Revista Pijao
Los libros amados
Los libros amados

Generalizando un poco, y, situándonos en el grupo lector, y algo romántico;  es usual encontrar un hecho contundente: Cada uno de nosotros tiene atesorado sus libros amados. Aquellos libros que por una u otra razón nos han calado profundo  el alma. Libros que aunamos a nuestros escritores preferidos. Libros que nos impactaron, sobre manera, en la temprana juventud o infancia. Libros de los cuales es difícil separarnos, renunciar a su tenencia, borrarlos de nuestro mapa, no solo mental, si no, también físico. Esos que guardan puesto de honor en nuestras bibliotecas. Esos que sabemos, así no los estemos releyendo, que ahí están, en ese anaquel, en ése sitio de fácil o secreto acceso. Recordamos claramente el color de su pasta, el grosor de su volumen, el diseño  de su titulo, y, su tamaño exacto.

Y, es que detrás de cada libro, existe una historia acerca de cómo llegó a nuestro poder. Regalo del novio de la juventud, del padre o madre fallecido, del profesor que marcó derroteros   disciplinarios; de algún amigo,  quien murió tempranamente, o marchó de viaje. También son símbolo de la infancia; de lo prohibido y anhelado en la adolescencia; de enlaces de pareja rotos; de la hermana que nos guió en lecturas; en fin, del transcurrir de nuestra propia existencia. Inclusive afloran los recuerdos de algunos de nuestros viajes en pesquisas bibliográficas o turísticas. Siempre están adheridos a una época específica en nuestro periplo de formación intelectual. Hasta los encuentros casuales en alguna “librería de viejo”, del tomo anhelado o perdido, bien en un trasteo, bien por aquello del préstamo del libro, con la sabida connotación: “No se sabe quién es más tonto: el que presta un libro, o quien lo devuelve”.

También con las maravillosas Ferias del Libro a nivel mundial, existe la otra dimensión de la compra del libro, incluida la oportunidad de llevar el autógrafo del escritor en asistencia  con invitación especial del país en los que se desarrollan dichos eventos. Y vamos aumentando así nuestra biblioteca, incluyendo dichas oportunidades, que aparecen como del todo  maravillosas en nuestro campo de bibliófilos apasionados o casuales.

Ante situaciones extremas, como  cambio de residencia, país, ciudad o vivienda, nos podemos ver abocados a  la penosa necesidad de prescindir de algunos volúmenes de nuestra biblioteca; y, sin embargo, ante tal hecho, existen algunos libros, de los  que jamás seríamos capaces  desprendernos. Los llevamos en nuestro equipaje, son parte de nuestro espectro mental y afectivo, como también objeto de compañía y hasta prolongación de nuestra propia identidad física.

Unos más, otros menos; excepcionalmente ninguno, nos hemos encontrado en el dilema de prescindir de volúmenes de nuestra biblioteca. Bien sea por falta de espacio –las bibliotecas son “seres vivos” …  siempre están creciendo -;  bien sea por las condiciones antes anotadas, o por la muerte de su propietario y la necesaria “expatriación” de su biblioteca y  el ejercicio de selección y repartición; o donación, o fragmentación; lo que necesariamente exige, prescindir de algunos, no exento dicho acto, de estremecimientos anímicos  y nostálgica sensación. Incluso, dolorosa vivencia.

Es que las bibliotecas constituyen ámbitos de recogimiento, de meditación, de compañía. Recorrer visualmente los anaqueles, es recreación espiritual. Inclusive constituye un acto de exigencia para nuestras facultades mentales. Saber donde están nuestros títulos amados. Los de consulta. Clasificarlos. Por temas, por autores. En donde colocamos los de nuestros amigos escritores, en donde los de los conocidos o admirados. En fin. Todo un universo de estímulos a nivel de nuestro existir. Esto, sin contar, con aquellos volúmenes que se van constituyendo  en extremo valiosos, por ser, por ejemplo, primera edición de algún título con premios de reconocimiento internacional.

Quien posee una biblioteca, grande o pequeña; selecta o no; costosa o no tanto; es dueño de un pedacito del mundo intelectual. Se recurre a la lectura en momentos de soledad. De alegría, de tristeza. De saudades. Quien ha cultivado el hábito de la lectura, no es golpeado por las nefandas sensaciones de vacío interior, ya que, la lectura, es alimento imprescindible para el YO; de beneficioso aliento. De fortaleza psicológica.

Los niños y los jóvenes, a quienes se les ha inculcado el amor y gozo por la lectura, jamás se “aburren”; toleran mejor la soledad, las carencias, el encerramiento y muchas otras vicisitudes que la vida les va planteando. Esgrimen fortalezas tales, que asimilan mejor hasta las afrentas ante las que pueden verse sometidos. Esto, en lo emocional, por no adentrarnos en su riqueza mental, y en sus recursos cognitivos de amplio espectro. Aprenden ortografía, redacción, buen uso del idioma, comprensión;  e incluso, juicios críticos y analíticos, entre otras muchas facultades.

Es estimulante  también  el hecho, de ver  a jóvenes y niños, ir atesorando sus libros, a los cuales recurren, en sus momentos críticos. Tener un pequeño,  o grande estante, con libros de su interés, los lleva a apreciar la producción literaria. Amar los libros como objeto, ampliará su mismo espectro existencial. Su mundo, no solo estará conformado por las cosas meramente materiales y económicas, de moda impuesta por la sociedad, si no que, teniendo sus libros, están atesorando un mundo de ideas y de valores espirituales.

Algunas corrientes del “buen vivir”, enarbolan la teoría de practicar aquello del “liviano” equipaje en nuestras vidas y entorno;  la no posesión,  la no acumulación; el vivir sin apegos. Difícil filosofía de practicar para quienes hemos venido conformando una biblioteca como parte bella de nuestra vida, parte valiosa de nuestro existir; parte que, hasta nos llega a definir en el campo de los intereses espirituales; ya que, los libros, no solo son objetos, también son horizontes mentales  irremplazables en nuestro devenir vital.

Podrán existir las tabletas, los computadores, toda la línea fantástica de lo virtual; mágica y sorprendente; gran avance para la humanidad; pero, para los que amamos los libros, ésta dimensión aparece como una muy pasajera alternativa de consulta, sin demasiado gozo y menos aún detenimiento, meditación; repaso, relectura; actos muy propios del ejercicio de la lectura en el libro físico.

Para quienes amamos los libros, la lectura constituye un acto amoroso. Nos deleitamos con el hecho de  tener un libro en las manos, pasar sus  páginas, con ése  placer del tacto incorporado; aún el olfato mismo y el sentido estético, tanto del contenido de la lectura, como también de la edición. Anchuroso mundo ése de las ediciones: recorre los caminos  del lujo, del cuidado, del respeto y conocimiento de las normas de impresión y de  la corrección; hasta los  populares,  nada costosas, descuidadas y  de “consumo”, que alcanzan  a ser incluso, desechables algunas.

Pues bien, existe un juego, que les propongo a mis lectores. Se trata de un ejercicio para la imaginación, incluido el corazón y el intelecto mismo. Es el siguiente: Debemos irnos a una isla. Nos restringen el espacio en la embarcación. No podemos llevar si no cinco libros. ¿Cuáles llevaría usted? La permanencia es de tres años allí.

Cada quien escoge los suyos.

También se plantea algo sobre el otro equipaje, el de las pertenencias a nivel higiénico y de necesario uso. Pero eso es otro plano … si les llama la atención; allí solamente es permitido llevar 10 objetos.

Hasta  pronto, que gocen sus elecciones. Cada cual con sus intereses y gustos, necesidades, hábitos y costumbres.

 

RUTH AGUILAR QUIJANO

Especal Pijao Editores


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