Por Jhonwi Hurtado Foto Santiago Ramírez
El Espectador
Es alto. Usa gafas pero se las quita para hablar. De Luis García Montero se sabe que es poeta, que nació en Granada, España. Que sus libros –dicen algunos- son los más vendidos en el país Ibérico. También algunos, como Joaquin Sabina, dicen que es “el mejor poeta vivo” del momento. También se conoce que es el esposo de otra escritora, Almudena Grandes, la de los “Aires difíciles”. Muchos conocen al poeta, pocos al hombre.
Cuando se mira al espejo dice ver esperanza, palabras, y a alguien que busca estar lo más “presentable posible” para salir a lo público, para vivir en lo público, porque “en lo privado hay demasiadas cosas salvajes”.
Fue un niño travieso junto a sus 5 hermanos, todos hijos de don Luis y doña Elisa. Tan traviesos que la casa tuvo que adaptarse a ellos, no ellos a la casa. Sus padres elegieron un sitio donde estas travesuras no pudieran entrar para no “romper las cosas”; ese sitio intocable también guardaba la biblioteca de su padre. García Montero, inquieto, cierto día entró sin permiso y se maravilló de esos papeles empastados con nombres extraños y palabras que no entendía: los libros. Desde ese momento empezó a escribir poesía para entenderse con la vida.
No fue el mejor estudiante, tampoco el peor. Recuerda cuando un profesor le pegó una palmada por recitar de memoria un poema de Campoamor, pues lo importante era que ese niño que se creía poeta, supiera la fecha y el lugar de nacimiento de los escritores, no que sintiera que los conocía. Pero también, otro profesor le regaló el poder escuchar un poema de Antonio Machado en voz de quien sería más adelante su amigo: Joan Manuel Serrat.
—El primer disco que yo me compré fue la canción de Serrat a un poema de Machado, luego nos hicimos amigos —
Años después, Serrat lo llamaría a su casa para decirle: “Luis, escucha esto: le he puesto música a uno de tus poemas”, Eso le hizo recordar al adolecente que fue cuando compró ese primer disco, tuvo la sensación de que la persona mayor que era, seguía conservando al adolescente que se formó en la poesía.
Luis García Montero llegó hace poco al Eje Cafetero para estar presente en el Festival Internacional de Poesía de Pereira, Luna de Locos.
Nos encontramos en la terraza de un hotel, el poeta está sentado, no cruza los pies. Habla pero pocas veces mira a quien le hace preguntas. Abajo, en la Plaza de Bolívar de Pereira, la gente camina, muchos con rumbo fijo, otros no. Así como los poemas: unos con rumbo fijo, otros que no.
¿Sus libros son tal vez los más vendidos en España, cree que eso lo ha hecho un mejor poeta?
Yo creo que la poesía no tiene nada que ver con el número de ventas. Yo escribo poesía porque estoy en contra de la mercantilización del mundo en el que vivo. Lo que ocurre es lo siguiente: ha habido a lo largo de la literatura contemporánea, una corriente que pensaba que la poesía era un género para “elegidos”, y que solo se escribía para unos cuantos. Esos confundían la calidad con la dificultad. Yo sin embargo creo que no podemos pedirle a la gente que se interese por la poesía si la poesía no se interesa por la gente. El poeta debe tener en cuenta algo: por vender mucho, no es mejor poeta, por vender poco, no es mejor poeta. La poesía debe ir al margen de las ventas.
¿Le inspira más el dolor, la alegría o la injusticia?
Pues las tres cosas: la poesía tiende a todo. Vivimos en un mundo injusto y eso hace que se convierta en propio la injusticia. Admito la poesía de denuncia y la poesía que analiza la realidad que defiende su rebeldía ante la realidad injusta. Creo que el dolor forma parte de la vida, no me gusta la poesía que usa como máscara la belleza para ocultar el sufrimiento. El dolor existe, lo que ocurre es que como es tan existente el dolor, desde el romanticismo se ha impuesto en la poesía el final trágico, parece que solo se puede escribir desde el dolor. Por eso asumo la disciplina reivindicando también la felicidad. Aunque quizá la felicidad es una palabra grande en un mundo con tanta injusticia.
“La poesía no quiere adeptos, quiere amantes”
El adepto es alguien que se suma a una causa pero que no se entrega a ella. Que no la siente, y en ese sentido la poesía exige el entusiasmo, el fervor, la entrega completa y la confianza. Vivimos en el siglo XXI, hemos visto cómo las grandes utopías se convirtieron en miedos, hemos visto cómo el progreso puede desembocar en una bomba atómica y arruinar una ciudad: no podemos ser ingenuos, debemos ser precavidos, pero que la precaución no nos convierta en cínicos sino que nos convierta en defensores fervorosos de algo. Cuando García Lorca decía que la poesía quiere amantes, yo creo que decía eso.
¿Cuál cree que debe ser el papel de la poesía colombiana (si es que debe tener un papel) en este momento histórico que vive el país?
Si Quieres que te diga la verdad, yo creo que la poesía no se lleva bien con la guerra: la guerra no es buen tiempo para la poesía. Cuando los poetas estamos en una guerra, defendemos lo nuestro, criticamos al enemigo. Ensalzamos a nuestros jefes. A mí me parece que la poesía solo actúa bien en la guerra cuando se limita a compadecerse de las víctimas, a hacer testimonio del dolor humano. Lo que si me parecería incorrecto es una poesía para ensalzar el nombre del gobierno que ha logrado la paz.