Por Ángela Martin Laiton
Era una broma de las suyas, delirante, paradójica, una broma seria. Para hacer su cometido, Macedonio Fernández citaba a sus allegados todos los días entre las 15 y las 19 horas en la Confitería del Molino. Se había dado cuenta de que en la Argentina había 300.000 sufragios que no estaban radicalizados con ningún partido político, ahí estaba la oportunidad para brindar nuevas ideas. El entonces abogado de 46 años había concebido la loca idea de hacerle frente al saliente presidente Hipólito Yrigoyen, después del sinsabor que había dejado en muchos el retorno del partido radical.
De todas formas, argüía el candidato, “muchas personas se proponen abrir una cigarrería y casi nadie ser presidente; por lo que es más fácil llegar a ser presidente que dueño de una cigarrería”. Una veintena de escritores e intelectuales argentinos estaban con Macedonio, el próximo presidente que ordenaría la política argentina con su locura. La idea se centraba en permanecer al margen de los partidos que entonces dominaban la política argentina. El mismo Macedonio reflexionaba si la campaña presidencial relámpago era un sueño. No, se contestaba a sí mismo, era un acto de inventiva, tan fino como el de un descubrimiento químico o una idea musical. Corrían los años 20 y el escritor-abogado estaba en la empresa de hacerse presidente de la nación cuando la muerte intempestiva de su esposa acabó con la broma y con la vida que hasta entonces llevaba. “¿Dónde te busco alma afanosa alma ganosa, buscadora alma?”, escribió para Elena de Obieta, su esposa, en Elena Bellamuerte.
Después de la muerte de Elena, dejó a sus hijos al cuidado de familiares. Profundamente deprimido, escribiría: “Amor se fue, mientras duró, de todo hizo placer; cuando se fue, nada dejó que no doliera”. Se retiró de su rol como abogado y se fue a vivir modestamente para pensar y escribir. Macedonio Fernández inició entonces un camino lleno de reflexión filosófica y literatura que lo convirtió en uno de los más grandes escritores de la literatura argentina, un escritor de vanguardia que en sus trabajos hizo obras ingeniosas interpelando al lector, haciendo del humor una herramienta transversal para el pensamiento. El plan de llevar a Macedonio a la presidencia pasó así de la realidad a la literatura después del regreso de Jorge Luis Borges a la Argentina. Borges heredaría la amistad con Macedonio de su padre. Se reunían constantemente alrededor de la literatura y sería el mismo Borges quien inmortalizaría al escritor rescatándolo del inminente olvido a través de la publicación de su relación epistolar y memorias. Debía partirse de risa Borges con las ocurrencias de su amigo. En una de las cartas publicadas su ingenio salió a brote: “Querido Jorge Luis: Iré esta tarde y me quedaré a cenar si hay inconvenientes y estamos con ganas de trabajar. (Advertirás que las ganas de cenar las tengo aún con inconvenientes y sólo falta asegurarme las otras). Tienes que disculparme no haber ido anoche. Soy tan distraído que iba para allá y en el camino me acuerdo de que me había quedado en casa. Estas distracciones frecuentes son una vergüenza y me olvido de avergonzarme también”.
Los amigos de Macedonio armaron una peña en la que se reunían los sábados en La Perla del Once. A los eventos asistían Borges, Raúl Scalibrini Ortiz y Leopoldo Marechal. Allí habían proyectado escribir la novela El hombre que será presidente, de la que cada uno debía completar un capítulo. Sigue siendo un gran misterio si la novela fue escrita realmente o no, pero de dichas reuniones Fernández echa mano para algunas de sus obras como No toda es vigilia la de los ojos abiertos y Papeles de Recienvenido.
Macedonio parecía más un personaje borgiano que un escritor real. Su literatura conversa constantemente con quien la lee. Es en apariencia desordenada y caótica. El texto de Una novela que comienza, por ejemplo, se inicia con un prólogo para “lectores de comienzos”. Navega por la parodia y la intervención constante del mismo Macedonio en el texto, hablándole al lector, haciéndole chistes como que “las personas muy altas tienen el horroroso inconveniente de andar siempre muy lejos de sí mismas”. Después de muchos vericuetos le encontraremos reflexionando su propia escritura en un rincón, hablando de lo que le cuesta narrar porque se desmanda pensando mientras escribe y así no se puede hacer una novela. Ese puede ser él, un hombre descrito por Borges como un intelectual capaz de ser humilde innato con su conocimiento, que decía no poder asumirse pensador porque lo que él pensaba se lo había contado Schopenhauer. En palabras de Borges: “Era un hombre naturalmente generoso, que todo lo que él pensaba se lo atribuía a su interlocutor. Él nunca decía ‘yo pienso tal o cual cosa’, sino ‘vos, che, habrás observado, sin duda’. ¡Y uno no había observado absolutamente nada! Pero a Macedonio le parecía más cortés”.
El 10 de febrero de 1952, Macedonio se levantó de su mesa de trabajo para descansar. Se había mudado con su hijo hacía unos años, escribía en casa y allá se descolgó a morir. Quedaron todos sus archivos regados en ese aparente orden metafísico, legado el surrealismo y el increíble don de la ironía socrática para quienes supieran como Macedonio que el dolor es proceso innato de la existencia, la vida es mucho más valiosa que la tristeza y la alegría nos es también común si la sabemos apreciar.
Con información de El Espectador