Revista Pijao
Los jardines
Los jardines

¿Existirá, en el mundo entero, alguna persona a quien no le gusten las plantas, las flores, los árboles; los jardines?  Es cierto, que la psique de nosotros los mortales, da para todo. Pero si generalizamos en el tema, creo, así lo espero, no quiero ni dudarlo, que dichos individuos  son “flor” exótica, escasa y algo temible, por decir lo menos.

En general, a todos nos encantan los jardines, admiramos las plantas y  los arboles; y … ¡qué decir de las flores!  Fuente de éxtasis, de inspiración, de elación y gozo. A lo largo del humano existir, han sido las flores objeto de cuidado, de atesoramiento, de dicha maravillosa.  Conllevan tanto valor espiritual y simbólico, que el enamorado regala a su amada flores, para expresar sus más íntimos sentimientos. Se  exornan todos los ámbitos, para agasajos y acontecimientos, con flores. Se llevan al altar, a la tumba, al corazón mismo. Son objeto, las flores, de poemas, de canciones, de oleos, de trabajos de  orfebrería y cerámica; de todo un universo de admiración Se exaltan, pues,  sus diversas formas y colores, en el despliegue de casi todas las artes: literatura, música, escultura y pintura en ayuda de  la ciencia misma. Expediciones botánicas, con ilustradores maravillosos, figuran y seguirán figurando, en el panorama universal. La creación de Jardines Botánicos es  inherente a dicho devenir científico y deleitoso. Desde los tiempos de Aristóteles, quien acompañó a Alejandro Magno en muchas de sus campañas y fue su maestro, recolectaba especies de flora y fauna para su estudio, habiendo dejado, luego de su retorno a Atenas,  en esta tarea a su sobrino Calístenes para que siguiera dicho camino investigativo.

Los jardines han acompañado al hombre, desde tiempos inmemoriales. Desde  los jardines colgantes de Babilonia construido por el rey Nabucodonosor II, catalogado en su tiempo (S.VI A.C.) como una de las siete maravillas del mundo; o los de Nínive, según reposa en algún mural conservado en el Museo Británico; y,  muchos otros, aún anteriores. Odiseo descubre y se enamora de Penélope en un jardín. Se mezcla la existencia de los jardines con la fantasía; aparecen generalmente en diversas Mitologías, como el Jardín del Edén (¿Paraiso?) o aquel que siempre nos acompaña en la imaginación: “El jardín de las Hespérides” lugar en el que las enigmáticas Ninfas cuidaban del fruto de la eterna juventud, las manzanas de oro, que utilizaban los dioses, para su permanencia eterna en el Olimpo, siempre vigorosos y bellos.

En la actualidad  constituyen puntos de referencia geográfica y lugares de obligada visita: KEUKENHOF, considerado el jardín de Europa, situado en Holanda, con sus 32 hectáreas y 7 millones de  multicolores tulipanes; los de CLAUDE MONET, con sus delicados nenúfares inmortalizados por el artista. Los de VERSALLES. Los de TIVOLI.  Los exuberantes de DUBAI. Los de BROOKLYN en USA, con sus cerezos en flor. Los de BUTCHART, en el Canadá. Las POZAS DE XILITLA en México. Los de SUZHOU en China, cuyo nombre significa “paraíso terrenal” y fueron declarados patrimonio de la humanidad. El jardín botánico tropical de NONG NOOH en Tailandia. Los del GENERALIFE, jardines musulmanes, en la Alhambra (España), que datan del siglo XII y que nos transportan con sus fuentes a esa filosofía árabe del placer  Y los de YUYUAN de Shangái;  por solo nombrar los 10 más famosos.

 Muchísimos más existen, para fortuna de la humanidad, los cuales  constituyen permanente proyecto de visita, para solaz del espíritu. En los jardines se exalta el gozo de todos los sentidos, ya que los aromas embalsaman de igual modo los ambientes y muchos de esas  fragancias son de permanente búsqueda del hombre, llegando a capturar algunos suaves y enervantes  esencias y buqués, en aceites y perfumes de apetecida pertenencia.   El oído  se deleita con los sonidos armoniosos de fuentes y cascadas; y la vista, en la contemplación de lagos, puentecillos románticos, rocas y molinos;  bosques y prados. En estos jardines se dan cita el arte y la exquisita sensibilidad. La lista de hermosos y exuberantes jardines que existen, muy famosos y de orgullo turístico,   resulta  interminable. No hay Castillo, sin jardines; ni Monasterio, ni Museo,  ni Palacio, en los que las flores, los árboles, las plantas y el verdor mismo  matizado de múltiples colores, no hagan parte fundamental del lugar, para contento de nuestro aprecio del mundo, con sus múltiples y diversas posibilidades, en espectáculo singular: Los jardines

Ya en lo individual,  nuestro hábitat, en pequeño, también se ve engalanado con la presencia de las flores. En nuestros pequeños o grandes jardines, en nuestros balcones y ventanas; en nuestro entorno todo. Es parte agradable de nuestro recorrido por calles y senderos. Al interior de  los hogares, siempre se  atesora una flor; así sea en un florero, en una maceta o en una jardinera. Las flores y las plantas son parte constitutiva de nuestro diario vivir. De nuestra misma necesidad de respirar.

Las ciudades, tan alejadas de las raíces de nuestros orígenes; tan lejanas de bosques, lagos  y quebradas; de montañas y nevados; y, algunas  veces, tan ajenas a la  madre naturaleza, se esfuerzan por guardar retazos de verde en los separadores de las avenidas, en los parques y en las residencias, en las cuales se instalan generalmente los  llamados antejardines. Saludable costumbre que  dulcifica las adustas edificaciones de cemento, ladrillos, rejas y hormigones, con la fresca, vital y armoniosa vegetación, lo cual parece haber sido comprendido por algunos arquitectos y paisajistas, quienes en la actualidad están divulgando la original idea de los jardines verticales, de los que tenemos bello ejemplo en Bogotá, en el barrio Los Rosales, el llamado edificio SANTALAIA, considerado el jardín vertical más grande del mundo. También nuestro Jardín Botánico, José Celestino Mutis, es orgullo nacional. Medellín (Antioquia) llamada la de la eterna primavera,  es tierra rica en Orquidias, nuestra flor nacional, la CATLEYA TRIANA, clasificada por Don Jerónimo de Triana. Es nuestro país, dado sus diversos climas, se dan las flores casi que silvestremente, lo cual es parte de nuestra misma identidad. Flores por doquier y todo el año,

Y es que el hombre no encontraría sosiego alguno, sin esa conexión indispensable con los representantes  de su primigenio existir: La tierra y su germinación. La tierra y su producción floral. La tierra y sus arboledas y sus frutos; sus yerbas y su esplendoroso colorido; su refrescante  verdor. La tierra, fundamento mismo de  nuestro ser y existir. De donde venidos y a donde finalmente terminaremos en comunión maravillosa, concluido nuestro ciclo vital.

Pues bien, mi reflexión en este día, es acerca de cómo, a pesar de la fascinación por los jardines y sus flores,  con alguna frecuencia, se ignora por completo, que son seres vivos, a los que hay que respetar, amar y por tanto cuidar. En repetidas ocasiones  me  he encontrado, con bellísimos jardines, a los que el paso del tiempo somete a una temprana muerte. Habitantes de casas, quienes invierten sumas de dinero en contratar jardineros y paisajistas para elaborar bellos arreglos, olvidan prontamente sus plantas, tal vez creyendo que son meros adornos inermes, como quien compra una porcelana o un jarrón. He visto en la vecindad y sus contornos y en diversos sitios de la ciudad, que  han sido olvidadas sus necesidades. Los soles intensos han quemado su follaje. Las diversas plagas han devorado sus pétalos. La inanición ha acabado por devastarlos.

Sé, por larga experiencia, que “cuidar” un jardín es tarea de permanente exigencia. Ocurren en nuestras plantas vicisitudes tales, que alertan sobre la necesidad de ser activos; de ser agudos observadores, de tener disciplinas sostenidas; y, paciencia; mucha paciencia.

Bellas virtudes, que se van reafirmando con el paso del tiempo, al lado de nuestros queridos jardines. Sería una experiencia bastante edificante para niños y jóvenes. Cultivar un jardín. Animar a los pequeños a comprometerse en esta actividad, así sea en unas materitas en su balcón. Ser sorprendidos, estos tiernos seres, al ver cómo de la tierra, al insertar semillas, van surgiendo hojitas y más hojitas, que luego conforman las plantas, las que iluminarán sus rostros de alegría con el regalo de una flor. Y aprender, que no se culmina ahí la tarea; debido a que  esa flor exige  su atención,  su cuidado, ya que luego habrá que abonar, podar, fumigar y trasplantar. Darles la oportunidad a los niños, de entender que no somos los únicos seres vivos, que la naturaleza también es como nosotros, sensible y delicada; ávida de cariño y cuidado. Requiere de alimentación, agua, sol, vitaminas y minerales. Amor.

Serían estos niños, para el futuro, personas respetuosas con su  entorno todo. Tendrían introyectado el mensaje de cómo somos apenas una parte de la naturaleza. Que somos efímeros. Que necesitamos ser muy responsables, pues si no “cuidamos” del “otro” éste se puede “marchitar”.  Amarían estas criaturas, aplicando las loables virtudes de delicadeza, consideración y respeto. Desarrollarían controles, sabrían que se deben tener en cuenta ciertos límites. Aprenderían de la mesura sus sabias directrices: manejar el justo medio.

Y ahora que el promedio de vida se va alargado cada vez más, para las personas mayores, cultivar un jardín es actividad del todo terapéutica. Conlleva ésta afición, lo requerido para estar saludables: Ejercicio, atención, observación, retención y disciplina. Además  al recibir un poco de sol,  a cielo abierto, al aire libre, bajo los árboles, ésta oportunidad revitaliza,  insufla energía y entusiasmo, venciendo  el pernicioso sedentarismo. De tal suerte que, estarían estas personas, al  cultivar un jardín, plenos de algo que sustenta el existir, AMOR

El jardín es amor. Se nota enseguida. Un jardín cuidado es el reflejo del amor. Solo así se logra la magia de la floración. Amor que promueve en nosotros el cuidado, la dedicación, la atención. Hasta la inteligencia se beneficia al cultivar y atender un jardín. Se aprende muchísimo y se  ejercita la memoria, al tener que  recordar cuando se regó, cuando se abonó, qué plantas hay, sus nombres, sus variedades, sus ciclos; cuales fenecieron, la causa y la prevención, el remedio y lo apropiado para su bienestar. Pues como todo en la vida, podemos fallar, por exceso, o por defecto: malo si es mucho y malo también si es muy poco. Todo tiene su ritmo, sus exigencias, su tiempo y su momento. El jardín, su cuidado y mantenimiento, potencia en nosotros altísimas cualidades y nos ayuda a  conservar varias de nuestras facultades, tanto  físicas, como  mentales.

En fin:  Los jardines. Los jardines por siempre

 

RUTH AGUILAR QUIJANO

Especial Pijao Editores


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