Revista Pijao
Murió Aida Saavedra de García
Murió Aida Saavedra de García

En la tarde de este miércoles 15 de abril, a la edad de 90 años, falleció la matrona tolimense Aida Saavedra de García, una mujer que por muchos años estuvo vinculada a la actividad periodística y cultural del Tolima, especialmente en Ibagué. 

Fue también gobernadora del Tolima en la presidencia de Misael Pastrana.
Hija de Floro Saavedra Espinosa, un conocido periodista y dirigente político conservador, fundador del periódico "El Derecho", que tuvo una existencia memorable de 50 años, y que pese a su orientación política, su fundador y director no se identificó con ningún grupo de su partido en especial, y siempre tuvo una actitud independiente, donde hasta liberales de la época como Alberto Santofimio Botero, reinician la labor que este medio cumplía.
El último ejercicio periodístico lo hizo Aida Saavedra en el desaparecido periódico Tolima 7 días de El Tiempo. Allí Aida coordinó por buen tiempo las páginas sociales.

Precisamente hemos encontrado un texto escrito por Santofimio, el 18 de marzo de 2011, en Villa de Leyva, donde hace un perfil profundo de doña Aida Saavedra; escrito que rescatamos en señal de reconocimiento a la vida de una de las mujeres destacadas del Tolima.

La semblanza que hace Santofimio Botero de Aida Saavedra, fue el prologo para un libro que ella escribió y que nunca vio la luz pública en vida, al  que haremos referencia en otra nota con un espacio más amplio. Por el momento, compartimos con los lectores de ElCronista.co,  este  artículo que se podría titular:   

Aida Saavedra, llega al otoño con todos los sueños intactos     

"Solamente la fe religiosa, su especial devoción por la ciudad donde nació, ha vivido y aspira a morir; un recio estoicimismo, una orgullosa dignidad para enfrentar, en silencio, dificultades y dolores, le han permitido a Aída Saavedra de García llegar al bello otoño de la existencia, llevando en su corazón "todos los sueños intactos", como lo dijo un día, con indiscutible acierto Álvaro Mutis.

 A lo largo de la vida ha sido protagonista o testigo excepcional de sucesos cosidos a la historia misma de Ibagué, del Conservatorio de Música del Tolima, del desenvolvimiento de nuestro acaecer social y cultural, del agitado discurrir político y administrativo, y sobre todo, del devenir del periodismo que es, como la buena prosa una especie de ventana abierta desde donde se mira el trajín del mundo, con una óptica personal y propia. 
Es lo que algunos llaman hoy la "literatura de la memoria".

Desde niña vivió intensamente, con particular interés, la aventura periodística de su padre Floro Saavedra Espinosa, fundador, con el abogado Juan María Arbeláez, en 1935, del semanario "El Derecho" de reconocida influencia en el departamento del Tolima, y de caracterizado talante conservador. Este periódico fue, sin embargo, una tribuna libre, abierta a albergar las plumas más valiosas de estirpe liberal.

 Bajo los auspicios pluralistas de Floro escribieron allí talentos singulares del liberalismo tolimense como: Arturo Camacho Ramírez, Fidel Peláez Trujillo, Alberto Santofimio Caicedo, Emilio Rico, Julio Galofre, Jorge Alberto Lozano, Alberto Camacho Angarita, Julio Ernesto Salazar Trujillo, entre otros.

La indiscutible calidad de los escritos de "El Derecho", que se leen con deleite rastreando modosamente la vieja colección que las manos diligentes de Aida ha conservado por años, obedecía, además del sello genuino y personal de sus autores, a un común denominador en todos ellos: el purismo idiomático del que se preciaban aquellos escritores y que fue posible gracias a los dictados del gran maestro de la lengua y la gramática, en nuestro medio, Manuel Antonio Bonilla.

El con sus doctas enseñanzas construyó una escuela del buen decir y del mejor escribir, que marcó una época y que está reflejada en las páginas de El Derecho y en la determinante influencia, que en ellos se percibe, de Rufino José Cuervo, de Miguel Antonio Caro, de Marco Fidel Suárez, como insignes maestros del idioma común.

 Las crónicas de Floro, con el pseudónimo de Armando Bueno, y los artículos de Nicanor Velásquez Ortiz "Timoleón", cantor costumbrista, autor del libro Rio y Pampa, un hito formidable de nuestra identidad regional, así lo demuestran, de forma impecable.

Ya lo había dicho, certeramente, Cuervo en sus conocidas "Apuntaciones":
"Nada, en nuestro sentir, simboliza tan cumplidamente a la patria, como la lengua: en ella se encarna cuánto hay de más dulce y caro para el individuo y la familia, desde la oración aprendida del labio materno y los cuentos referidos al amor de la lumbre hasta la desolación que traen la muerte de los padres y el apagamiento del hogar."

El idioma, por encima de ideas políticas o creencias religiosas o filosóficas, es el gran instrumento identificador de los humanos. Así se practicó con tolerancia y civilización ejemplar, en las páginas de "El Derecho", en aquellos años.

En prosa o en verso se expresó entonces una valiosa generación de tolimenses auténticos, dejando un testimonio trascendental que ha circulado de un siglo a otro, gracias a la tradición de "El Derecho", como libérrimo y genuino espacio para la divulgación del pensamiento plural de nuestra región.

Paradójicamente, y como inescapable vestigio de las tantas violencias que nuestra tierra ha padecido, "El Derecho" fue víctima de un inaudito atentado contra la libertad de expresión el 9 de abril de 1948, en Ibagué. Mentes alucinadas, enfermas de un repugnante sectarismo que entonces y después, tanto daño le hicieron a la concordia y la armonía entre las gentes buenas de nuestra ciudad y que enfrentaron a su clase dirigente política, atacaron la sede del periódico que estaba ubicado en la vieja edificación contiguo al edificio donde funcionó por décadas El Directorio Liberal del Tolima, y que hoy es oficina de la emisora "Ecos del Combeima".

Aida rememora este episodio coģn evidente tristeza, pero sin una brizna de rencor en su espíritu. Así también rastrea en su memoria prodigiosa y los traslada a sus amenas charlas, escritos sobre el pasado ibaguereño, sucesos y recuerdos que, con el correr de los años, inestablemente se van convirtiendo en una especie de itinerario de fuga de amores idos, proyectos frustrados, propósitos no logrados. La visión perenne de amigos de los que solo quedan las amarillentas fotografías en las páginas de los periódicos viejos o de los álbumes olvidados. Las ruinas que la existencia va acumulando, movida por el inexorable vendaval del tiempo.

 Todo, como lo cantó, con tono punzante de tragedia, el poeta Eduardo Carranza, en su aleccionadora "Epístola Mortal". Este invaluable patrimonio periodístico, histórico y literario ha sido el pan cotidiano, el alimento intelectual del espíritu selecto de Aida. Ella ha abrevado en esas fuentes puras, entrelazando, además, sus recuerdos más íntimos, con el legado periodístico de su padre.

 Por esto, resulta complejo evidenciar donde termina Floro y donde comienza Aida porque entre los dos hay una compenetración, una comunión, indestructible, un estilo común que los caracteriza y los afianza.

En estos escritos hay, también, la influencia inescapable del amor a la ciudad; de unos tonos líricos que traducen esa devoción prístina por la "Terra Patrum", de la que hablara, refiriéndose también a Ibagué Juan Lozano y Lozano, uno de los más grandes poetas y escritores del siglo anterior. La historia de nuestra ciudad musical, que Aida ha acariciado con pasión indeficiente, inspira arrolladura el enorme esfuerzo intelectual de su libro. Porque, además, ella, al igual que su padre, dedicó registros enteros de su vida a cuidar y defender la obra del maestro Alberto Castilla, su Conservatorio y su sala de conciertos, colaborándole generosa y desinteresadamente a Amina Melendro de Pulecio en su acuciosa tarea, de tantos años.

Por eso evoca, con nostalgia, la época singular de los "Coros del Tolima", errantes por América y Europa, con el orgulloso mensaje de nuestra música autentica. Los tiempos memorables de la dirección musical de los maestros Alfredo y Esquarcheta, Niño Bonavolontá, los hermanos Chiochano, Vicente Sanchís, entre otros. Y Óscar Buenaventura, como un fantasma incomprendido dejando escapar el prodigioso mensaje de su piano.

También en estos escritos intimistas que el lector habrá de juzgar con benevolencia, está presente la política. Llevando el credo conservador en su alma, por herencia y por convicción, Aida no sucumbió a las tentaciones electorales. Los jefes conservadores le abrieron las posibilidades del concejo de Ibagué, La Asamblea del Tolima, o el Congreso de la República. Ella, con desprendimiento y entusiasmo, les colaboró a todos, sin escapar a los desengaños que tristemente lleva implícita la actividad política donde se agigantan ambiciones, se eclipsan virtudes y se cosechan innumerables ingratitudes y, en ocasiones, se exhibe la más increíble degradación de la condición humana.

 Sin embargo, su paso por la administración pública fue eficiente, activo, fecundo.
Ocupó algunas carteras en el gabinete departamental y, por encargo, la Gobernación del Tolima. En estas posiciones puso énfasis en el servicio social a la comunidad como lo había hecho Floro, su padre, al frente de una gestión admirable en la gerencia de la Beneficencia del Tolima en los años cincuenta del siglo pasado.

Por estas actividades administrativas y políticas, y, desde luego, por la larga tradición periodística de sus propia casa Aída cultivo amistades con la clase dirigente nacional de ese tiempo, con personajes como Darío Echandía, Mariano Ospina Pérez, Bertha Hernández de Ospina, Álvaro Gómez Hurtado, Guillermo León Valencia, Misael Pastrana Borrero, Alfonso Palacio Rudas, Rafael Parga Cortes, entre otros.

 De igual manera, es devota de la obra evangelizadora y el rastro social y progresista de jerarcas de la Iglesia Católica, como Monseñor Pedro María Rodríguez Andrade, esclarecido obispo de la Diócesis de Ibagué, fundador del Colegio Tolimense, El Seminario Conciliar, La Iglesia de Belén, entre muchas realizaciones fundamentales.

El maestro George Orwel, dueño de una insobornable honestidad intelectual, que le hacía aparecer, a veces, inhumano, según otro grande escritor Arthur Koestler, afirmó en un ensayo esencial que "escribir un libro es un combate horroroso y agotador como si fuese un brote prolongado de una dolorosa enfermedad. Nadie emprendería semejante empeño si no le impulsara una suerte de demonio al cual no puede resistirse ni tampoco tratar de entender."

Antonio Muñoz Molina, uno de los más grandes escritores españoles contemporáneos, al que admiro profundamente, afirmó en un ensayo reciente: "He aprendido que escribir es empeñarse y es dejarse llevar en la misma medida en que es contar algo que se sabe y también aventurarse en lo que no se sabe y no habrá manera de que llegue a saberse si no es mediante la escritura misma."

Conforme a los anteriores sabios pensamientos mi entrañable amiga Aída Saavedra de García, resolvió no dejar este mundo sin publicar un conjunto de emociones muy íntimas y recuerdos dispares. Venciendo su proverbial sencillez ha querido dejar orgullosa la bella herencia de su particular paso por la vida, de la aguda mirada crítica con la cual ha observado el discurrir de su tiempo. Por eso, se impulso, con arrojo, obedeciendo solo el mandato de su voz interior, a entonar convencida el himno de su música secreta y compartirlo con el futuro y desconocido universo de lectores, especialmente los de su tierra del Tolima.

 Ella ha convertido las páginas que siguen en el motor y en la razón suprema de su camino final, en su admirable obsesión intelectual.
Darío Jiménez, nuestro formidable Maestro de la Pintura, solía llamarla, con cariño, "La Celeste Aída". Lástima grande que la inspiración bohemia y la admiración por la figura juvenil de Aída, no las hubiera plasmado en el lienzo con el maravilloso tono de su obra alucinada.

Escribiendo estas letras evoco el culto a la poesía que compartimos siempre con Aida. Siento aún el eco de nuestro coro con Jaime Polanco Urueña, el amigo inmemorable de los dos, recitando el soneto "Pour Helené" de Pierre de Ronsard, impecablemente traducido por Andrés Holguín para su insuperable libro "Antología de la Poesía Francesa".

Pienso, en Aida, y la imagino en su actual apartamento del Barrio La Pola, recordando la amplia y acogedora casa de infancia, en el Parque Murillo Toro, con su patio lleno de flores, y viendo ahora, desde su ventana un atardecer Ibaguereño de soles esquivos y ocobos enhiestos.

Suspirará, escrutando el pasado de la Ibagué de sus más íntimas devociones, preocupada por su futuro incierto y repitiendo, de golpe, otro de los poemas que tantas veces suscitaron nuestra melancolía, en noches estrelladas de cálida bohemia intelectual. Este de Juan Ramón Jiménez, cumbre de la Poesía Española:
"Y yo me iré y se quedaran los pájaros cantando. Se morirán aquellos que me amaron y el pueblo se hará nuevo cada año.
Y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado, mi espíritu errará nostálgico."

Bien lo había dicho Edmond Burke, en su juicio sobre la Revolución Francesa: "La sociedad es una comunidad no solo de vivos, sino que también forman parte de ella los muertos y los que aún no han nacido".

Inevitablemente, Aida, al borde de las lágrimas, advertirá, entre las sombras, las figuras de sus padres, su esposo, sus hermanos, tantos amigos fraternos, todos desaparecidos.

Con las licencias que la poesía y la ficción nos deparan a los escritores libres, pienso, interpretando, en la mejor síntesis, a cuantos queremos y admiramos a la autora de estas páginas selectas, que sencillamente y sin más adornos, estamos presenciando asombrados, con el fondo de la música de Giuseppe Verdi: "La marcha triunfal de Aida", en sus años dorados cruzando ahora por el portal de la memoria entre un bosque de flores, presencias y olvidos.
Villa de Leyva, "La Querencia", Marzo 18 de 2011

 

Tomado de El Cronista.co 


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