Por Javier García
Un año antes de morir Pablo Neruda celebró su cumpleaños 68 en La Manquel, casa ubicada en Normandía, Francia. Era 1972 y el anfitrión se disfrazó y ofreció vino y comida a sus invitados. Hasta el hogar del festejado y flamante Premio Nobel de Literatura llegaron los escritores Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, García Márquez y Carlos Fuentes.
Por entonces, el poeta nacido en Parral en 1904 como Ricardo Neftalí Reyes avanzaba en la escritura de sus memorias. Desde Chile había viajado Homero Arce, quien oficiaba de secretario y ayudaba en su redacción. El autor de Canto General ya comenzaba a cobrar los derechos de autor por intermedio de la agencia de Carmen Balcells.
Parecía estar todo bajo control. En apariencia. Días después de su cumpleaños, el cáncer a la próstata se complicaba y era sometido a una nueva intervención quirúrgica. Los meses estaban contados. Había que regresar a Chile. En el país tenía tres propiedades: La Sebastiana de Valparaíso, su refugio de Isla Negra, y La Chascona en Santiago.
El 21 de noviembre de ese año, el creador nacional más universal, el poeta popular elogiado y admirado en el mundo, regresaba a Chile. Días después, el 5 de diciembre, Neruda era homenajeado en el Estadio Nacional, donde ingresó junto a su esposa Matilde Urrutia en el Ford Galaxie presidencial, para recibir los aplausos de la gente que se multiplicaba en la galería. El auto dio una vuelta por la pista atlética, y en la cancha había bailes y se oían cantos mapuches.
Esta última imagen, Neruda la redactó junto a muchos otros episodios de su vida, pero nunca había sido difundida. Menos incluidas en sus memorias. Ahora, antes las sospechas de su fallecimiento, no dejan de aparecer textos inéditos, mientras la investigación para aclarar su muerte sigue abierta a cargo del juez Mario Carroza. “Yo creo que en la muerte de Neruda hubo participación de terceros”, dice Rodolfo Reyes, sobrino del autor criado en Temuco. “En octubre podríamos tener una resolución judicial”, agrega.
A más de 40 años de su muerte, la vida literaria de Neruda se extiende: en las próximas semanas editorial Seix Barral publicará una nueva edición de sus memorias, Confieso que he vivido. Son por lo menos 100 páginas desconocidas que se encontraban en los archivos de la fundación que lleva su nombre.
La figura del poeta continúa produciendo interés. Desde la película Neruda, de Pablo Larraín (2016) hasta las casas del poeta, visitadas al año por cerca de 300 mil personas, y que facturan solo por entrada más de $ 200 millones anualmente.
En el extranjero el poeta hereda siempre lectores. Dos títulos lo demuestran en EEUU: la edición por City Lights de Venture of the infinite man (Tentativa del hombre infinito) y All the Odes en versión de bolsillo, impresa por Farrar Straus and Giroux. En este último volumen Ilan Stavans traduce las 225 odas que Neruda publicó. Salido en 2013, All the Odes agotó seis ediciones y su primer tiraje fue de 12 mil copias.
“En el anaquel de la eternidad sobreviven pocos, con el Premio Nobel o sin él. Octavio Paz, por ejemplo, es cada vez menos leído”, comenta Stavans, autor también de The Poetry of Pablo Neruda.
En Chile acaban de aparecer por Seix Barral dos de sus poemarios: Estravagario (1958) y La Barcarola (1967) y para el próximo año se proyecta la publicación de Residencia en la Tierra (1935) y Memorial de Isla Negra (1964).
“Hay muchas erratas en las obras de Neruda porque se ha publicado mucho, y las erratas se reproducen”, dice Darío Oses, director de la biblioteca de la Fundación Neruda, quien también halló los 21 poemas desconocidos que integran el volumen Tus pies toco en la sombra, en 2014. “La idea es ir fijando ediciones confiables. Verificar originales, versiones de pruebas”, agrega.
No es primera vez que ocurre la publicación de material nuevo. Dos inéditos anteriores fueron El río invisible (1980) y Cuadernos de Temuco (1996). La figura de Carmen Balcells, fiel aliada de la fundación Neruda, fue fundamental en estos trabajos. En realidad lo ha sido desde que visitó a Neruda en París para hablar de negocios en 1971.
Días finales
Deprimido, humillado, y con un cáncer avanzado, Pablo Neruda murió en la clínica Santa María la noche del 23 de septiembre de 1973. Desde ese día Matilde Urrutia comenzó a cargar el pasado de una de las figuras más importantes de la cultura del siglo XX.
Solo seis meses después, editorial Seix Barral publicó las memorias de Neruda, Confieso que he vivido. En ellas no hay ninguna mención a Homero Arce, y poco y nada a sus anteriores mujeres, como Delia del Carril o de amigos como Volodia Teitelboim.
“Un libro deliberadamente fragmentario, un collage literario no sólo de recuerdos (…) sino de escritos autobiográficos”, escribió en su momento el ensayista y crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal.
La primera parte de las memorias, donde alude a su infancia, surge de una conferencia pronunciada por el autor en la U. de Chile en 1954 y es complementada con los escritos publicados por el poeta en la revista brasileña O Cruzeiro a inicio de los 60. Luego se sumaron los otros textos, que Matilde sacó del país clandestinamente rumbo a Venezuela, donde fueron ordenados por el escritor Miguel Otero Silva.
El final de Confieso que he vivido es un cierre abrupto como un comunicado que lamenta la muerte de su amigo Salvador Allende. Palabras que completadas en cinco páginas le habría dictado a Homero Arce, el sábado 15 de septiembre de 1973.
“Yo tenía entendido que los manuscritos de sus memorias estaban extraviados. Raro que aparezcan ahora”, dice David Schidlowsky, autor de la biografía de Neruda en dos tomos Las furias y las penas.
“Hay una cosa rara entre mito e historia con respecto a sus memorias”, señala Bernardo Reyes sobrino nieto del poeta, autor de Retrato de infancia. “Se dice que fueron ocultadas en el momento del allanamiento en Isla Negra. También se dice que podrían haber sido intervenidas por Miguel Otero Silva. Yo creo que es un poco exagerado ese argumento”, termina.
Con información del diario La Tecera (Ch)