me acuerdo muy bien. Son los más interesantes.
¿Para qué sirven los premios?
Para fomentar la autocomplacencia en quienes los ganan, el rencor en quienes no los ganan y un sentimiento de superioridad moral en quienes no se presentan o los rechazan. Para contribuir a la mercantilización del arte.
¿Qué significa ser escritor?
Quizá signifique tener la posibilidad de combatir contra la dictadura del significado.
¿Y ser poeta?
Me gustaría que la poesía fuera un instrumento para combatir el pensamiento único, que es tan variado.
¿Caminan, como los cangrejos, de lado los poetas?
Unos caminan de lado, otros en círculos, otros hacia dentro o hacia fuera y algunos están quietos. Hay una gran diversidad entre los poetas, más incluso que entre los crustáceos.
¿Cuál es el último libro que le hizo reír a carcajadas?
No suelo reírme a carcajadas.
¿Y qué poema mataría por haber escrito?
No mataría por una cosa así, habiendo tantos buenos motivos para hacerlo. Pero hay dos grandes poemas que admiro de un modo especial, con esa admiración que se combina con la envidia y con una especie de identificación temperamental: La tierra baldía, de Eliot, y Zona, de Apollinaire.
¿Cuál ha sido su gran experiencia?
La paternidad. El exilio. El amor. El desamor. La amistad. La muerte de mi madre. Mi opinión sobre esto no es nada estable.
En una fiesta de disfraces, ¿de qué se disfrazaría?
De mudo.
¿Dónde no querría vivir?
Se me ocurre que cualquier lugar es horrible si uno vive en él, pero también es verdad que algunos son más horribles que otros. Me gustaría vivir en un lugar donde no hubiera sentimientos nacionales.
En El año del cangrejo está muy presente la infancia. ¿Qué queda en usted del chico argentino?
Espero que todo. Me parece un imperativo ético mantenerlo vivo y presente y que conviva con todos los que han ido llegando después.
¿Qué lo deja sin dormir?
El miedo. Esa distorsión nocturna que hace que los problemas parezcan tragedias sólo es comparable a la distorsión diurna que los relativiza o los deja fuera de foco.
¿Tiene algún sueño recurrente?
Casi siempre sueño que estoy despierto.
¿Cuál es su olor preferido?
Esos que nos llevan lejísimos antes de reconocerlos.
¿Qué personaje de la literatura o el cine se asemeja a usted?
Gregorio Samsa.
¿Qué le hace suspirar?
La gente que habla a gritos en los lugares públicos.
¿Qué siente cuando ve su foto en los diarios?
Depende del diario.
Respecto a su trabajo, ¿de qué está más orgulloso?
De no estar particularmente orgulloso.
¿Cuál es la noticia que siempre ha esperado leer?
“Se ha descubierto que es posible vivir de otra manera”.